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En las elecciones primarias se presentan cinco postulantes a ocupar dos de las candidaturas a la Presidencia de la República.   A estas dos candidaturas se agregarían otras nueve de otros partidos y de independientes, para que al final sea solamente una persona la que suceda a la actual Presidenta de la República por los siguientes cuatro años.

La simple observación de este escenario permite suponer que un porcentaje importante de personas terminarán eligiendo a un candidato que, para muchos, representará el mal menor, sin una real adhesión a su persona.  Además, otros dejarán de participar desde el momento en que ninguna de las candidaturas que se mantengan en competencia los represente.

La historia nos muestra que, en términos numéricos,  la mayoría de los candidatos derrotados se retira de la vida política o, aun si intentan mantener presencia, no alcanzan a ser relevantes en los procesos de toma de decisiones posteriores.  Nombres como el de Francisco Javier Errázuriz, Jorge Arrate, Arturo Alessandri o Eugenio Pizarro, entre muchos otros, ya no son conocidos por la mayoría de la población, y de su paso como candidatos no quedaron huellas.

En gran medida, esto es responsabilidad de esas personas que no persistieron luego en una carrera política desde otra vereda, porque personas como Marco Enríquez-Ominami, que iría por una tercera postulación, se las han arreglado para mantener una vigencia relativa como actor político y de todos modos sin peso cuando se trata de votar los proyectos de ley en el Congreso Nacional.

Para los candidatos es una gran aventura presentarse para que la ciudadanía considere su nombre, pero como los artistas que sólo consiguen una canción de éxito, arriesgan a pasar al olvido y a que, de vez en cuando, alguien los recuerde como el que alguna vez fue famoso pero después fue absorbido por la tierra.

Si bien se puede lamentar el derrotero de estas personas en el plano humano, resulta preocupante que sus partidarios generalmente no han conseguido ni siquiera elegir un representante en el Parlamento, ya que por ser candidaturas alternativas han carecido de fuerza para elegir diputados.

Ello significa que, después de ilusionarse con su candidato, los ciudadanos se sienten marginados del sistema político y pierden motivación para ir a votar, lo que representa un deterioro de la democracia que supone la posibilidad, por muy remota que sea, de que se produzca una alternancia en el ejercicio del poder.  El cambio del sistema electoral binominal para las parlamentarias constituye una esperanza de que esta situación se modifique, pero ello requiere la participación de los ciudadanos, los mismos que una y otra vez apoyan a candidatos que no son electos.

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Alguien comentó sobre “Ilusiones rotas

  1. Hoy no es tan marcado el que los candidatos postulantes que pierden, se retiren. Algunos buscan de esta manera ser elegidos parlamentarios o alcaldes. Podría la nueva tendencia. Veamos que pasa.

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