Compartir

El debate político de esta semana estuvo centrado en la controversia entre el Ejecutivo y el Congreso a raíz de la tramitación de los proyectos de ley.  Los parlamentarios opositores acusan al Gobierno de no presentar proyectos, en tanto que el Presidente denuncia “flojera” de senadores y diputados por no trabajar en sus propias mociones y los invita a ponerse a trabajar.  Luego la discusión pasó a debatir si importa más la calidad o la cantidad de los proyectos.

Puras fintas mediáticas para no asumir las responsabilidades que todos tienen.

Para el Presidente es fácil acusar al Congreso de cualquier cosa porque, con el desprestigio de los parlamentarios, apuesta con seguridad a que la opinión pública le otorgue su favor, pero descuida el hecho que crea un malestar y un deterioro de las relaciones que redundará en la tramitación de los proyectos que pueda presentar en el futuro.   A su vez, el Congreso sabe que no puede tensar aún más la relación entre ambos poderes del Estado porque los pocos proyectos propios que puedan impulsar y aprobar los parlamentarios requieren al final que el Ejecutivo los promulgue para que se conviertan en ley.

Los dos se necesitan mutuamente en una relación simbiótica en la que cualquier discrepancia es motivo de entorpecimiento para que se pongan en ejecución las iniciativas que puedan favorecer a las personas.

Es legítimo este juego político, en la medida que no se abuse y, como no ocurre con el fútbol, se entienda que es un juego y no la realidad porque ponerse a discutir quién trabaja más o menos que el otro en definitiva sólo contribuye al deterioro del sistema político y la imagen de la democracia.

Más allá de las diferencias ideológicas, lo que se requiere es eficiencia, que las leyes no tengan que ser remendadas con nuevos proyectos, que las medidas del Ejecutivo no sean cuestionadas por la oposición, que la oposición entienda que, aunque parezca tener mayoría en el Congreso, no está a cargo de la tarea de gobernar.

La gente que se deja deslumbrar por los fuegos artificiales es poca, al igual que los que militan en partidos y han decidido entender la realidad con la óptica doctrinaria, y los dirigentes políticos, del lado que sean, tienden a suponer que la persona que les palmotea la espalda o el que repudia cualquier cosa que hagan porque tienen posturas contrarias, no representan a la mayoría de la ciudadanía que solo espera que todos se pongan a trabajar de verdad, y se dejen de fintas y acrobacias para las cámaras de televisión.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *