Hemos leído una serie de novelas y cuentos que nos retratan diversos futuros distópicos, en donde el individuo es acorralada por los distintos aparatos de coerción y es disuelta la comunidad. Hemos visto otra serie de docenas de películas, donde nos muestran cómo el Estado o una especie de confabulación corporativo-política captura a las personas para manipularlas en nuevos tipos de esclavitud.
Sin embargo, en la actualidad vivimos en una distopía. Esto ya que creemos que vivimos en un mundo de libertad y libre desenvolvimiento del individuo, cuando es todo lo contrario. Este mundo, hoy ha sacralizado el “deber ser” de que el individuo tiene que estar sometido permanentemente en “el hacer cosas” o en su defecto “hacer algo”, pero no como paréntesis de su vida, sino como un continuo, y por ende, como la esencia de su vida.
Recuerdo – tenía 18 años – mi experiencia de trabajo en una conocida cadena multinacional de comida rápida, donde trabajaba en el turno nocturno durante la madrugada. La primera instrucción fue: “la totalidad de tu turno debes estar haciendo algo, aunque no haya clientes, siempre debes estar moviéndote”. Lo contrario a eso, era sinónimo de inutilidad, de no poder seguir órdenes, de rebeldía, de falta de respeto, por ende, de no cumplir con los altos estándares de esa cadena empresarial. Me parecía inverosímil, hasta ridículo, ya que no me permitía hacer vida social, o comunicarme con mis compañeros de trabajo, partiendo por ese mínimo.
El ocio no es valorado, incluso es sinónimo de rebeldía. La persona sometida ante una consecutiva carga de sentirse observado, llena su agenda en acciones, compromisos, iniciativas de rendir en el trabajo, o en la familia, o en las relaciones humanas. Los solteros a cierta mayoría de edad, son cuestionados. Las parejas heterosexuales que se casan, son presionados tempranamente para que tengan hijos, se compren una propiedad, un auto, y así un largo etc. Los niños son presionados por sus padres y su entorno, para ser perfectos en modales, tengan las mejores calificaciones y si practican deportes, son las estrellas dignas de seguir. Todo lo contrario se castiga, silenciosa y sigilosamente. “En cuanto al poder disciplinario, se ejerce haciéndose invisible; en cambio impone a aquellos a quienes somete un principio de visibilidad obligatorio”, como afirmó Michel Foucault.
Por consiguiente, ese “deber ser” de “siempre estar haciendo cosas”, no sólo está aparejado por la continua presión social, sino que además debes ser feliz, y no sólo eso, debes demostrarlo, exhibirlo en todos los medios posibles. Y las redes sociales, que inunda al individuo, es un medio que se utiliza para exhibir esa felicidad. Mientras más fotos subes, más viajes relatas, más eventos y celebraciones destacas, te conviertes, por intermedio del voyerismo y el fetichismo de la muchedumbre anónima, en un ser popular, deseable, eficiente y operativo a este modelo de sociedad. Zygmunt Bauman, sentenció: “Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.”
Esta distopía que en verdad es realidad, manifestada por una serie de dispositivos de control y poder, que aceptamos incluso racional y lúcidamente, es un sistema global neo fascista, ya que coloca por delante el concepto de “deber ser” ya que tienes la opción preferente y moralmente aceptable de ser un individuo que construye permanentemente al progreso de esa civilización, con la obsesión de hacer cosas y ser feliz.
Lo contrario a esto, es un problema, una alteridad, una asimetría que se vuelve intolerable e insufrible. ¿Cómo vas a publicar en redes sociales que no eres feliz? ¿Cómo vas a comentar tus problemas y crisis personales en el trabajo y en la comunidad? ¿Cómo vas a renunciar a tu trabajo para optar por proyectos personales, o por otro estilo de vida o simplemente renunciar por renunciar? ¿Qué es eso de contravenir los convencionalismos de relaciones interpersonales? Si lo haces, todo indica que tienes una tendencia irremediable a la inutilidad, o en una de esas posees desórdenes mentales, o eres un manifestante contracultural que pierde el tiempo. Porque entonces, te transformas en enemigo, en lo indeseable, lo execrable y todos los dispositivos de opresión aparecen y aparecen: los sistemas educativos, la familia, los aparatos del Estado, y lo más exquisito del sistema, los psicólogos y psiquiatras. Estos, te drogarán para “encajar de mejor formar en la sociedad” y apagar tu fuego individual.
Claudio Naranjo dice que esta sociedad está enferma, al igual que un loco no reconoce su locura, andamos por la vida asumiendonos sanos, no reconocemos nuestra enfermedad. Por otro lado tenemos el concepto de normalidad, con el imperativo de que “debemos ser normales”, trae consigo un principio de conformidad terrible. Muy buena columna!!
Lindo artículo. Coincido en casi todo. Pero no se puede usar la regla de falsa generalización. Yo soy psicóloga y me sentí tocada yo me siento una comunicadora social primero que nada y bueno no todos los psicólogos son iguales. Pucha.
Apreciada Claudia:
Sin duda esa generalización puede ser hasta dañina, pero en verdad me refiero a la línea de Foucault, en cuanto y en tanto, la psiquiatría es un dispositivo del biopoder.
Un abrazo
….el deber ser es lo que te encarcela en.la vida, una prisión que te acompaña perpetuamente…
Comparto este escrito, no sólo por e l hecho de expresar un sentimiento de opresión social en el que vivimos…mas bien comparto por que es un retrato de mi ex vida de convicta…porque hace un tiempo deje mis grilletes sociales, prejuicios cínicos de gente amargada…hoy empiezo mi libertad sin ese anhelado deber ser, hoy comienzo mi libertad (condicional o no) con mi tan querido asi soy yo…y si al otr@ no le gusta, bueno yo opto por la libertad perpetua.
No creo que seas completamente libre.
Nadie lo es en esta distopía.