Compartir

La televisión muestra escenas de los centroamericanos que acaban de llegar a México. Están dispuestos a cruzar todo el territorio hasta alcanzar los Estados Unidos. No se esconden, pues van en busca de asilo político. Filmados desde helicópteros, lucen como una turba amenazante. Donald Trump los califica de “invasores” y procede a enviar tropas al sur. Anuncia que las patrullas están levantando “concertinas”. Esta palabra de sonoridad musical, resulta ser el nombre de alambres de púas muy similares a los de las trincheras en la Primera Guerra Mundial. La noticia palpita en los hogares, cafés y oficinas. Asustados, varios norteamericanos parecen resignados a la construcción de la “gran muralla China” que el partido Republicano propone. El presidente de México, Manuel López Obrador, llama a una solución económica para mejorar la realidad de Honduras, El Salvador y Guatemala. Aunque vienen saliendo de guerras civiles y dictaduras, han caído en las garras del narcotráfico. Trump les revocó la condición de “zonas de conflicto”, calificación que ayudaba a obtener visas a muchos inmigrantes. Hoy los aspirantes al asilo político tienen que demostrar que la violencia pone en riesgo sus vidas. Pocos serán aceptados. Tiempo atrás, Guatemala intentó un “gesto amable” apoyando el traslado de la embajada de los Estados Unidos desde Tel Aviv a Jerusalén, pues las remesas de dólares enviadas por los guatemaltecos a sus familias son parte de la economía nacional. Al parecer, esta simpatía no les sirvió de nada.

Inmigrantes versus refugiados

Mientras esto acontece, asisto en Richmond a una conferencia de la asociación de artistas James River Art League. Constance de Bodernave presenta sus acuarelas inspiradas en fotografías de prensa que grafican los terrores y esperanzas de quienes huyen desde tierras ensangrentadas. No pretenden ser millonarios o famosos. Se conforman con cualquier migaja que les ayude a superar el involuntario desarraigo. Es la gran diferencia entre un inmigrante común y un refugiado. El primero, es aquel que sale al exterior con fines de mejorar su vida. Es una decisión voluntaria, se planifica y siempre es posible el retorno, pues las raíces están intactas. El refugiado es un sobreviviente de alguna tragedia. Ha perdido su hogar, sus parientes y nadie espera su regreso. Por el contrario, se han transformado en parias, viajeros errantes, enemigos políticos, religiosos o étnicos de sus propias naciones. Me impacta la pintura titulada “Arrival in Lesbos”. Es el salto épico desde una lancha abarrotada hacia un muelle donde los griegos les tienden las manos. Son las mismas manos generosas que han enterrado a los numerosos cuerpos anónimos que el mar arroja cada cierto tiempo a sus hermosas playas. Una cruda realidad que todavía se vive en las costas turcas, italianas y españolas. Los cruceros han castigado esta conducta con su ausencia. Los turistas de lujo no desean ver el rostro amargo de la pobreza. Aunque muchos europeos han apoyado a los refugiados, su excesivo número ha enfriado las bienvenidas.

La ironía de los muros

Hungría partió levantando murallas como medida de  “protección”. Un curioso contraste con la actitud que se difundió en 1989, cuando cayó el muro de Berlín. Entonces, multitudes encaramadas sobre las ruinas y el reciente libro de Francis Fukuyama “El fin de la historia”, hacían presagiar una sociedad más humana, sin divisiones. Se consolidó la  Unión Europea. Así, los pasaportes y controles fueron en baja. Sudamérica también promovió el uso de la simple cédula de identidad para cruzar fronteras. Era parte del ideario para llegar a ser “ciudadanos del mundo”. Parecía que el tender puentes era la consigna. Una aspiración que ya había imaginado el inglés Tomás Moro en su libro “Utopía” de 1516. Sueño humanista que le significaría ser decapitado por el rey Enrique VIII. Para los “sesenteros” del siglo XX, la Era de Acuario volvía a la actualidad. Como siempre, algo salió mal.

