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Pareciera que vivimos en una era en la que los límites se modifican a gusto de cada cual, y lo que antes parecía claramente correcto o erróneo ahora está sujeto a la libre interpretación de los interesados.

Así ocurre en distintos casos que han venido preocupando al público, desde el fallecimiento de 1.313 niños en hogares del Servicio Nacional de Menores en los que nadie es responsable hasta el procesamiento de un grupo de integrantes de la etnia mapuche por actos calificados como terrorismo pero que ahora son delitos comunes o la fiesta de los Mil Tambores en Valparaíso, en la que los organizadores no se hacen cargo de la suciedad o los daños.   Agreguemos un caso de femicidio en el que el tribunal no encontró evidencias para sanciones a quienes ya habían sido juzgados por los medios de comunicación y vemos que se llegó a cuestionar la seriedad del Poder Judicial por un fallo que no fue del agrado de la galería.

Así es fácil.   Todos los derechos para uno y que los deberes los resuelva otro, que en general termina siendo el Estado, cada vez más atado de manos para ejercer la autoridad que le reservan la Constitución y las leyes.

En un afán por parecer amable y generoso, natural en época de elecciones, se cede a las exigencias de cualquier grupo, por pequeño que sea, porque la imagen de un Gobierno que restringe derechos afecta los votos.

La seriedad de una sociedad exige que las reglas sean claras, conocidas por todos y respetadas de verdad y que si la ley dice una cosa no se inicie un movimiento destinado a modificar la ley para darle en el gusto a los que se sentían afectados por la ley.

Algo similar ocurre con la ética.   Si la ley dice que una acción está permitida, da lo mismo que sea incorrecta, y si la ley señala que es efectivamente una acción prohibida se procede a cambiar la ley.    Siempre se argumenta a favor que las sociedades cambian y que las normas legales tienen que adecuarse a las nuevas realidades, que lo progresista es hacerlo y el conservador es el que se resiste al cambio, que la modernidad, que la evolución, que los derechos de las personas son superiores al Estado.  Lo único que falta decir es que los deseos de los individuos están primeros que el bien común.

El problema es que no nos damos el tiempo de ver hacia dónde está evolucionando la sociedad.  No se trata de congelar el tiempo sino de hacer una pausa y fijar los límites necesarios para que no lleguemos al punto en el que se cambia sólo por cambiar.   No es conservadurismo, es racionalidad.  Los acuerdos que toma la sociedad no se pueden cambiar cada dos meses.

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