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En 1983 visité un templo jaina en Karnataka, en el Sur de la India. Vi a los monjes jainas practicar la ahimsa, que se podría traducir como no violencia y respeto a la vida. Caminaban barriendo gentilmente frente a sí con una escoba para no pisar por descuido a ningún ser vivo. En esos años de soberbia juventud me pareció un gesto bello, pero ingenuo e inútil. Con los años, esa imagen crece, ocupando cada vez un espacio mayor en mis creencias sobre la paz.

Aunque parece lo mismo, no es igual construir la paz que practicar la no violencia. Hay quienes conciben que la paz se pueda construir con fusiles, con dictaduras y con imposiciones. En cambio, practicar la no violencia y el respeto a la vida señala una frontera ética clara en el tipo de conductas aceptables. La acción fundada en el ahimsa tiene sentido en sí misma, a través del gesto contribuye a la paz, aquí y ahora, no acepta un acto violento que se justifica en función de una supuesta utilidad política o estratégica futura.

Agradezco a esos tres monjes jainas semi desnudos que barrían el piso y a los miles que antes de ellos mantuvieron la tradición por siglos, porque quizás si no los hubiese visto no habría comprendido la vida y la paz como las vivo hoy.

¿Cuál es el barrido necesario para no pisotear a otros en estas complejas sociedades urbanas del Siglo 21? Quizás porque me dedico a la comunicación y la escritura pienso de inmediato en “las palabras”. Todas las guerras civiles y entre estados, todos los genocidios, todas las opresiones han comenzado o se han materializado en palabras que estereotipan, estigmatizan, desprecian, deshumanizan al “otro”.

Para la gente que vive con inseguridades y temores de todo tipo, convivir con otras comunidades y culturas es un enorme desafío. El mundo es percibido como hostil y a menudo el “otro” aparece como una amenaza. Desde la emoción del miedo brotan fáciles las palabras que descalifican, que ridiculizan, que agreden, que condenan. El sonido del miedo se transforma en voz de ira, en lapidación, hoguera, aniquilación, exterminio.

Miles de ciudadanos vierten sus palabras violentas en las redes sociales o en las secciones de comentarios de los medios. No hay esfuerzo por comprender al que piensa diferente, por conversar, por encontrarse con una verdad que no sea la propia; al contrario se trata de vencer, de acallar, de aplastar al otro para que no queden dudas que se posee la verdad, que se tiene la razón.

En este contexto practicar la no violencia y el respeto a los demás pasa por una decisión consciente, un ejercicio diario de la escoba que barre las propias palabras de descalificación, de negación, de agresión. Todos tenemos derecho a ser parte de una verdad común, dinámica e incluyente, a expresarnos y crear en libertad, a dialogar y conversar sin violencia, a ser escuchados y respetados, a vivir en paz.

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3 Comentarios sobre “Las palabras y el derecho a vivir en paz

  1. Bella reflexión. Las palabras hieren, es cierto. Pero las ideologías sustentadas en la inequidad y las injusticias violentan aún más. Eso lo entendió muy bien Mahatma Gandhi.

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