Compartir

Estos días los analistas se han solazado con las discrepancias asomadas en la aparente armonía que existía en las filas de los partidos oficialistas de Derecha, a propósito del capítulo del ya renunciado Ministro de Cultura que, como era previsible, desató el temporal casi al sólo mencionar el tema de los derechos humanos.

Es evidente que para la Derecha se trata de un asunto difícil, en el que además se refleja su posición casi traumática respecto de la dictadura, porque si una cosa define a la Derecha es su apego al orden, y si bien la dictadura aseguraba ese capítulo traía también consigo las inocultables violaciones a los derechos humanos respecto de las que todos los comentarios serios coinciden en que no pueden tener justificación.

Para el resto del espectro político tampoco es fácil sostener la unidad.   Son demasiadas diferencias que durante mucho tiempo se disimularon por la necesidad de conducir el Gobierno, pero ahora, en uno y otro lado, se enfrentan al surgimiento de una nueva generación a la que no le interesan ni el tema de la dictadura ni el de Allende, Frei, Alessandri y más atrás aún en el tiempo.

Para los jóvenes la historia comenzó junto al siglo y como el pasado no les resulta explicativo del presente, ven con incredulidad la intensidad de los odios que despiertan los hechos ocurridos hace cuarenta años atrás.   A ello se agrega una diferencia generacional que atraviesa a todos los partidos políticos, con unos acusando a otros de imberbes e ignorantes de la historia, y estos culpando a los anteriores de mantener al país como rehén de sus propios traumas y culpas.

Lo concreto es que ni en uno ni en otro pacto es posible una unidad perfecta y, por lo tanto, los esfuerzos dirigidos a ocultar las diferencias son inútiles y tienden a acumular una presión que siempre termina por explotar.  Lo sano sería aceptar las diferencias y aprender a convivir con ellas, reconociendo de paso el derecho a sostener opiniones propias porque formar parte de un pacto no es lo mismo que participar de un regimiento en el que el comandante decide por los demás qué pensar y qué hacer.

Probablemente, este sea precisamente el punto que diferencia a las nuevas generaciones en política de las anteriores:   Antes la disciplina partidaria se traducía en que el debate interno podía ser muy intenso, pero una vez definida una línea oficial todos debían acatar.   Ahora no es así, y esa es una señal de los cambios que ha producido la modernidad en la política y uno de los mayores desafíos para la mutua aceptación y comprensión que tanto le falta a los partidos del actual Gobierno.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *