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Habitualmente uno calificaría a un Gobierno que actúa sin oposición como una dictadura, pero como en Chile tenemos la costumbre de hacer las cosas de manera distinta a los demás países, tenemos un gobierno sin oposición dentro de una democracia, gracias a que es la propia oposición la que no logra hacer su trabajo.

Curiosamente, la actual administración parece no necesitar oposición porque comete por sí sola de modo flagrante los errores necesarios para no requerir que alguien fiscalice sus actos.   La fallida designación del hermano del Presidente como embajador en Argentina es un ejemplo.  Pero antes se pueden encontrar otros ejemplos con las declaraciones de los ministros de Educación y de Salud, y en cada caso ha bastado con algunos cuestionamientos en las redes sociales para dejar en evidencia la equivocación.

Este asunto podría verse de la perspectiva del oficialismo o desde el punto de visto la de la oposición, y esta es la más interesante porque, salvo voces aisladas que han criticado las decisiones del Gobierno, los partidos no han logrado organizarse como para actuar con claridad ante la opinión pública.  La Nueva Mayoría aún no confirma su fin como pacto político, la Democracia Cristiana no consigue definir su línea política y Fuerza Amplia, a pesar de todas las expectativas que generó por su irrupción en las últimas elecciones, aparece confundida entre sus distintos liderazgos sin una identidad clara.

Las colectividades opositoras han señalado que dedicarán el primer semestre a recomponerse, pero las señales son confusas.  La invitación del Gobierno para cooperar en asuntos específicos no ha ayudado a su claridad, y así algunos deciden participar mientras otros deciden marginarse pero los esfuerzos parecen concentrarse en criticar al antiguo aliado por las decisiones que han adoptado en uno u otro sentido.

Se repiten los errores que llevaron a la derrota electoral de diciembre pasado.  Falta de liderazgos, ausencia de autocrítica, la insistencia en culpar a los otros y, entre medio de un creciente cuestionamiento ciudadano a la clase política, un preocupante distanciamiento respecto de las personas.

Sin embargo, lo más grave si se pone la mirada en el mediano y largo plazo, es decir las siguientes elecciones y el futuro del país, es que no hay una renovación real en las dirigencias de los partidos, y ya no se puede culpar de eso a las urgencias de la transición o al sistema electoral binominal.   Es simplemente que a los líderes de los partidos no les conviene la amenaza de la jubilación, pero eso tensiona el sistema político, fomenta la aparición de nuevos partidos a los que les resulta subsistir con la legislación actual que exige resultados electorales inmediatos y produce un vacío en el equilibrio político que debe haber en un país.

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