Compartir

Hoy visitaron mi casa dos aves. “Visitaron” puede ser un pensamiento mágico de mi perspectiva humana; ellas se deben haber sentido más bien atrapadas.

La más grande revoloteaba contra un vidrio fijo, quince centímetros más arriba de la ventana completamente abierta. El más pequeño en cambio, estaba lejos de la ventana, parado sobre una cortina de paja desde la cual miraba todo lo que sucedía.

Cuando las aves entran a mi casa, intervengo lo menos posible, hago como si no estuvieran, pues acercarme les provoca más stress y esto parece dificultar sus posibilidades de encontrar la salida.  Abro otras ventanas, especialmente las que dan hacia la luz y habitualmente al cabo de un rato se van.

En cuanto abrí la gran ventana, el ave más pequeña voló rauda hacia ella y se fue sin decir ni gracias. La más grande en cambio, pese a estar a unos pocos centímetros de la salida y con la otra gran ventana al frente, se quedó en el mismo lugar, azotándose contra el vidrio fijo, cada vez con más ahínco incluso deteniéndose a veces por el cansancio e intentando picarlo.

Hace días que venía reflexionando sobre estas estrategias fallidas que observo a menudo en las mariposas, las abejas, las avispas,… en nosotros los humanos.  Cómo configuramos nuestro sistema neurológico, establecemos un patrón interno y aunque no sirva para lograr aquello que deseamos, lo seguimos repitiendo, a menudo con más ganas, con más fuerza como si aumentando la intensidad hubiese más probabilidades de hacer funcionar aquello que no funciona. Cada uno podrá recordar u observar decenas de estos ejemplos en sí mismo o en otros. Y a menudo la solución está tan cerca, no hay que cambiarlo todo; se trata de buscar un poco más lejos, juntarse con otras personas, incorporar una pequeña diferencia… En el caso del ave era simplemente “mirar” o volar quince centímetros más abajo, no obstinarse con la primera luz que vio y que configuró su estrategia de salida.

Durante una hora escuché al ave chocando contra el vidrio. ¿Intervenir o no intervenir? ¿Cómo hacerlo sin asustarla todavía más, con el riesgo de que se quebrara una pata o un ala?  Me acerqué con un plumero y la empujé suavemente hasta la ventana abierta; ella, agotada, se dejó ayudar. Emprendió un vuelo espléndido y en pocos segundos la perdí de vista.

Compartir

5 Comentarios sobre “Los vidrios y ventanas que no veo

  1. Me encantó! Una vez más convencida del poder de la observación…además de ver el mundo exterior, nos puede ayudar a ver nuestro interior ✨

  2. Ojalá todos tuviéramos alguien que bus observara con tanto cariño como para acercarnos a la salida con el halo de un plumero. !

  3. La escena se prestó muy bien para la metáfora. He visto en derredor muchas escenas que nos hablan, y tal vez nos hablan. Qué privilegio esas visitas.

Responder a Marcela Hoppe Guiñez Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *