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El formato del reality show o telerrealidad ha sido uno de los elementos mediáticos que más consecuencias ha tenido en la vida social de numerosos países, en la medida que avivó el morbo como factor de decisión en la audiencia televisiva.   La idea fue recogida parcialmente en la película The Truman Show y hoy se replica a gran escala, incluso en la vida política de las naciones.

Iniciado en 1991 en los Países Bajos, el formato debutó el 2003 en Chile con “Protagonistas de la Fama” y se ha mantenido con variaciones en distintas estaciones televisivas, registrando mejores o peores resultados de audiencia desde entonces.   En el caso chileno, probablemente por razones de costo de producción, se introdujo como principal distinción que las interacciones entre el grupo de personas sometidas a encierro no son espontáneas, sino planificadas por los guionistas en busca de un incremento de las emociones y la agudización de los conflictos, ya que ellas constituyen el atractivo para el público.

Esa diferencia es importante porque es distintiva del carácter nacional.  En la medida que hemos permitido que la realidad se simplifique, hemos dado paso también a otros fenómenos, como la preeminencia de las encuestas en la política.  No es casualidad entonces que muchos ámbitos de la vida del país se hayan comenzado a regir por estas, que a pesar de su costo, siempre resultan más sencillas que ir a la calle a conocer el sentir ciudadano.

Sin embargo, esta estrategia encierra un riesgo porque, al igual que los programas de televisión, subyace la tentación de alterar la realidad para hacerla coincidir con los objetivos determinados, por ejemplo, de la política, aunque también ocurre en otros ámbitos como la publicidad.   El morbo y la mediatización de las relaciones sociales a través de medios de comunicación que dirigen la convivencia nacional han llegado a ser un sello nacional, aunque no exclusivo.

El aspecto sensible de esta situación reside precisamente en que se reemplaza la realidad por las preguntas contenidas en la encuesta y los titulares de la prensa, con el puro fin de atraer a las audiencias y los votantes.  Todos hemos sido entrevistados por un encuestador de sonrisa amable y hemos respondido, sabiendo que se gana algo de dinero por cada encuesta aplicada.   Todos sabemos también que rara vez alguna de las alternativas presentadas a nuestra consideración representa con exactitud nuestro pensamiento y eso ya implica un nivel de manipulación de un estudio que luego se presenta como serio.  Todos los que hemos presenciado un hecho noticioso sabemos que el titular no coincide exactamente con la realidad.

No es sencillamente democrático que se intente generar una realidad determinada desde la prensa o desde la encuesta, pero solo depende del público no dejarse engañar.

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