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Siempre es bueno revisar el diccionario para comprobar el uso correcto de algunas palabras que se ponen de moda, como ocurre con la “deconstrucción” (deshacer analíticamente los elementos que constituyen una estructura conceptual) o la segregación (que en su segunda acepción es separar y marginar a una persona o a un grupo de personas por motivos sociales, políticos o culturales).

 

Estas citas vienen a propósito de dos fenómenos sociales que vienen ocurriendo en el país, por un lado la propuesta de deconstruir el machismo para acoger de mejora manera las demandas femeninas y por el otro el plan del alcalde Lavín para construir viviendas sociales en un barrio de Las Condes, que aunque se la considera una comuna rica tiene sectores que son de clase media, como ocurre precisamente con la zona en que se levantarían estas viviendas.

 

Para avanzar en la comprensión de este asunto que parece haber calado profundamente en lo que es el “alma” nacional, es conveniente deconstruir un poco en la historia.   Hasta mediados de la década de los ‘70s pobres y ricos vivían relativamente juntos, y así nanas, jardineros, obreros de la construcción, entre otros oficios no tenían que cruzar la ciudad hasta sus lugares de trabajo como ocurre en la actualidad en que consumen 3 y hasta cuatro horas diarias en desplazamientos.  Esa cercanía permitía además que las personas se conocieran y mantuvieran lazos de confianza.   Eso fue antes que entraran con fuerza la droga y la delincuencia en las ciudades.

 

Nadie cuestionaba ese desarrollo heterogéneo de las ciudades hasta que, una vez instalada la dictadura militar a algún oficial del Ejército (se cree que acicateados por las esposas del alto mando) resolvieron que esa situación no se podía seguir manteniendo así y a punta de fusil, a veces de noche, los pobladores de los barrios altos fueron transportados en camiones a la periferia e incluso a otras ciudades para que dejaran de ser vistos.   Nació así la segregación.

 

Sin embargo, a casi medio siglo de esa imposición hemos empezado a descubrir que la segregación tiene muchos aspectos negativos.   En primer lugar, el surgimiento del miedo al desconocido (sea pobre, extranjero o cualquier otro adjetivo), que permitir el crecimiento descontrolado de la periferia trae costos urbanos que asume el Estado, como crear y mantener redes de transporte y el equipamiento básico de vivienda, salud y educación.  Eso en lo que se refiere a costos medibles en términos económicos.

 

Fuera de lo material, hay un gasto importante en términos de postergación, marginación y sentimientos de menoscabo que parcialmente han incidido en el malestar de las personas contra lo que ellos perciben como el poder.

 

Es todo ese proceso el que hay que deconstruir en el futuro inmediato y las casas de Lavín son apenas la punta del iceberg de segregación, individualismo y materialismo que legó la dictadura y que la Concertación y luego la Nueva Mayoría no pudo o no quiso enfrentar.

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Alguien comentó sobre “Deconstruir la Segregación

  1. Santiago fue sectario desde sus comienzos. Desde la Colonia e Independencia, la “servidumbre” y los “sectores bajos” vivían al otro lado del Mapocho, en el barrio La Chimba, que hoy es Bellavista, Recoleta. Posteriormente, los sectores de más recursos se fueron alejando del sector poniente y céntrico, que alguna vez fueron elegantes, hacia las nuevas urbanizaciones de Providencia, Ñuñoa y El Golf. Lo que hacía parecer mas cercano todo, es que las distancias todavía no eran tan dramáticas. Por ejemplo, el barrio industrial de Independencia y Vicuña Mackenna estaban muy próximos al Centro. Solo cruzar el puente. Pensemos que los actuales paraderos 1, 2 y 3 de Vicuña Mackenna eran los extramuros, el sector industrial. Hoy, esos paraderos parecen estar en pleno Centro, ya que se extienden hasta el 33 en Puente Alto.

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