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Es posible que sea efecto de las redes sociales, pero en estas elecciones más que antes parece haberse polarizado la sociedad al punto de que los partidarios de los candidatos concentran sus energías en criticar a los contendores en lugar de resaltar las virtudes del hombre o mujer a quien se adhiere.  Es lo que se llama ser más papista que el Papa y ya sabemos que los cuidados del sacristán pueden llegar a matar al cura.

Es legal siempre que no se llegue al insulto o la calumnia, y la legitimidad cae en el terreno de la libertad de expresión, pero hay algunos casos que parecen denotar la existencia de algún grado de enfermedad mental, al menos en el terreno de los trastornos obsesivos compulsivos.

Para algunos parece una señal del vecino apocalipsis que pueda ser electo el candidato contrario a sus ideales y la verdad es que, salvo en un par de ocasiones, el país ha salido indemne de sus decisiones políticas, por lo que no hay motivos para suponer que esta vez pueda avecinarse una catástrofe.

Lo que es preocupante es poder saber qué pasa por la mente de algunos que se desesperan a tal grado por los comicios que no dudan en denostar a quienes piensan distinto en forma violenta, que son capaces de romper relaciones de amistad y parentesco de años por las diferencias políticas y que llegan a creer que su candidato y sólo su candidato es poseedor de una verdad única, como si le hubiera sido relevada por decisión divina.

Posiblemente se trata de personas que necesitan sentirse parte de un grupo de la comunidad, ya sea por soledad, el propósito de hacer carrera política u obtener contactos para su conveniencia personal.

Es posible también que se trate de gente que necesita creer en algo y que, desencantada de las religiones o del ídolo a que se aferraba con anterioridad, ha elegido al político como explicación de la vida y de sus misterios, como proveedor de certezas y administrador de sus opiniones.

Lo que preocupa es la falta de objetividad para darse cuenta que esa lealtad al candidato está a un milímetro de convertirse en un fanatismo que, por definición, es ciego y reniega de los demás.

Entonces cuando alguien expresa su inquietud por la polarización política de la sociedad, como si en pleno siglo XXI pudieran volver los peores momentos del ideologismo del siglo pasado e incluso del antepasado, resulta prudente que esa persona se detenga un momento para preguntarse a sí misma en qué medida está contribuyendo a crear el escenario que critica con sus actitudes cotidianas y en sus relaciones con los demás.

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Alguien comentó sobre “Los Papistas

  1. Cierto. Vivimos una fuerte polarización que yo diría que es casi mundial. Basta ver en USA y España por ejemplo, donde las divisiones sobre puntos de vista político han girado hacia derechas e izquierdas sin un contrapeso y sin tolerancia. Preocupante.

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