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Corría la década de los ’80. Yo había egresado de un colegio católico, donde se vivía el fervor Latinoamericano traído por la modernización del Concilio Vaticano II. Las monjas no usaban hábito, en las clases de religión se debatía la película “Jesucristo Superstar”, salíamos a las poblaciones, hablábamos de la doctrina social de la Iglesia y en las misas no faltaba el guitarreo, curas “buena onda” y actividades compartidas con planteles masculinos. De hecho, una década después de mi egreso, el colegio pasó a ser mixto. Atrás, muy atrás, iba quedando el latín, los catecismos aprendidos de memoria, el miedo al pecado y al castigo, monjas vigilantes y sacerdotes todopoderosos. Esa época oscura, de internados, rezos interminables y homilías de terror parecía ser parte de la historia vivida por nuestros padres, abuelos y tatarabuelos, cuyos ancestros habían padecido sociedades marcadas por la caza de brujas y la tenebrosa Inquisición.

Tiempo de derechos humanos

En los 80’s la Vicaría de la Solidaridad desafiaba a la dictadura y amparaba a los abogados de derechos humanos. Ya habían sido asesinados los sacerdotes Miguel Woodward, Joan Alsina, Antonio Llidó y Gerardo Poblete. André Jarlán, párroco de La Victoria, acababa de morir con la frente atravesada por una bala. Algunos ya conocían la masacre de San Patricio, ocurrida en Argentina. Mientras tanto, en El Salvador, sería ejecutado Monseñor Oscar Romero, quien había apelado a los soldados de su país para que siguieran a Cristo y no reprimieran a los ciudadanos. En la India, Teresa de Calcuta daba el ejemplo. En los teatros, el filme “La Misión” traía al presente el rol de los Jesuitas y las comunidades indígenas en Paraguay. Se rescataba el nombre del padre Pedro Claver, el defensor de los esclavos africanos en Cartagena de Indias y en Chile, se ponía de actualidad la obra del padre Alberto Hurtado, en especial, el llamado a quitarse las máscaras de la hipocresía, tema de su libro “¿Es Chile un país católico?”, escrito en 1941. Desde el Seminario Menor, Miguel Ortega lideraba las voces de una juventud deseosa del retorno democrático. Junto al vicario Cristián Pretch, solían aparecer  en las revistas alternativas al régimen y en la Radio Chilena. Prevalecía el llamado a la sencillez. Me tocó asistir a varios matrimonios muy austeros, donde la idea era el sentimiento y no los lujos superficiales. El atentado contra el Papa Juan Pablo II puso en primer plano el perdón. El pontífice no solo perdonó a su agresor, sino que también se disculpó por las antiguas agresiones de la Inquisición y el no haber hecho más por los nativos. Sus gestiones a favor de los judíos durante su visita al ex campo de concentración de Auschwitz (previo a la caída del muro de Berlín) indicaba que la Iglesia se estaba moviendo en una dirección más ecuménica y más acorde a los evangelios.  Estos avances perdieron velocidad a mediados de los 90’s, al finalizar las dictaduras Sudamericanas y la guerra fría. Entonces, comenzó a notarse la pugna entre las órdenes conservadoras del Opus Dei y los Legionarios de Cristo, versus el pensamiento católico liberal.

Cruces. Imagen de Raheel Shakeel.
Cruces. Imagen de Raheel Shakeel.

La cruz se resquebraja

En el 2008, al morir el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, fue apareciendo su prontuario de abusos sexuales, fraude y extorsión. En Latinoamérica, alumnos y apoderados pertenecientes a los colegios de la obra, se negaban a creer. Debido a las pruebas irrefutables, se descolgaron sus retratos y se lo justificó como “un hecho aislado”. En el 2009 la prensa internacional dio a conocer el Informe Ryan, donde se detallaban numerosos casos de pedofilia en Irlanda. En ellos, se detectaba la complicidad entre la Iglesia y el gobierno, ya que los abusos venían sucediendo desde 1950 en escuelas y orfanatos. Cuatro obispos presentaron su renuncia al Papa Benedicto XVI, quien condenó los hechos y autorizó el pago de las indemnizaciones exigidas por la Justicia. Ese mismo año, fue apresado en Chile el sacerdote español José Ángel Arregui, por similar delito. En el 2010, el diario “New York Times” hizo explotar la bomba de Fernando Karadima. Poco a poco, se han ido destapando ollas en un proceso que no tiene visos de finalizar.  Estados Unidos, Australia, Italia, España, Alemania, India, Kenia, Brasil, Chile y otros países forman parte del listado de denuncias. En cada uno de ellos, la Iglesia ha asumido el caso localmente, como si fueran excepciones, sin embargo, es fácil encontrar en la internet un verdadero mapa de abusos sexuales cometidos por sacerdotes.

Sacerdocio en tela de juicio

Aunque (agobiado por la crisis) el Papa Benedicto  XVI renunció, lo cierto es que el jesuita argentino Francisco Bergoglio, pese a su gran carisma, no ha podido recuperar la confianza pública. La grave enfermedad que afecta a esta milenaria institución va más allá de la expulsión y castigo de los sacerdotes pederastas (cosa que todavía no se realiza por completo). Algunos analistas defienden al clero indicando que solo se trata de un 10% de los sacerdotes de cada país afectado. Dicha explicación no aclara si ese mismo porcentaje está ocurriendo en otros lugares donde posibles víctimas no han alzado la voz. Peor aún, parece sugerir que un 10% de los nuevos sacerdotes ordenados podrían cometer delitos sexuales en el futuro. Según el Papa, se debe acabar con el “clericalismo”, entendido como el ingreso de aspirantes a los Seminarios, cuyo fin es estudiar, desarrollarse en una carrera más administrativa que activa, siempre bajo el amparo del Vaticano. Lamentablemente, la vocación sacerdotal está de baja. Los jóvenes no se sienten atraídos por un oficio que exige dedicación a los pobres, sacrificios y celibato. Sea cual sea la excusa, la inflexible jerarquía clerical parece no calzar con los tiempos contemporáneos. Basta ver como las ramas del cristianismo protestante han podido desarrollarse bajo flexibles células de pastores, cuyo liderazgo familiar puede ser masculino o femenino.  Las contradicciones entre la prédica y la acción no finalizan en el abuso sexual. El periodista norteamericano Mark Judge lanzó el año 2005 un libro sobre su experiencia como estudiante de un colegio católico en Maryland. En  “God and man at the Georgetown Prep” detalló el comportamiento de algunos religiosos sumidos en el alcoholismo, tabaquismo y glotonería, además de la homosexualidad imperante entre quienes la condenaban desde los púlpitos. La denuncia no tuvo repercusiones, pues los lectores estimaron que era una exageración y un caso excepcional.

Esconder la cabeza

Para la Iglesia, el tema es demasiado complejo y es posible que prefieran esconder la cabeza y apostar a un improbable olvido. La imposibilidad de manejar lo que está ocurriendo con tantos sacerdotes a nivel mundial, ha hecho que Francisco esté proponiendo destacar la labor de los diáconos y hasta ha sugerido nombrar diaconisas, las que existían en los tiempos de la Iglesia Primitiva. Como se sabe, los diáconos son varones habilitados para dar todos los sacramentos menos la eucaristía, confesiones y la extremaunción. Son casados, trabajan y tienen familia. Por supuesto, esta opción es totalmente resistida por las curias tradicionales que no desean verse privadas de sus  privilegios.

La nueva espiritualidad

La pérdida de la credibilidad pública es grave. Es triste ver cómo la apertura y entusiasmo logrado desde 1962 hasta inicios del siglo XXI, se ha desmoronado por la propia corrupción interna. A pesar de la corriente secular, la sed espiritual humana sigue vigente, pero ya no es como en los viejos tiempos. Hoy, las generaciones educadas no se conforman con el despliegue lujoso del Vaticano. No basta con Papas viajeros, obras de caridad, misas en todos los idiomas y nombrar santos en cada país. Gracias a la tecnología comunicacional, el mensaje cristiano está al alcance de la mano. Por eso, la facilidad del conocimiento está poniendo a prueba a todas las instituciones religiosas. Los fieles exigen que sus representantes sean lo más parecido a los mensajes que dicen cuidar, observar y difundir. En cuanto a la Iglesia católica, las anquilosadas jerarquías medievales y el tratar de minimizar sus escándalos, la están empujando hacia el abismo. Cierto que le queda el “As bajo la manga” de replegarse en sí misma. Tal vez, regresar a las catedrales, al latín, los coros gregorianos y todo aquel dorado ambiente místico. Una opción que la transformaría en una opereta y no en una generadora de espiritualidad. Para su desgracia, no puede apelar a que sin ella se acaba el cristianismo. Como dice Jesús en Mateo 18:20 “Porque dónde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

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