Efectos colaterales del crecimiento

Muchos recordarán que hasta inicios de los 80’s todavía se observaban países llamando a inmigrantes: Estados Unidos, Australia, Brasil, Canadá, Nueva Zelandia ofrecían atractivas ofertas a nuevos habitantes. Por otro lado, Francia, Suecia, España, Italia y Alemania, se destacaban acogiendo a los exiliados de las dictaduras latinoamericanas y árabes. En los 90’s, las exigencias aumentaron. El siglo XXI se inició con el auge del inmigrante asiático, profesional y de excelente calificación. La globalización acentuó también los anhelos de identidad local. El desarrollo tecnológico dejó obsoleta la frase: “Tengo mis brazos para trabajar”. El “self-service” sigue reemplazando a seres humanos y la robótica hizo su entrada triunfal. Por otro lado, tal como lo anunciaron los investigadores del cambio climático, las sequías, inundaciones, temporales, maremotos, huracanes y el derretimiento de los hielos han generado escasez de recursos naturales. La extinción de animales es pan de todos los días y las hambrunas persisten en un mundo que se niega a cambiar el derroche como forma de vida. Obviamente, esto ha potenciado los conflictos (y la venta de armas) en los países en desarrollo, lo que se ha traducido en desesperados que huyen en busca de algún refugio. El contraste entre el cuidadoso control de la natalidad de los países avanzados y el exceso de población en los más pobres, ha contribuido a ver a los inmigrantes con cautela, pues surge el temor de que su número supere al de los residentes. De esta forma, ha sido fácil que muchos defensores de identidades locales se estén transformando en nacionalistas fanáticos. Ante este panorama, no es extraño que la nueva centuria haya puesto de moda el tema de los zombies, muertos vivientes de los cuales hay que defenderse con altas murallas y todo tipo de armamento. Recordemos que la ciencia ficción suele reflejar los sueños y las pesadillas humanas. Antes fueron los marcianos, hoy los zombies.

Gas lacrimógeno en la frontera

La situación llega a un punto candente. En la frontera, el alcalde de Tijuana avisa que la ciudad no da abasto para mantener a tanto inesperado visitante. Organizaciones humanitarias y algunos mexicanos ayudan con carpas, comida, agua y elementos sanitarios. Otros, se ofrecen como voluntarios para llenar los formularios que se exigen para la solicitud de asilo. No pocos salen a protestar. Son quienes están en contra de los centroamericanos. En la prensa azteca recuerdan la integración de 3.000 haitianos que arribaron a Tijuana un par de años atrás. Al no poder ingresar a los Estados Unidos se ganaron la buena  voluntad de los mexicanos y muchos encontraron empleo y un nuevo hogar. “Es la actitud” –comentan- “No se puede llegar peleando y exigiendo”. Mientras esto ocurre, algunos inmigrantes traspasan las “concertinas” y las patrullas Estadounidenses los reciben con gases lacrimógenos. Las noticias dan cuenta de niños afectados. El presidente López Obrador explica que “con ayuda del vecino” sería posible desarrollar alguna agencia laboral para organizar a los recién llegados. Donald Trump exige el muro como única respuesta. “Sabemos que hay 500 delincuentes en esa caravana”, le dice al Congreso para que aprueben el presupuesto. No lo logra. Hasta Geraldo Rivera, frívolo Tv-showman, compara la  estampida fronteriza con la serie “The walking dead”. Habla de la pérdida de los “valores americanos”. Otros, aplauden la represión militar.

Ambiente Navideño

En las noticias de Virginia, aparecen en pantalla un grupo de damas que presenta su agenda para recolectar fondos en ayuda de Haití. En los salones de una iglesia rural, ofrecerán una muestra de Pesebres, construidos con distintos materiales, estilos y culturas. La exposición se titula “No room at the Inn” (No hay lugar en la posada). Como se acerca la Navidad, ellas desean contribuir con algunas casas en uno de los países más pobres del mundo. Me quedo pensando en la frase bíblica que grafica la ausencia de alojamiento en Belén para José y María. Semeja a la actualidad. Hoy, el pánico frente a quienes no son inmigrantes profesionales, sanos y con dinero en el bolsillo hace que las posadas no ofrezcan habitaciones extras…ni siquiera establos. ¿Significará que el avance hacia la inteligencia artificial nos ha puesto un corazón artificial también? Feliz Navidad.

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *