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Pequeña Alicia de pelo negro, a pesar que ríos limpios, cantarines, se pasean entre la negrura del follaje invitando a aventuras que son sutiles gotas de rocío, salto por la cavidad del roble oloroso. Un conejo de neón me espera, presuroso, para llevarme a la silvestre e intrincada mata-mala de misterios con sellos y tatuajes de antaño.

Soy la reina perversa que decapita a quien osa contradecirla. (Solo aparece frente a la avalancha del miedo. Parapetarse en el búnker de los muros y la piedra.)

Abro los brazos y caigo en caída libre al nido de serpientes, a la guarida de ratones, al cuarto de los espejos. Repiten mi rostro desconocido al infinito y más allá.

Alicia, temblorosa, grito, pero no hay escapatoria. Estoy presa del árbol y del pozo que me traga atraída por la fuerza de gravedad de este hoyo negro.

Comparto mi espacio y mi suerte con galaxias, con flores que se hacen llamar carnívoras, supernovas, caballos de carrera, moluscos/titanes/pterodáctilos.

Yo, Alicia curiosa que asomó la nariz a un nuevo precipicio, me pregunto: “¿Qué habrá al otro lado del árbolhoyonegropozo? ¿Estará el otro universo donde habrá otro árbolhoyonegropozo por el que me deslizaré para acceder a un nuevo universo y así sucesivamente?

Esta Alicia, por ahora, solo cae y mira.

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