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Mi hermana mayor dice que heredé el gen del patiperreo de mi madre y me parece un legado precioso Eso, junto con su audacia para improvisar viajes con recursos mínimos e imaginación. Cada año al comenzar las clases estaba la promesa:Si se sacan buenas notas iremos a… Así, junto con el regalo del Viejo Pascuero esperábamos ansiosos el día de enero en que partiríamos a un nuevo destino.

No hay fotos de registro, pero en mi mente puedo recordar cada detalle de esa primera visita a Santiago: ella sujetando las maletas y nosotros aferrados a su mano o a su pollera mirando un tanto aterrados la amplísima Alameda Bernardo O’Higgins, mientras esperábamos la aparición del tío Vita que nos llevaría a su casa en Ñuñoa. Y luego, sentados en el asiento trasero del auto recibiendo la explicación durante el trayecto: “Esa es la Universidad de Chile y ahí está don Andrés bello, su fundador”; o “Este es el cerro Santa Lucía; acá está la Universidad Católica”.

viaje_FBHubo muchos, incontables viajes de ese tipo; al norte y al sur de Chile. Después tuve vuelo propio y seguí sintiendo el mismo cosquilleo en el estómago cada vez que subí a un bus, a un tren o a un avión. Viajes de trabajo o de vacaciones y muchas veces una mezcla de ambos. Mientras otros compraban autos o pieles, yo destinaba los ahorros a pasajes. Como mi madre, supongo que sentía que el territorio doméstico me quedaba chico y necesitaba conocer otros otros paisajes, otros modos de vivir. Especialmente durante la época del toque de queda, la cerrazón y la amenaza…

Dejé atrás el Pacífico y crucé el Atlántico cuando tenía 25 años. Y anduve en tren más de dos meses atravesando Europa desde Lisboa hasta Estocolmo, con un salto hasta Inglaterra. Conocí gente preciosa y conservo un amigo que apareció en el tramo Amsterdam-París al que veo hasta ahora. Ese flaco de pelo largo, que tocaba a Sui Generis en flauta dulce en el sitio en que se enganchan dos carros de tren, se transformó en un profesional destacado y sigue teniendo el aire juvenil de entonces y las ideas humanistas que en aquél tiempo platicábamos en voz baja en nuestros respectivos países

Hubo también personajes insólitos, como un dirigente sindical vasco francés de la CGT gala, al que le perdí la pista a mediados de los 80, después de la emergencia de Solidaridad en Polonia. Y un cura español que me abordó en una estación alemana mientras esperábamos tren para Copenhague, porque sintió que podía darme a entender mejor que él con su refinado latín y griego “¡Y es que estos bárbaros no conocen las lenguas clásicas!” masculló instalándose a mi lado en el andén.

II

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He vuelto a hacer una travesía similar entre agosto y octubre. Pero tuve que desechar el romanticismo del transporte ferroviario, frente a las extremas medidas de seguridad antiterroristas en las estaciones de tren y cruces de fronteras y la emergencia de esos bólidos que hacen imposible la bucólica contemplación del paisaje. Luego de un largo y un tanto contrariado desplazamiento desde Gotemburgo, Suecia, hasta Oslo, Noruega, preferí usar las competitivas líneas aéreas internas. Pero retomé con placer los vagones de los ferrocarriles locales en algunos tramos, arrastrando la pequeña cuatroruedas amarilla, que fue mi fiel compañera durante esos meses. Ahhh!! ese sonido de decenas de maletas siendo desplazadas por los andenes; los coches- comedor; los punki/bestia (una amiga me dijo que en Italia han apodado así a los jóvenes trashumantes que viajan con sus fieles amigos perros, protectores y calentadores a la vez); las chicas lindas yendo del pueblo de provincia a la ciudad capital. Pero también las caras asustadas de los inmigrantes africanos frente a la demanda imperiosa de “papeles”.

Me embriagué con la magnífica luz de los atardeceres en Praga, la música por doquier (iglesias, conservatorios, plazas), sus históricos edificios,  museos, galerías y  bibliotecas. Atravesé la zona de fiordos en Noruega y yendo en ferry por el mar rememoré los canales de los mares del sur de Chile.

El espíritu de Zenón – el alquimista de Opus Nigrum cuya intensa vida lo llevó a trasladarse entre distintos países de la Europa del medioevo para terminar su existencia acusado por la Inquisición- me asaltó mientras caminaba por una estrecha callejuela y tuve que detenerme un rato largo para procesar el momento.

Me perdí varias veces en Turín antes de conocer el exacto desplazamiento de sus tranvías y gocé los momentos sentada mirando pasar el mundo tomando el mejor café.

Casi escribí un guión para un cortometraje policial, mientras observaba el desplazamiento de un hombre atlético y bien vestido hacia su pequeño barco anclado en el lago Lemán de Ginebra. Leí aplicadamente el Manifiesto de los Canuts, los obreros de la seda, en la Croix Rousse, en Lyon. Y en el Museo de las Confluencias asumí que nuestro paso por este mundo es nada frente a la compleja y abisal historia de la humanidad.

Me despedí de Barcelona el día en que Puigdemon ratificaba su decisión de declarar la independencia, escuchando un concierto dirigido por Jordi Savall en el Auditori de Cataluña, en un ambiente cargado de emociones. Tardé días en deshacer la maleta, a mi regreso a Chile y más de una semana antes de desear escuchar  las noticias locales acerca de las elecciones, porque todavía me sentía muy conectada al intenso proceso del referéndum en Cataluña, que tanto me hizo recordar nuestro plebiscito de 1988.

III

Al cabo de decenas de años y de viajes me asalta la sospecha de que no hay un punto de cierre; que los mapas, postales, boletos, recuerdos, anécdotas, experiencias forman parte de un continuo infinito. Y que con el paso del tiempo puedes armonizar esos desplazamientos territoriales con los viajes internos. Que aquello del verso tengo boletos como de octava clase, pero así viajo contenta de este viaje es, para mí, más que la letra de una canción.

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Y no por nada me invadió esa presencia, ese espíritu- el de Zenón o el de Yourcenar que lo creó- mientras caminaba por Břetislavova en Malá Strana, en la ciudad más pluricultural y cargada de significantes y significados que visité en este viaje. Anoche busqué la edición de la novela y releí el prefacio que la gran escritora francesa eligió para esta obra, tomando un texto de Pico della Mirandola: (…) “La naturaleza encierra a otras especies dentro de unas leyes por mí establecidas, pero tú, a quien nada limita, por tu propio arbitrio, entre cuyas manos yo te he entregado, te defines a ti mismo. Te coloqué en medio del mundo para que pudieras contemplar mejor lo que el mundo contiene. No te he hecho ni celeste, ni terrestre, ni mortal, ni inmortal, a fin de que tú mismo, libremente, a la manera de un buen pintor o de un hábil escultor, remates tu propia forma” (Oratio de hominis dignitate).

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Alguien comentó sobre “El viaje

  1. Me encantó tu viaje. Me hizo recordar que unos 20 años atrás hice un “mochileo” por Europa. Buenas tus descripciones, la comparación de ayer y hoy. Pleno de vivencias.

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