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Así sin que yo lo espere, de un segundo al otro, todo cambia y me obliga a enfocar de nuevo la dirección de la mirada de los ojos, del corazón.

Nada que estuviera previsto, porque así es la vida.
Me trae muchas veces lo que ni siquiera imagino:
A veces lo bueno,
A veces lo malo.
Me golpea con tanta fuerza que creo que me voy a quebrar después del primer golpe y de la pena, pero algo me hace necesitar abrir mas los ojos, como si la vida me dijera “Estoy aquí” , no pases por mi sin darte cuenta.

A veces también de manera brutal evidencia mi fecha de caducidad y entonces la cosa se pone mas intensa.

Porque aunque vivimos siempre al borde de los posibles riesgos, a veces también llegamos al abismo de la propia muerte sin camino de retorno.
¿Y entonces?
Desde este espacio surge “morir con dignidad”
¿Es posible tomar conciencia de la propia muerte? Del propio desahucio?
¿Como vivir sabiendo que quedan tres, seis, doce, dieciocho meses?
¿Como lo vivirán los que te rodean?
Entonces surge nuevamente la dignidad.
La dignidad no solo de la vida,
Sino también de la propia muerte,
Que quizás entonces te dispone a un profundo espacio de honradez y de humildad.

Inhalar y exhalar tratando de cerrar pendientes, agradecer lo que hay que agradecer, quizás sentir el privilegio de decir hasta cuando hasta donde, de poder decidir el como.
Podemos creer lo que deseemos, pero en el fondo, no sabemos.

Estamos aquí hoy y no sabemos mas que eso.
Mañana ya no estaremos aquí, estarán ellos, los nietos de nuestros nietos, una parte minúscula de nuestra sangre.

Quiero pensar que tenemos una misión:
Mientras tengamos tiempo de hacerlo,
cuidar este lugar donde estamos ahora , para ellos.

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