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Tratar el tema de la evolución de la especie humana en términos abstractos es sencillo, pero se dificulta cuando dejamos de hablar y nos ponemos a actuar porque es en el ejercicio cotidiano, cuando juzgamos con prejuicios, cuando opinamos sin racionalidad, que queda en evidencia cuánto estamos en deuda con nosotros mismos.

Decimos, por ejemplo, que debemos aspirar a la protección de los derechos humanos de todos, pero cuando un grupo de delincuentes mata cruelmente a una mujer para robarle, lo primero que hacemos es fijarnos en que son ecuatorianos para dejar salir nuestra xenofobia y lo segundo es alegrarnos porque en la cárcel los torturas otros reclusos, permitiendo que se asome nuestro afán vengativo.

La dignidad es propia del ser humano y no depende de los actos que realice la persona.  Eso es ética básica e ignorarlo lleva a justificar cualquier medio si los fines son considerados positivos para nosotros mismos, sin atender a que sean benignos en sí mismos, de modo objetivo.   Ese fue el raciocinio para derogar la pena de muerte y reemplazarla por el presidio perpetuo efectivo.

Si un automovilista niega el paso que le corresponde a otro, eso no autoriza al afectado a sacar una pistola y asesinarlo.   La respuesta tiene que ser proporcional, racional y objetiva.  La capacidad de reflexionar sobre nuestros actos es uno de los factores que nos diferencian de los cavernícolas pero cuando apoyamos la respuesta irracional nos estamos haciendo a nosotros igual que el que se comporta de forma salvaje y retrocedemos en el camino de la evolución.

Por supuesto es más fácil decirlo en la frialdad y calma de un teclado de computador y tenemos que asumir que lo más probable es que nuestra respuesta sea diferente cuando somos los involucrados en la situación y ese es precisamente el desafío: Pasar de lo abstracto a lo concreto.

La mayoría de las religiones se basa en una regla de oro, que es no hacer al otro lo que no queremos que nos hagan a nosotros.   Esa es la medida de la justicia que hace posible la convivencia.  No vivimos en las cavernas sino que estamos sometidos a las leyes que nosotros mismos nos hemos dado para organizar nuestro comportamiento en comunidad, pero si en el momento de la afrenta reaccionamos pensando solamente en satisfacer nuestros instintos nos rebajamos en nuestra propia dignidad de seres humanos, dañamos a la sociedad en la que vivimos y abrimos la puerta a que los demás nos hagan lo que les apetezca aunque no les hayamos hecho nada.
Esa es la evolución a la que estamos destinados y a la que nos debemos y la reconocemos cuando nos alegramos del mal que se le causa a otros, cuando apoyamos una injusticia porque la comete el amigo y rechazamos la que realiza el que consideramos adversario.  Es fácil desde el escritorio, pero eso no es meritorio.

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Alguien comentó sobre “Evolución

  1. Que importante es ver la profundidad del tejido social. Cómo ese terrible asalto a una mujer pobre e indígena fue perpetrado por un grupo de inmigrantes marginalizados. La frialdad humana que se toma las grandes ciudades.

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