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Cuando Francisco de Orellana llegó navegando desde el Orinoco al Amazonas -tierra llamada por los nativos “Inhamunda”- fue la primera vez que un blanco foráneo recorrió el río, quedando registrado ese encuentro por los cronistas de la época. En ese momento, cuando descendió a tierra se encontró con una aldea que sólo estaba habitada por mujeres guerreras quienes le atacaron con lanzas y flechas produciendo una herida en su ojo. Lo que Orellana no podía ni siquiera imaginar es que ellas probablemente estaban realizando un ritual llamado “Yamurikumã” -que hasta hoy realizan los indígenas Xingú de Brasil- y en el cual expulsan a todos los hombres de la Aldea para que vayan a cazar y a pescar para ellas mientras realizan esta fiesta. Por ello, sólo creyó que estas tierras estaban habitadas por mujeres muy hostiles y llamó al río “Amazonas”, haciendo alusión a un mito griego de otros tiempos y otros mundos.

En la actualidad, la Amazonía está conformada por un amplio territorio que incluye varios Estados del Brasil y un bioma inmenso, diverso y complejo que todavía tiene zonas inexploradas y otras probablemente mal interpretadas.

Amazonas, árbol seco. Fotografía de Alejandra Faúndez.
Amazonas, árbol seco. Fotografía de Alejandra Faúndez.

Desde el día 22 de Julio de este año, con un grupo de indigenistas y un indígena “Tukano”, recorrimos más de 1000 kilómetros de río en esta región, pero esta vez hacia el este, al revés de Orellana, navegando por 20 días el río Negro, cuyas aguas son literalmente de un color oscurísimo que produce unos reflejos del cielo, de la selva, de las estrellas que parecen fractales u obras de arte moderno.

Toda la zona que comprende el Alto Río Negro, hasta hace poco, estaba habitada por 20 pueblos indígenas organizados en más de 500 comunidades y distribuidos en la inmensidad de aproximadamente 10 millones de hectáreas. Es probable que, en los últimos años, esta situación haya experimentado cambios profundos, ya sea por causa de la explotación de la industria extractiva como la tala ilegal del bosque, el turismo, el tráfico de especies exóticas, como también los cambios climáticos en el sistema planetario y por las migraciones de pueblos indígenas que habitan países vecinos y que no saben de fronteras en un territorio que habitan sus ancestros por miles y miles de años.

Amazonas, Jeroncio. Fotografía de Alejandra Faúndez.
Amazonas, Jeroncio. Fotografía de Alejandra Faúndez.

Durante este viaje, mi tribu estaba compuesta por un grupo de 7 mujeres y 4 hombres (entre fotógrafos, escritores, periodistas, psicóloga, maestra, actriz, arquitecta, publicistas y yo) y tuvimos la oportunidad de experimentar muchas de las bondades, aclarar inquietudes y descartar falsas creencias al conocer un poco de esta tierra tan misteriosa como desconocida.

Desde mi experiencia personal, lo primero que puedo decir es que se amplió mi capacidad de asombro. Todos los días podíamos vivenciar muchísimas experiencias que son absolutamente irrepetibles: desde los amaneceres y atardeceres coloridos que se duplicaban en su reflejo con las aguas y que ofrecían un espectáculo como pocos he podido presenciar; las tormentas eléctricas perfectas con tres focos de rayos sincronizados como si fueran efectos especiales; las lunas rojas y gigantes que se reflejaron en el agua del río formando un signo de exclamación; la presencia de los “botos” con su danza sutil al atardecer (son unos delfines rosados que habitan estas aguas); también una nube de mariposas nos despertó una mañana y entraron por decenas a nuestras hamacas sin respetar ni a los mosqueteros. Al mismo tiempo, de tener a la vista -todo el tiempo-, cientos de tipos de verdes y de árboles increíbles que en su mayoría estaban cubiertos de río y solo divisábamos sus copas al sobresalir varios metros sobre el agua.

Las rutinas diarias fueron simples y básicas: desayunábamos fruta, beijou con mantequilla (una especie de tortilla de harina de yuca), café fuerte y algunos pasteles tibios de harina de maíz. Al almuerzo arroz con frijoles y alguna carne de pollo, paca y mucha variedad de peces de la zona (Pirarucú y Tambaquí fueron los preferidos); para la cena también peces, fideos con distintas variedades de acompañamientos, arroz, frijoles y para beber, siempre mucho café, agua, guaraná y sólo algunas veces cerveza.

Amazonas, mujer Tuyuka. Amazonas, Jeroncio. Fotografía de Alejandra Faúndez.
Amazonas, mujer Tuyuka. Fotografía de Alejandra Faúndez.

