Compartir

Tenía 7 años. Era octubre de 1993. Todos sabíamos que Chile, después de su llegada y de su show, cambiaría para siempre. Estábamos en el mundo y éramos el mundo. Aterrizaba alguien más importante que el Papa y que cualquier presidente de los países más poderosos: Michael Jackson. Nuestro ídolo. Nuestro héroe. Nuestro mito viviente. El nuevo Jesús, quién cantaba a la paz y a los niños pobres de África. El salvador. Michael. Nuestro Michael. Mi Michael.

Era un niño de provincia y de clase media, por tanto, en esos años, era casi imposible el poder asistir a esa fiesta pentecostal de la música pop. Pero existía la televisión. Hubo cadena nacional. Todos los canales de televisión transmitieron su arribo al país. La histeria y la locura. 15 minutos tardó en bajar de su avión privado. Ahí vimos como tres niños bajaban corriendo de su avión. Recuerdo preguntar quiénes eran, cómo se llamaban, de donde eran, y porqué yo no podía estar ahí.

Era fanático. Michael Jackson era un genio, un baluarte de la danza y la música. Y de un canto que parecía de los ángeles. Lo escuchaba todos los días, en las tardes, al llegar del Colegio. Lo bailé. Quería bailar como él. Lo cantaba. Quería cantar como él. Pero yo, siempre con problemas de autoestima y demasiado crítico de mí mismo, me censuré hasta el hartazgo. Que viniera a Chile, era como que viniera un profeta o el mismísimo enviado de Dios. Por tanto, no me perdí nada. Grabé la cadena nacional de su arribo en el avión. Grabé, que llegara al Hotel Hyatt. Grabé su concierto. Todo. Y atesoré su VHS con amor.

Esa idolatría la vivieron muchos. Algunos más en extremo que otros. Pero el sólo hecho de pensar que Michael Jackson podía estar cerca de uno, era una locura. Esos tres niños que se bajaron del avión en Chile y que estuvieron en el mismo Hotel con el cantante, era una locura. Uno hubiese hecho cualquier cosa por ser parte de esa locura. Personalmente, nunca pude y logré nada.

Wade Robson y James Safechuck, sí. Lograron la locura de estar al lado de Jackson, hasta transformarse en amigos, íntimos amigos. Sus familias, obnubiladas con el halo de divinidad, consintieron todo, incluso que sus hijos durmieran en la misma cama de Michael Jackson. No me sorprende que Wade y James lo quisieran con todas sus fuerzas. Era dormir con el ídolo. Era dormir, comer, jugar, compartir con el que cantaba como los ángeles. Con quien cantaba a los niños de África, que hacía himnos de paz, que era amigo de Presidentes, Princesas y Reyes. ¿Qué podía pasar con un ser transformado en un meteoro de luz?

Wade y James, son protagonistas del documental “Leaving Neverland”, dirigido por Dan Reed y producido por HBO y Channel 4, que ha remecido los cimientos de nuestro ídolo hasta constatar que no es más que una estatua de pies de barro, ennegrecida toda su genialidad por la atmósfera de perversidad macabra de sus actos. Ellos fueron víctimas de abuso – violación sexual y de conciencia – por años.

El abuso sexual es una bomba atómica a la vida de un niño. Genera una grieta irreparable en su proceso de niñez, creando bifurcaciones a su desarrollo emocional y sexual, que en muchos casos, nunca y jamás logra encontrar salida. Cuando este, se vuelve reiterado y proviene de una persona que consideramos ídolo o modelo a seguir, se trastocan todas las configuraciones entendidas de relaciones personales. Y aunque es duro decirlo, la víctima busca una y otra vez, volver al criminal para exponerse reiteradamente a los vejámenes que le hace. Se constituye así, una relación de poder que es de dependencia, entre el criminal y la víctima.

Wade y James, buscaron a Michael hasta su adultez. Lo justificaron. Se culparon. Lo defendieron. Eran capaces de tirar por la borda todo su entorno, con tal de ser para él. Lo que ellos hicieron, es esperable y normal en una persona que está siendo víctima de abuso sexual. Usted, que lee esto, le puede parecer terrible, incluso negligente de mi parte. Pero se lo digo de corazón: es esperable y normal que la víctima busque ser violado. Porque, el abuso sexual, no es abuso del cuerpo, sino que es siempre, un abuso de poder, y por tanto, se constituye a partir de la sujeción de la víctima al conjunto de manipulaciones que hace el criminal, fundando un nuevo y confortable mundo para ellos dos. Wade y James, en el documental, lo dicen con una claridad pasmosa.

Cuando yo tenía 7 años, veía a Michael Jackson como el héroe de una nueva época. Si esos días de octubre de 1993, él me hubiese llamado a la casa y me hubiese dicho que lo acompañara a su hotel, yo hubiese ido a ojos cerrados. Era fanático. Creo que aún lo soy. Y duele. Duele el alma.

Vea el documental. No se lo pierda. Y trate de verlo hasta el final.

Compartir

2 Comentarios sobre “Abandonando a Michael Jackson

  1. Creo que documental debe ser importante debido al destape de tantos abusos sexuales y pedofilia tanto de celebridades como en el deporte y en la iglesia católica. Considero que los padres y todos como sociedad necesitamos entender cómo se genera ese poder envolvente entre un adulto poderoso y visto como “héroe o padre” y un niños sin criterio para entender la realidad. Recordemos que en menor escala (de fama o escándalo), pero demasiado corriente en América Latina, se han dado esos juegos de abuso entre padres, padrastros, tíos y otros parientes con poder, sobre algún niño o niña de la misma familia. Lo normal ha sido silenciar o hacer callar al niño cuando el familiar afectado depende económicamente del abusador.

  2. … Michael Jackson, mi ídolo, también fue abusado, eso no quita responsabilidad de someter a un niño o niña a una experiencia perpetua.
    A mí parecer hay muchos niños y niñas que a cada minuto están marcando sus vidas por algún adulto que abusan de ellos. Muchos, si no es que todos en su totalidad guardan este secreto, pensando que es lo mejor y no saben es que se están matando lentamente al no decirlo.
    En esta sociedad castigadora no es normal que un niño sea abusado, sin estigmatizarlo de homosexual y que una niña sea una futura promiscua y drogadicta, no más opciones.
    A mí parecer, sea Michael Jackson u otro, el daño que se hace no tiene excusa porque la vida se construye de momentos y esos momentos son los que forman la vida de un ser humano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *