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La situación financiera e institucional de Televisión Nacional de Chile es cada vez más grave.  Con pérdidas por más de 11 mil millones de pesos entre enero y septiembre, más del doble de las pérdidas de todo el año pasado, la renuncia del Presidente de su directorio y reclamos por los altos sueldos de ejecutivos y de algunas figuras.

Sin embargo, no se trata de una situación particular de esta empresa: Cuatro de los cinco principales canales han tenido menores ingresos por concepto de publicidad y una solo -Mega, con una programación liviana y populachera- ha tenido incrementos, todo eso sin contar con que la torta publicitaria se ha achicado.

Como en el caso del iceberg, del que sólo se asoma sobre el agua una octava parte de su masa, la situación general de la televisión a nivel mundial es de depresión porque los canales no son capaces de adaptarse a las cambiantes circunstancias de las comunicaciones.   Cuando la gente tiene la posibilidad de comunicarse directamente entre ellas a través de las redes sociales y resulta relativamente sencillo y barato crear medios de prensa, la televisión parece un elefante en una cristalería, casi un resabio del pasado.

Confundir un cambio de paradigma cultural con una crisis temporal es el primer paso para profundizar el problema.   Suponer que el uso de las redes sociales sólo sirve para mostrar en pantalla que existe una supuesta interacción con el público es, además, señal de no comprender la profundidad del cambio.  Lo mismo que proponer la privatización de la señal estatal.

Nadie puede poner en duda el gran papel que jugó la televisión durante el siglo XX, acercando la información a los hogares y creando la ilusión de la aldea global patentada como concepto por Marshall McLuhan en los ‘60s., pero la historia ha seguido avanzando y la población mundial de entonces de 4 mil millones de personas ahora es de 7 mil 600 millones de personas; la lucha por el petróleo ahora es por la descontaminación del planeta y el uso del escaso recurso del agua.

Si en los ‘60s creíamos lo que se decía por la pantalla de la televisión, una larga serie de desengaños acumulados nos lleva a desconfiar en la actualidad.

En ese escenario, a la televisión le resulta urgente reinventarse y adaptarse a las nuevas circunstancias, entendiendo que no se trata solo de empresas que deben ser viables financieramente sino que, sobre todo, representan un agente cultural y político de gran protagonismo, y que la cultura no es sólo entretención sino que tiene un alto componente de educación e información que no pueden ser medidos con criterios económicos, a menos que se asuma el riesgo de contar con sociedades mal preparadas, ignorantes y tan involucionadas que empiezan a mostrar lo peor de la naturaleza humana.  El individualismo, el egoísmo y la violencia como única forma de diálogo.

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