En el trayecto visitamos dos comunidades indígenas: la primera fueron los Tuyucas que están ubicados a unas dos horas de Manaos en barco. Ellos llegaron a ese lugar hace pocos años porque antiguamente habitaban tierras colombianas. Nos recibieron con sus ropas y danzas típicas, hormigas asadas y larvas para comer. Belleza total sus rostros, sus atuendos, su música, sus bailes y su recibimiento. Venden su artesanía para subsistir y allí tomamos muchas fotos y se quedó con ellos la primera placa solar que vinimos a entregar.

La segunda comunidad indígena estaba mucho más lejos. Llegamos allá en el día 14 del viaje, para ello nos desviamos hacia un afluente del Río Negro llamado Río “Caboumurí” hacia la frontera con Venezuela, para lo cual tuvimos que tomar unas pequeñas embarcaciones dado que el capitán no quiso navegar en un río desconocido porque las piedras podían provocar un accidente en el barco. Según Jeroncio (Cacique y uno de los 5 “Pajés” o chamanes de los Yanomami) demoraríamos unas 3 horas en llegar, pero nos dimos cuenta que el tiempo es muy relativo en este lugar, nos demoramos seis horas. Llegamos allá al atardecer, mientras una jovencita estaba en pleno trabajo de parto y cuyo primer gemelo nació muerto. Los niños de la comunidad estaban todos volcados a observar qué sucedía en aquella casa donde una mujer jadeaba y uno de los Pajé más anciano cantaba y danzaba con los espíritus (“Xapiris”) para ayudar y proteger a la mujer y a la comunidad. Todo esto ocurría en un escenario delirante, donde reinada un silencio profundo que era alterado solo por los gritos o los cantos de nacimiento, mientras tanto nuestra tribu buscada un lugar para colgar las hamacas y preparar algo de comida porque la noche asechaba y, aunque había gente a nuestro alrededor, no podíamos olvidar que éramos unos extraños en medio de la selva amazónica. Finalmente, nació el segundo bebé y recibió todos los cuidados necesarios en sus primeras horas de vida y nosotros logramos instalarnos en un espacio abierto y techado, que en realidad era la escuela de la comunidad.

Las otras cuestiones que más me impactaron en este viaje fueron la presencia de militares que aparecieron un día cualquiera como por generación espontánea al lado del barco, lo recorrieron y revisaron el contenido de nuestras maletas. Pero debo decir muy honestamente, que el protagonismo lo tuvo siempre la naturaleza, la “Pachamama” en todo su esplendor, que se desplegó cada día para nosotros como un regalo increíble e indescriptible.

Encuentro con la Ceiba.
Encuentro con la Ceiba.

El momento más conmovedor para mí fue cuando llegamos al encuentro con uno de los arboles más antiguos de la selva amazónica, una Ceiba de cientos de años (llamada “Sumaúma”), que perfectamente podría haber inspirado a Cameron para la película Avatar. Allí mi tribu me permitió tener un contacto único e irrepetible. Ese momento mágico -que fue fotografiado amorosa y respetuosamente- más el video que hice unos días después con los Yanomami, desató también una de las noches más alegres de este viaje, en que fui objeto de todo tipo de chistes y risas sobre las posibilidades que podía generar la construcción de “PachamamaTube”, una especie de canal alternativo para la difusión de videos indigenistas. Esta conversación fue tan divertida que pasamos varias horas de aquella noche riéndonos e inventando productos asociados, desde un templo, logotipo, unos sonidos guturales que se escapaban espontáneamente y que los transformamos en mantras, cantos, símbolos, souvenirs, y todo tipo de artefactos en lo que parecía la reunión de un equipo creativo en el diseño de una campaña publicitaria alternativa en medio de la selva amazónica. Este fue un momento memorable, una especie de acto terapéutico para quienes ya estamos cansados de falsos dioses, gurús, iglesias, sectas, evangelizadores de último minuto, venta de espejitos y creencias engañosas que tanto daño han hecho a nuestros pueblos y a nuestras almas.

Amazonas, Exclamación de la Luna. Fotografía de Alejandra Faúndez.
Amazonas, Exclamación de la Luna. Fotografía de Alejandra Faúndez.

Con todo, este viaje fue en dirección al Brasil profundo, abandonado, cambiante, desolado e indómito que nunca imaginé conocer y explorar, y al mismo tiempo, fue un viaje hacia nosotros mismos, con todas las posibilidades que otorga el silencio de la selva, que nos permitió entrar en lo humano del día a día, jugar, cantar, fotografiar, leer, escribir, dejar placas solares de luz para las aldeas, disfrutar del sol y de los baños del río Negro, soñar, aprender de los otros, construir amistad, hablar de muchos temas que nos convocan a mejorar este mundo que habitamos y compartir solidariamente casi todo, en un barco que fue nuestra casa por 20 días y en que me encariñé más todavía de un grupo de seres adorables y cada vez más Amazonados, porque puedo concluir que de la Amazonía nadie sale ileso.

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