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Heráclito, apodado el Oscuro por su carácter enigmático, caminó sobre la tierra al mismo tiempo que otros gigantes como Confucio y Sidarta Gautama. Dicen que el griego utilizaba la forma del aforismo para hacerse más incomprensible a las personas comunes y que sus pensamientos fueron rescatados o reconstituidos en textos que otros escribieron en su nombre, decenas de años o siglos más tarde.

Imagino al filósofo en una tarde plácida, a la orilla de un río calmo… reflexiona y conversa con algunos discípulos. Movilizado por el calor se sumerge en las aguas tranquilas, su túnica flota en la superficie, siente el agua más fresca que en años anteriores probablemente a causa de los árboles que crecen alrededor produciendo una sombra cada vez más densa. Escucha un pájaro carpintero golpeando su pico contra un ciprés. Observa con afecto las primeras canas en las cabelleras de varios de sus alumnos y constata en su propio cuerpo añoso la piel más floja y los músculos menos vibrantes. La belleza profunda de ese instante lo hace tocar una sutil nostalgia desde la que emerge un pensamiento diáfano que une todo, el mundo y él, el río que fluye y el encuentro con sus discípulos, el pasado y el presente, sus ideas y su cuerpo. “En los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no somos los mismos.”

Ni él ni sus amigos, ni el bosque ni el río que los envuelven son los mismos que la última vez; sus cuerpos, la madera, el río, las rocas, el sol y el cielo están en permanente cambio, nada vivo ni material es exactamente igual que hace un instante, y a la vez algo se conserva que los hace seguir siendo los mismos.

A pesar de los cambios reconoce a cada uno de sus alumnos y para ellos él sigue siendo Heráclito. Hace unos días acordaron reunirse en el remanso y ahí llegaron todos, aunque no sea la misma agua, ni la misma orilla, y que también los árboles hayan cambiado. No es el mismo río y es el mismo río, no son las mismas personas y son las mismas personas.

Si todo lo vivo y lo material está en permanente transformación ¿qué es lo que no cambia? ¿dónde está eso que se preserva?

Quizás lo que se conserva no está en los objetos ni en las personas sino en el logos, en el pensamiento y las palabras que fijan la permanente transformación creando una temporalidad que no sigue el devenir y el cambio constante, que establece un cierto orden en el que es posible reconocer e identificar un cuerpo o un río aunque cuando lo hayamos nombrado ya haya dejado de ser el mismo cuerpo o el mismo río que percibimos y queríamos nombrar. Quizás son resonancias de un diálogo con un viajero de Oriente que traía la voz de un tal Sidarta Gautama que en su comunidad de aprendizaje de Sarnath, en Varanasi, señalaba “Somos lo que pensamos. Todo lo que somos surge de nuestros pensamientos. Con nuestros pensamientos, hacemos el mundo.”

Ecos milenarios de las búsquedas por comprender y comprenderse en los pliegues del lenguaje, esa casa donde existe el tiempo, inmutable y permanente, que nos separa del devenir orgánico y nos hace humanos. “En los mismos ríos entramos y no entramos, somos y no somos los mismos.”

Sarnath. Fotografía de Mauricio Tolosa. 1994
Sarnath. Fotografía de Mauricio Tolosa. 1994

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5 Comentarios sobre “El lenguaje y el baño de Heráclito

  1. Es un pensamiento aparentemente simple, pero existencialista. Cuesta pensar que las aguas de un río cambian, que las olas no son las mismas, que los bosques no son iguales. Eso, porque son paisajes que duran más que un ser humano. Por otro lado, es difícil saber si somos los mismos de cuando éramos niños o adolescentes. Gracias por la reflexión.

  2. Bellísima reflexión sobre la efímera condición humana reflejada metafóricamente en el río y sus piedras, en el bosque y ese cielo de infinitud tan cambiante como inalcanzable.
    El enigmático Heráclito, el Oscuro, debe estar sonriendo detrás del espejo.
    Abrazos y felicitaciones a Mauricio Heráclito Tolosa, por este hondo aporte…

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