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Por esos misterios del manejo que hacen los medios de comunicación, se ha producido un debate en la élite acerca de un supuesto resurgimiento del pinochetismo, esta vez encarnado en el ex-diputado José Antonio Kast y a propósito del surgimiento de figuras de la derecha extrema en la política internacional.

Sin embargo hay datos objetivos que permiten quitarle importancia a esta teoría.  Kast tenía 7 años de edad al momento del golpe de 1973 y por lo tanto 23 cuando se logró el retorno de la democracia, por lo tanto lo que sabe de pinochetismo es lo que supo en el seno de su familia (uno de sus hermanos fue ministro de Pinochet).

Como diputado fue electo en cuatro oportunidades, pero no logró el apoyo de su partido -la UDI- para ser senador y cuando compitió por la presidencia de la UDI recibió solo un tercio de los votos.  Finalmente, al competir por la Presidencia de la República después de renunciar a su partido no alcanzó a obtener el 8% de los votos.

Tras su derrota y sin ningún cargo público, creó un nuevo partido y se ha posicionado en la atención pública con un discurso conservador y populista.   O sea, de pinochetista, bien poco, pero hábil imitador de las tácticas comunicacionales de Goebbels, Mussolini o Stalin,

Pero ¿qué es ser pinochetista?   Augusto Pinochet nunca fue un pensador sino más bien alguien que aprovechó su oportunidad de conquistar el poder por las fuerzas de las armas, aunque eso significara interrumpir el sistema democrático y los derechos humanos por 17 años.   Es cierto que logró cierto aparente éxito económico, gracias a varios años de crisis durante la implantación del modelo recomendado por el liberalismo de la Escuela de Chicago.  Nunca se supo a cuánto se elevó la cesantía porque se disimuló con programas de empleo de urgencia, pero sí se sabe que desapareció la industria nacional.  Los cambios económicos fueron acompañados de medidas de represión, despidos masivos, relegaciones, exilio, porque es evidente que el sistema no hubiera sido posible de implementar en el contexto de un sistema democrático con libertad de prensa y un Parlamento abierto.

Hay gente a la que le gusta un gobierno fuerte como el que encarnó Pinochet, pero no hay un sustento filosófico de fondo más denso que el interés de no ver opiniones distintas porque, en esencia, si existe el pinochetismo es fundamentalmente contrario a la democracia, al disenso, temeroso del cambio, homofóbico, xenófobo, intolerante en todos los campos posibles.  Pero esa gente es poca en nuestra sociedad y cualquier entusiasmo por un sistema del pasado es pasajero e infundado.

La tarea de la democracia es defenderse con argumentos, que en este caso son abundantes, siempre que se actúe con racionalidad y se dejen de lado las pasiones.

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