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Si bien desde hace muchos años no hago política y desde hace también bastantes he ido reflexionando desde diversas fuentes sobre el mundo social y no sólo desde  una ideología compacta, provengo de un movimiento político que nació bajo el influjo directo de la revolución cubana, con todo lo que aquello significa respecto de la reflexión social y de la acción. Esto no deja de ser determinante para mí. Por cierto, no porque racionalmente aún mantenga las discusiones que tenía en la década del 80’ o el racional duelo, valga la redundancia, que tuve en los 90’.  De hecho este artículo no es del corte político que se daba en esas décadas de debates  militantes. Este texto más bien apunta a una reflexión en el campo de las emociones, aunque también roza ciertas aristas sobre la pretensión racional de los actos de ayer.

Hace algún tiempo, un amigo me regaló un libro sobre la revolución nicaragüense: “Adiós Muchachos”, escrito por Sergio Ramírez, quien fuera vicepresidente de Nicaragua bajo el gobierno revolucionario. Como se sabe, y si no, lo explico, mi generación fue  bastante influenciada por el sandinismo, en tanto veíamos en el proceso de lucha contra Somoza y el  posterior triunfo popular, un modelo menos rígido de realización de una política revolucionaria que lo que ya observábamos en  la Cuba de los 80’. Pero más allá de lo anterior, la revolución nicaragüense nos tocaba en nuestras fibras íntimas como la cubana lo hizo con nuestros padres, pues a cada generación le toca lo que le toca como drama o como elan vital. La cuestión es que el libro me introdujo en meditaciones más racionales que de otro  tipo. Fue el comienzo de una mirada sistemática del error. Claro, uno entiende con esas lecturas y otras, que las cosas nunca son como uno quiere, sino que tienen un desarrollo propio inoculado con las grandezas y miserias humanas, y así los resultados pueden ser bellos y a la vez épicos, como también muy feos y burdos como las más miserables de las miserias. Sin embargo estas meditaciones  no pasaron de ser para mí, un ordenamiento o explicación de los evidentes factores que constituyeron la derrota. Una especie de listado de variables que nunca debieron haberse puesto en movimiento pues no nos permitieron triunfar. En términos gruesos cuando uno realiza este listado no es difícil llegar a conclusiones más abstractas, que en definitiva han sido las que he expuesto a lo largo de los años en los distintos artículos y ensayos en SITIOCERO.

Pero la semana pasada vi el documental “El Edificio de los Chilenos”, de Macarena Aguiló, hija de quien fuera el Secretario Interior del MIR. Tal cual dice la reseña de la película: a finales de los años 70, los militantes del Movimiento de Izquierda Revolucionaria exiliados en Europa regresaron a Chile a luchar clandestinos contra la dictadura. Muchos de esos militantes tenían hijos que no podían llevar con ellos. Para esos hijos nació el Proyecto Hogares, un espacio de vida comunitaria que reunió a cerca de 60 niños que fueron cuidados en La Habana por 20 adultos que llegaron a ser sus padres sociales. Volví con la película a Cuba y sus derroteros, que pese a Nicaragua siguió siendo una enorme ola cultural, política, social y cotidiana que no sólo cubrió a nuestros padres sino a nosotros mismos y quizás a nuestros hijos. Inmerso en las imágenes y entrevistas me di cuenta que pese a los muchos ensayos racionales escritos por mí, respecto de la inviabilidad de construir y transformar el mundo como se pretendió hacerlo en las décadas del 60’ al 80’,  siempre he vuelto o he mantenido algo más fuerte y más determinante de mí ser individual y social como motor de vida. Dicho de manera simple y como un ejemplo, paradojalmente mientras escribía esos artículos críticos, continuaba escuchando la música cubana de inicios del 70’. Pero ello que pudo haber sido una costumbre, no era sino la expresión que acogía y escondía, como el consciente acoge y esconde al inconsciente, una valoración de un modo de pensar, sentir y actuar. Y el documental descrito me lo mostró sin retóricas. Así como un cachetazo, una especie de remezón directo ya no al pensamiento que busca explicaciones a posteriori, sino al sentir profundo. En primer lugar uno de los niños que perteneció a esa comunidad, y que sale hablando sobre sus vivencias como hijo social,  fue  sino mi amigo, una persona con la que mantuve, por mi militancia, relaciones durante años, como también con uno de los padres que entrega su testimonio.

Direccion del MIR.1971.
Direccion del MIR.1971.

Paf, no era un documental sobre otros, no, era sobre mis relaciones, en el fondo entonces sobre mí. Paf, la pena de ellos, ya no era la pena de otros, víctimas exteriores a mí mismo, sino mi pena. Paf, la desazón, el dolor, de haber institucionalizado la dolorosa separación de padres e  hijos,   ya no era un desgarro de personajes, sino de personas con las que yo conviví y con/creí. Paf, era entonces mi desazón, mi dolor, mi duelo. Viendo la película me di cuenta que a pesar de mi crítica ideológica, me quedó prendado al corazón ese elan vital poderoso y pegado al pecho desde adentro, ese que expresa con tanto brillo Nicolás Guillén: “Haz que tu vida sea/ campana que repique/ o surco en que florezca y fructifique/ el árbol luminoso de la idea”. O del mismo poema, aquel verso que proclama “…busca el empinamiento de la cumbre, /y si el sostén nudoso de tu báculo/ encuentra algún obstáculo a tu intento, / ¡sacude el ala del atrevimiento/ ante el atrevimiento del obstáculo!”. Un elan que tantas veces no nos permitió conmovernos con nuestras propias vivencias personales, en aras de emocionarnos con la patria abstracta y una libertad de carácter heroico.

Me atrevo a decir que vivimos ayer un mundo que se mostró siempre diáfano gritándonos: no basta la idea luminosa para construir una realidad luminosa, ni basta la exageración y el atrevimiento  para vencer los obstáculos. No basta con enarbolar amores patrios o de clase, para actuar desde el amor con uno mismo y con quienes nos rodean en nuestra vida familiar y afectiva más cercana. Mi pena y mi duelo es darme cuenta que aquel  modo vital de entender y amar, tan mío aún y desplegado ya en otras actividades,  no necesariamente transforma, sino que tantas veces retrotrae nuestros espíritus y cuerpos a lo indeseado. No sólo a las derrotas políticas, sino que incluso en los triunfos a formas de convivencia rígidas y autoritarias, porque esta matriz incapaz de distinguir el sueño del entorno, trata por todos los medios de empujar a otros a valores y actitudes que nacen de nuestra propia mente como un constructivismo exacerbado de lo humano, y que llega  a colocarse fuera de todo lo realmente humano, convirtiéndose en exigencias, disciplinamientos y órdenes.

Combatiente sandinista
Combatiente sandinista

Fueron valientes, fuimos valientes, fueron amantes de Chile y su destino, fuimos amantes de Chile y su destino, fueron derrotados, fui derrotado. En todo intento erramos desde el pensar y sentir el mundo, alejados del mundo y de nuestras vivencias más íntimas, pero lo intentamos con la mayor porfía y arrojo, poniendo en riesgo nuestras vidas, el pecho a las balas. No lo logramos y otros tampoco, ya se ven sus uniformes demasiado planchados, su vejez como rutina y acomodo, sus discursos como mandatos. Y por ello, por mí y ellos lloré, y he comenzado ahora a mis 50 años a hacer el único duelo que vale la pena, el duelo emocional de la pérdida, sobretodo de la pérdida de la perspectiva del sentido de lo humano cuando tratábamos de cambiar el mundo inhumano en el que estábamos obligados a movernos.

Sin embargo la historia no está escrita por mano ajena. Lograrán otros y otras inventar nuevos modos que distinguiendo lo posible de lo imposible construyan la vida feliz que nos merecemos. Lograrán otros y otras inventar nuevos mundos pero acoplándose al entorno palpable y a las emociones íntimas, para transformar.  Yo por mi parte vivo mi último duelo, desde el corazón, pero no me detengo, lo que me queda de vida trataré de debatir y de cambiar ideas conmigo mismo y con mi comunidad, para aprender del camino que hicimos, para amar la vida y cambiarla  ligado a la vida misma, a mis valores íntimos, al diálogo entre mi razón y mi emoción,  una y otra vez, y como siempre con la porfía, la valentía, y el arrojo que me enseñaron mis amigos y amigas, mis compañeras y compañeras del ayer.

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