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Presentación del libro de Luis Weinsten,
el miércoles 15 de noviembre,
en el Colegio Médico de Santiago.

Como editora, contaré algunas anécdotas de este libro, que es parte de la experiencia que me toca vivir al editar la mayoría de los libros de Co.incidir.

Siempre he tenido un pequeño déficit atencional para la lectura. Me distraigo, hay un ruido, quiero café, las hojas tienen cierta textura, suena la alarma del celular,  o, simplemente, hay  una frase en las páginas que me cautiva, y  salgo a volar sobre los grandes edificios, a colgar las palabras en los pedazos de nubes, a reposar junto a los gorriones que casi ya no quedan sobre los cables antiguos, que casi ya no quedan.

Eso es distracción. Requisito fundamental para la poesía. Sin distracción los poetas no sabríamos dónde encontrar a los ángeles sobre vagones distraídos. Andaríamos como chocando con la razón y la miraríamos con cierto gesto de ingenuidad. La razón se cansaría de nosotros, nos pondría un cero, y los poetas, cabisbajos, saldrían por la puerta con aire de dramatismo tipo Charly Brown, hasta que por obra de magia, un conejo rosado, haciendo un masaje exprés al del reloj y su neurosis, nos indicaría que en el segundo piso aguarda otro aeroplano, listo para volar al país de las posibilidades.

Pero elegí el oficio de editar libros.

Un día, con la tolerancia en 0, a punto de sucumbir a un nuevo estrés, me senté frente al computador a continuar la edición de este libro. Y bastó con volver a escuchar al zorro y la serpiente, imaginar la sonrisa del principito, a la rosa lavándose la cara, para saber que en sus voces estaba el Lucho, hablándome, hablándonos de cómo resistir y colaborar con la realidad, con la existencia.

María Alicia Pino, Patricio Alarcón y Luis Weinstein.
María Alicia Pino, Patricio Alarcón y Luis Weinstein.

 

Es que en los libros de Lucho están los personajes más inauditos, los mismos que habitan en la distracción de los poetas: aeroplanos, nubes sentadas en las palabras, ángeles sujetando aviones que quieren pasarse de listos.

Entonces, el mundo de este libro ya no me era ajeno. Ya no me distraía…

No había que buscar tanto afuera, porque Lucho sabe cómo cazar poetas en plena distracción. Él circula, mira las hojas de los árboles, sacude un poco de neblina, sube hasta el último piso de la torre fantasma y se sienta frente a nosotros a contarnos que el desarrollo personal y humano no está allá tan lejos, ni en auditorios ni en la voz de los eruditos, sino que se encuentra en nuestra propia bio-construcción-espíritu-creación; ese Yo que, en el más absoluto silencio, es la voz más profunda y entretenida de la existencia.

Entrar a este libro (como los otros libros de Lucho) fue reconocer y confiar en ese ser que habita en mí, en nosotros, allá tan adentro, tan en el fondo que a veces se nos pierde, inoportunamente y demoramos tanto en recobrar.

Sinceramente, después de este libro, yo me demoro menos.

Yo creo que a ustedes les va a pasar lo mismo.

Con humor, sencillez, sinergia, síntesis, Lucho ha logrado que este libro se torne inolvidable.

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