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Dos fenómenos inusuales han llamado la atención estos días, el primero derechamente identificado con las olas -la ola feminista- y el segundo asimilable a un tsunami: la situación del obispado chileno, puesto en evidencia en todas sus culpas por el propio Papa.

En ambos casos se trata de movimientos inusuales que han dejado en un franco estado de desorientación a las personas, acostumbradas como estaban a un escenario en el que no solo no hay cambios sino parecía imposible que ocurrieran.

Como las olas, no se sabe en qué evolucionarán estos dos casos, pero hay algunas condiciones que permiten prever que hay cambios ya inevitables en la mente de las personas y que, aunque la ola se retire, serán permanentes, del mismo modo que la playa y hasta las rocas cambian tras la marejada.   Las olas son esencialmente cíclicas y van y se retiran, pero cada oleaje es una inmensa fuerza cuya energía no se disipa sin producir efectos.

En el caso del feminismo, los hombres están siendo sorprendidos -aunque no debieran- por la cantidad de demandas por cambios sociales destinados a igualar las condiciones de dignidad para ambos sexos.   Han sido miles de años de cultura machista y muchos no entienden siquiera el grado de injusticia que ella significa.   Para los hombres, la primera tarea es comprender de qué se trata.

En el caso de la renuncia de todos los obispos, es una clara señal que para la iglesia católica las condiciones de privilegio también se están transformando después de dos mil años.  No es fácil entender que los altos cargos están expuestos a la crítica y que hay conductas de abuso que no son tolerables.

Se trata de cambios culturales en asuntos que muchos pensaban que eran parte central de la naturaleza pero no lo son.   La posibilidad de mostrar el cuerpo en el caso de las mujeres o de que la feligresía se rebele contra la jerarquía en lo que se refiere a los obispos son construcciones sociales reafirmadas por cientos de generaciones que han supuesto que una mujer bien tapada y un obispo que manda y se le obedece constituyen la normalidad, pero no es asì.

Todo lo que nos diferencia como especie de los animales es consecuencia de la cultura, de un acuerdo social en el que se aceptan ciertas situaciones en nombre de la mejor convivencia, pero puede ocurrir perfectamente que esos acuerdos sean puestos en duda y se pida -exija- un nuevo acuerdo.   Los animales no se visten ni tienen líderes espirituales.  Sólo un jefe temporal para organizar los esfuerzo de la manada.   Todo lo demás se puede concordar cada cierto tiempo y no es el fin del mundo.   Las instituciones cambian, y si no cambian mueren.

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