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Habitualmente celebro las victorias de Rafael Nadal en las redes. Surfeando en la ola de orgullo que genera el mejor deportista español de todos los tiempos, las publicaciones en Facebook o Twitter cosechan decenas de likes y comentarios. El domingo día 27 de enero volví a felicitar a Nadal en Twitter, pero en esta ocasión para reconocer su esfuerzo como finalista del Open de Australia tras haber caído derrotado sin paliativos por el serbio Novak Djoković.

Mi mensaje de ánimo al tenista mereció un “estrepitoso” silencio. Solo un retweet y un “Me gusta” se hicieron eco de mi apoyo al perdedor. Esta reacción me recordó al comportamiento del público en el estadio Santiago Bernabéu, donde el Real Madrid Club de Fútbol es aplaudido cuando gana y pitado cuando pierde. El mundo al revés, porque cuando más necesita el aliento de las gradas es justamente cuando el partido no va bien.

¿Acaso estamos construyendo una sociedad solo de ganadores?

La respuesta que me di fue descorazonadora: en este mundo de halagos y olvidos la gloria del Olimpo parece estar reservada solo para aquellos que son capaces de mostrar su superioridad. Un escalón superior al que se accede velozmente mediante el éxito económico, no tan velozmente por el éxito profesional y fugazmente a través del éxito social, habitualmente televisado.

Las escuelas de negocios hablan generalmente de educar en valores, pero forman para el triunfo económico, ya sea vía ‘pelotazo’, generosos dividendos o salarios dignos de admiración, envidia y, en ocasiones, también de vergüenza. Así que cuando un director general de una de ellas escribe que “educar para el fracaso es garantía de éxito”, su mensaje alcanza la categoría de titular por distinto y original.

“Nadie quiere hablar del fracaso. Y, sin embargo, todo el mundo admite que se aprende más del revés que de la fortuna. La escuela, desde la primaria hasta la de postgrado, debería incluir en su temario el fracaso, el fallo y la equivocación como motores del éxito, el acierto y la rectificación”. Así se manifestó Eduardo Gómez Martín, director general de ESIC Business&Markegint School en un artículo publicado en el diario El País.

Consciente de que su discurso navegaba a contracorriente, matizaba: “No es fácil que una escuela de negocios intente atraer a alumnos prometiéndoles que les enseñará a aprender del fracaso. El mensaje podría resultar contraproducente en el seno de una sociedad que ha entronizado al éxito fácil. Enseñemos entonces para la resiliencia, que es la capacidad para superar las dificultades y aprender de ellas, y concibamos el fracaso como una fase provechosa en el aprendizaje de la vida”.

Las escuelas de negocio pretenden enseñar un capitalismo humanista, pero el poder del sustantivo aliena al adjetivo. La propia condición humana está genéticamente marcada por el instinto de supervivencia y, en consecuencia, se siente cómoda en las políticas de selección natural, de las que la meritocracia es buena expresión. En este sistema cada vez más monocolor los ganadores tienen crédito, mientras que los perdedores han de conformarse con la solidaridad de los primeros.

Hartos de tanta opulencia y desigualdad, los que se sienten perdedores han comenzado a agruparse y ante la desesperanza de un futuro peor para sus hijos ponen en cuestión a todo el sistema. No son de izquierdas ni de derechas, aunque se dejen llevar por el populismo de ambos lados, sino de los suyos, que también quieren ganar aunque el sistema considere que no han hecho suficientes méritos para ello.

Un sistema que se articula entre ganadores y perdedores está condenado al enfrentamiento porque la victoria no es inclusiva y la derrota provoca exclusión. Es imprescindible que el capitalismo renuncie al liberalismo radical y construya un entorno de oportunidades para que las ganancias se distribuyan no equitativa, pero sí de una forma razonablemente equilibrada entre todos los escalones. Para ello es necesario reconstruir los peldaños que la crisis ha roto en la escalera social, ese ascensor que nutre a los padres de esperanza en una vida mejor para sus hijos.

Mi tweet animando a Nadal en la derrota tuvo 334 impresiones, 34 interacciones y solo dos personas se sintieron concernidas por mi mensaje. Queda esperanza. Probablemente el tenista español no necesita mi aliento, pero millones y millones de personas a los que socialmente no se considera ganadores merecen que no se les olvide.

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2 Comentarios sobre “¿Una sociedad de ganadores y perdedores?

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