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Una conversa matutina con el ferretero del barrio, Don Héctor, me trae a estas reflexiones. Me contó anécdotas de su vida laboral, que ensalzaban el valor de las mujeres en el trabajo, en épocas duras, y se refería a cualidades específicas del espíritu “femenino” como el valor, la decisión, el compromiso, en general –claro-vinculadas a su rol de madres. Citó a un amigo para exponer con mayor claridad su punto: “En Chile, los hombres son las mujeres”. A ratos, lo noté emocionado. Algo de esa fuerza femenina despertaba en él una profunda admiración, muy sincera.

Me vine de vuelta con un tarro de pintura y una brocha, y pensamientos que enlazaban esta conversación con dos artículos que me llegaron casi simultáneamente a través de amigos en redes, estos días: El de Diana Maffía, estudiosa del género con importantes aportes en publicaciones y docencias que se refiere a los nuevos aspectos de la construcción de lo masculino, luego del derribo del paradigma patriarcal, esa zona de confort en que solía moverse el hombre, con amplias garantías que no solo nos dejaban abajo en la balanza, como un dato estadístico, sino que causaban dolor, frustración, duda, incomodidad, sufrimiento, y una doble carga emocional en casi todos los aspectos de la vida, donde la posición en poco ha sido ventajosa.

“Tenemos paradigmas que producen indicadores precisos de lo que la sociedad reconoce como éxito personal y profesional, y el costo subjetivo de esos indicadores para las mujeres es doble: si acompañan a un varón exitoso, es posible que tengan a su cargo la parte menos glamorosa de ese éxito vicario; si ellas mismas lo son, es posible que alcanzada la meta no encuentren la felicidad prometida sino una incomprensible insatisfacción. Para las innovadoras, que decidimos desafiar la dicotomía conciliando familia y profesión, la culpa de no alcanzar el ideal de perfección en ninguno de los roles (que obviamente requieren la renuncia al otro) es permanente”.

Me pareció que con esas palabras hacía una lectura de mis propios costos, y me apunté entre las innovadoras con los saldos muchas veces en contra, y la imperfección, más que seguro y dentro de lo esperable, en ambos roles.

Maffía da cuenta a través de varias anécdotas de cómo la superioridad femenina en determinados ámbitos, no se traduce en espacios de superioridad, en realidad, y a la larga, hay un costo emocional, una frustración cuando superadas todas las pruebas, sobrepasadas todas las brechas para alcanzar ciertos objetivos, esos objetivos son frivolizados por el sistema que no esperaba eso de una mujer, esperaba solo su rol de madre o esposa. Todo lo que salía de ese espacio de petrificación era castigado con indiferencia, con bajos sueldos, con un respeto dudoso en el terreno intelectual; en fin, esa larga lista de reclamos que nos llevan cada día a pedir que las cosas cambien a la par de esa frivolización, muy al día, que hace que el costo enorme que significa para la mujer alcanzar logros, se transforme en una broma, un chiste, una carcajada hiriente; y en el humor, ya sabemos, siempre hay una suerte de rebajamiento del otro.

Entonces, ¿Qué ocurre cuando el edificio tambalea? ¿El macho se siente acorralado? Es lo que expone Maffía, como conclusión de su artículo: “…pienso que hay una percepción de cierta masculinidad de estar en retroceso. Una vivencia del poder sustancial y del territorio que torna amenazante el ingreso de las mujeres a las instituciones y a la vida pública, todavía ahora”.

Expuestas de una manera creativa, las anécdotas de Maffía –dolorosas, por cierto, pero iluminadoras, también- dan cuenta de un acto permanente de resistencia, que nos ha excluido también del placer de los logros, de las conquistas, como si fuese imposible pararse a respirar hondo, sin que estemos ya frente a una nueva brecha. La descripción fantástica de Maffía, frente al estado de cosas, tiene una contraparte muy esclarecedora en la entrevista a la antropóloga Rita Segato, una estudiosa de la violencia machista: El problema de la violencia sexual es político, no moral, ofrece una perspectiva no solo interesante, sino necesaria:

“El feminismo no puede y no debe construir a los hombres como sus enemigos ‘naturales’”. La autora de La guerra contra las mujeres, está preocupada por lo que llama “un feminismo del enemigo”.

