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Gracias al actual Gobierno, la discusión sobre la paternidad del plebiscito de octubre de 1988 se ha trasladado desde la disputa inicial entre los partidos a su significado cultural e histórico, el que ha pretendido ser asumido como una obra de toda la clase política, nuevamente como si la movilización de miles de personas en contra del miedo generado por el poder de la dictadura no hubiera sido lo más relevante, más allá de la acción de los partidos.

En cierta forma, resaltar el significado de ese evento y darle un espacio mediático que trasciende la fecha, ha terminado por significar que el plebiscito se asume como un suceso determinante en la política nacional, escapándose así incluso de las manos de quienes lo utilizan solo con el fin instrumental de respaldar sus propias posturas.

Evidentemente, el Gobierno de Sebastián Piñera insiste en su estrategia de mostrarse como una fuerza aglutinadora de toda la sociedad, y para eso le resultaba esencial tomar como propio el plebiscito, tratando de borrar las diferencias entre los partidarios del Sí y del No que, objetivamente, aún subsisten a pesar del esfuerzo en contrario.   El cálculo, sin embargo, no fue bien hecho porque era esperable que la actual oposición se restara de la invitación a presentarse como parte de una puesta en escena y, sobre todo, porque no resulta creíble que aparezcan como defensores del No personas que fueron claras y firmes partidarias del Sí.  En ese sentido, la Presidenta de la UDI, tan criticada en general por la sociedad, fue la más consecuente y no asistió al acto oficialista que no compartía.

Por su parte, los partidos de los ya disueltos pactos de la Concertación y de la Nueva Mayoría tuvieron la oportunidad de suspender sus disputas y volver a tener el espacio necesario en los medios para tratar de demostrar que sus cuatro administraciones presidenciales han sido las más efectivas de las últimas décadas.   Para eso se evitan los matices y se plantea un escenario en blanco y negro, ayudado por la dicotomía con que la dictadura planteó el plebiscito y el mal recuerdo de Pinochet.

Es curioso, pero la memoria selectiva de las personas ayuda a borrar muchas cosas, incluso algunas recientes y que son precisamente las que sirven para volver a votar por personas acusadas de actos de corrupción, pero ese mecanismo no actúa respecto de un hecho tan significativo para la gente como fue el plebiscito, respecto del cual se recuerda perfectamente bien en qué posición estaba cada sector político.

Desde ese punto de vista, la conmemoración del 30º aniversario permite, ente muchas cosas debatibles, asentar una que está más allá de polémicas: El impacto cultural de demostrar que un país puede poner término a una dictadura de modo relativamente pacífico.

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