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Es fácil confundir las cosas, en especial cuando se trata de asuntos tan subjetivos como los acuerdos políticos entre grupos de partidos.  Eso es lo que ha sucedido en el caso de la relación entre las colectividades que formaban la antigua Nueva Mayoría y los movimientos que componen el Frente Amplio.   No es nada extraordinario, pero tiene consecuencias importantes.

En política, como en muchas otras cosas, se actúa bajo la base de las impresiones y de los prejuicios, y eso lleva inevitablemente al error de apreciación, como ocurre al momento de aplicar la lógica de “el amigo de mi enemigo es mi amigo”, que puede parecer razonable en momentos de emergencia pero no es un criterio para conformar pactos de carácter permanente.

No se trata que uno u otro tengan la razón, sino que todos han actuado bajo un criterio erróneo que era evitar que los partidos afines al actual Gobierno tuvieran el control del Parlamento.   Es lo mismo que sucedió entre Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña cuando decidieron que para enfrentar a la Alemania Nazi debían sumar fuerzas con la Unión Soviética.  Los unía un enemigo común, pero nada más.

Los partidos que conformaban la Nueva Mayoría y los del Frente Amplio tienen tanto en común como lo tenían Roosevelt y Stalin, que estaban unidos por una emergencia superior a sus diferencias y una vez resuelta regresaron a sus disputas.   Es lo mismo que sucede en la política local con dos o tres fuerzas que son opositoras a un mismo Gobierno pero compiten por el dominio de la oposición desde distintas vertientes, todos ellos apostando a ganar las próximas elecciones con todo el derecho a tener esa posición.  De eso se trata la política y acusar a unos de obsecuentes y a otros de infantilismo son solo las armas que se usan en esa contienda.

Lo que no han advertido es que la “emergencia” que para ellos significa un gobierno de derecha no ha pasado ni que el costo de eventualmente ceder el control de las dos cámaras del Congreso al oficialismo significa la posibilidad de que el Ejecutivo pase sus proyectos de ley con más facilidad, pero los grupos opositores tienen objetivos diferentes que impiden la unidad y eso les puede significar seguir siendo oposición los próximos cuatro años también.

Es normal, es parte de las reglas del juego, que los políticos de cualquier signo y de cualquier generación quieran alcanzar el poder, lo que la gente no quiere es que las traten como votos endosables de un lado a otro sin voluntad propia, inhábiles para decidir lo que es bueno o malo porque la gran mayoría de los ciudadanos no deciden con lógicas ideológicas ni de lucha por el poder.

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