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El debate que se ha abierto en torno a la posibilidad de establecer el aborto libre en Chile ha hecho rebrotar el permanente debate que hace la diferencia entre derechas e izquierdas más que ningún otro asunto político o económico.   Unos defienden el derecho de las personas a decidir libremente porque nadie reina en ellos más que ellos mismos (ni Dios, ni el Estado, ni el resto de la sociedad), en tanto que otros postulan que las personas se insertan en una comunidad y, por lo tanto, tienen una serie de responsabilidades entre las que cabe la prolongación de la especie.

Esa es la verdadera piedra de discordia en la sociedad y es la que permite definir posiciones.   Es por esa razón también que se pueden encontrar liberales y conservadores entre quienes se identifican como personas con un pensamiento de derecha o de izquierda.

Resulta curioso, en todo caso, constatar que los temas que forman parte de la discusión valórica de las naciones surgen desde la sociedad y no desde el Estado, lo que se explica porque el Estado habitualmente prefiere no modificar las condiciones de vida de la sociedad en sus aspectos esenciales porque es más cómodo, porque es más sencillo y porque se abre una puerta a cambios impredecibles en ese momento.

Cuando se aprobó el aborto en tres causales era evidente que pronto surgiría la exigencia del aborto libre, y eso fue advertido claramente por quienes se oponían a la primera ley de aborto.   Es un hecho, no un argumento.

Presentado el tema, la clase política intenta siempre desconocer la existencia de un asunto que inquieta a parte de la población -sea mayoritaria o minoritaria- y más tarde, cuando la demanda por el cambio explota, trata de utilizarlo en su favor, ya sea respaldándolo u oponiéndose.  Con el aborto será lo mismo.   Luego vendrán la eutanasia, el matrimonio entre personas del mismo sexo, la adopción de niños por parte de homosexuales y quién sabe qué más.

Es difícil predecir si estos cambios son positivos o negativos para una sociedad como la chilena, tan pacata, pero sí resulta claro que, una vez abierta la llave de las demandas por una mayor libertad personal, es imposible cerrarla.  Cuando se aprobó el divorcio el año 2004 se vaticinó el fin de la familia como se la concebía tradicionalmente, una suerte de apocalipsis moral, pero nada de eso ha ocurrido.

Desde que Chile se reinsertó en la comunidad internacional, era inevitable que se imitaran los pasos dados por otras naciones, y hasta ahora ha estado entre las últimas naciones en adoptar cambios en lo que se conocen como temas valóricos.  ¿Imitación o necesidad?   Eso no entra en el debate.

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