Es la misma preocupación que me asalta. Me declaro feminista, y ya llevo varias décadas en este mundo predicando sobre los derechos de la mujer, además de “ser” mujer, lo que me hace –junto a tantas otras- una amargada, resentida, aburrida, como dice Maffía: “Vemos machismo, patriarcado, androcentrismo, homofobia, lesbofobia, transfobia y violencia incluso en las situaciones más divertidas. Eso nos pone en un raro lugar: somos víctimas de permanentes ataques simbólicos, y a la vez victimarias por arruinar con nuestras respuestas destempladas las situaciones que gran parte de la sociedad considera entretenidas, glamorosas, seductoras, caballerescas, románticas y hasta corteses”.

¿Cómo pasar del complejo de “macho” que hasta ahora reinó, al territorio de los “machos acomplejados” que está levantando el feminismo odioso y segregacionista? ¿Cómo hacer para que realmente construyamos una realidad igualitaria, humana, justa, sin tener que someter al otro género al desgraciado papel al que fuimos sometidas? ¿Qué códigos son los que nos permiten poder generar diálogos horizontales? Sagato cree que existe una importante responsabilidad de los medios de comunicación y las redes en la reproducción de ese feminismo casi fascista que invade las redes sociales: “Se la debe mostrar(a la mujer) como una sujeta que está descubriendo su propia capacidad política de modificar una estructura, que es la estructura desigual del Patriarcado. Ese es su papel”.  Tras estas líneas puede leerse un tratado sobre transformaciones sociales, a la luz, por ejemplo de la visión de Freire –y antes Hegel con la dialéctica del amo y del esclavo, y la teología de la liberación”- de que nadie puede liberarse de la opresión o la violencia, sino libera también al victimario en el proceso.

Lo que esta polémica autora y activista ve es que “Les estamos diciendo a los hombres que se corran, se desmarquen y desmonten el mandato de masculinidad. Muchos lo están haciendo, me consta, porque están percibiendo que ese mandato los mata primero, los enferma primero, y que también son pobres e incautas víctimas de ese orden corporativo autoritario y cruel que impera al interior de la propia corporación masculina. Porque dentro de esa corporación, como en todas, hay hombres que son más hombres y hombres que son menos hombres, es jerárquica, es maligna, obliga a dar pruebas de narcisismo y de crueldad todo el tiempo”.

Es el quid del asunto, en mi opinión. Entender al macho como “víctima” también de un sistema estructuralmente explotador; patriarcal, como solemos llamarlo. Un sistema basado en la superioridad masculina, que a fin de cuentas en realidad es una superioridad de poder que también afecta al macho, desde la cuna y lo condena a ocupar un lugar en la cadena, y lo obliga a ser de un forma determinada, y dentro de esa “forma”, están aceptadas la violencia y el sometimiento. También los machos son “violentados” y “sometidos”, aunque con mayores garantías o distintos disfraces.

De modo que no se trata de ser “buena” o “mala” persona. Buen o mal macho. Se trata de que cambiemos la omnipotencia de un sistema que ha adecuado las conductas sociales y humanas para su beneficio. “…ese orden patriarcal, que es un orden político escondido por detrás de una moralidad”, en palabras de Segato, y que puesto así deslinda la responsabilidad en el individuo y no en la sociedad toda.

Es peligroso. Es necesario tener cuidado. El macho rechazado es un ser humano que nació y fue criado con expectativas dentro de un modelo. ¿Su respuesta al feminismo será violenta? También pagará los costos de sus acciones dentro de ese sistema. “Basta de llanto. No queremos solamente consolar a una víctima que llora. El punto es cómo educamos a la sociedad para entender el problema de la violencia sexual como un problema político y no moral”, apunta la entrevistada por Mariana Carbajal.

Y concluye: “Pues cada feminicidio es un ataque a toda la sociedad, un dolor de todos”.

Una perspectiva que pone al otro de frente como un ser humano, que tiene en su interior las herramientas para la transformación que necesitamos todos y todas, de manera que al fin, la cita del amigo de mi amigo ferretero sea distinta, y haya personas, no géneros, sobre el tapete de la vida.

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2 Comentarios sobre “¿Cómo se siente el Otro? Reflexiones Feministas

  1. Concuerdo con Carmen Gloria. No se trata de “orientar” ni dirigir ; sino de hacer visible lo que muchas veces se pretende negar. … ojos que no ven…Gracias Carolina por la reflexión..

  2. Se entiende a lo que apunta Andrés, y agrego que no solo ES necesario, es vital y urgente, más allá de la reflexión necesaria, de no dar esa misma urgencia hoy las mujeres que es la forma de presionar al cambio, no estaríamos ni cerca aun de poder dialogar.

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