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Una de las trampas más comunes en el manejo del poder es mantener sometida a la sociedad en una constante alerta respecto de los hechos de la contingencia, hasta convencerla que eso es lo importante.

No se trata de que un grupo de personas intrínsecamente malévolas se reúna en una oficina oculta a planificar los hechos de la semana, como creen los entusiastas de las conspiraciones, sino que, lenta e imperceptiblemente, se han ido conformando patrones culturales en que lo importante es mantener vivo el escándalo, la respuesta al comentario del adversario y la sensación de inmediatez como motor de la vida en sociedad.   Todos contribuimos a ello, lo que descarta las teorías conspirativas.

La idea es muy simple: Se trata de mantener a la gente ocupada en la contingencia, la noticia diaria que es esencialmente desechable, sin darse tiempo ni espacio para pensar en el largo plazo, lo que en términos prácticos es equivalente a suprimir el pensamiento, en especial el que se distingue por la libertad y la autonomía.

Es una trampa porque la contingencia siempre parece más atractiva, como las burbujas de la gaseosa o el sabor de la comida rápida, que distraen de una alimentación elaborada que, por requerir más tiempo, ha ido siendo desplazada de la dieta diaria.

Para romper esta tendencia es esencial que las personas agrupadas en torno a ciertos principios se reúnan a debatir, conversar, intercambiar opiniones y enriquecer su pensamiento.   Aceptar el individualismo significa permitir el sometimiento hacia una opinión pública única e impuesta principalmente por los medios de comunicación que, en forma sostenida, van formando los patrones culturales adecuados a los intereses de un grupo que necesita ciudadanos con determinadas características, ya sea con fines políticos, económicos o de otra naturaleza.

El principio es el mismo que adoptaron los romanos con la idea de darle al pueblo pan y circo, sólo que se ha convertido en consumo y televisión.   Es probable que esta táctica venga de hace muchísimos años atrás, pero se ha mantenido porque actúa por inercia, porque es un problema tratar de revertir la situación y porque, en definitiva, es cómoda para la conducción de las sociedades, a las que por falta de educación y motivación, les basta con vivir en una ilusión de unidad y consenso.

No es un asunto de izquierdas o de derechas sino de conveniencia para evitar conflictos sociales, al menos en forma permanente, y el verdadero cambio político sería romper esta tendencia y pensar en el futuro sin atarse con el presente.  Dicho de otra forma, se trata de ver el bosque sin distraerse en los árboles.

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