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Con su sagacidad, el politólogo y asesor de comunicación David Redoli Morchón alumbró el camino que he recorrido para escribir este post al recordarme una cita de Felipe González: “Hay gente que brilla y gente que ilumina“. La diferencia entre unas y otras es que las que brillan no necesariamente iluminan, pero las que iluminan sí brillan en las mentes y los corazones de otros.

El vocablo “postureo” fue incorporado al Diccionario de la Lengua Española a finales de 2017, en la primera actualización de su vigésimo tercera edición. Su acceso a la obra reguladora del castellano de la Real Academia Española se produjo al mismo tiempo que el de “posverdad”, que un año antes había sido elegida “palabra del año” por Oxford Dictionaries. No es baladí tal coincidencia porque pone de relieve la tendencia de las personas a navegar por la superficie, donde con la ayuda de las redes sociales y los medios de entretenimiento es fácil construir una imagen huera, un mero mascarón de proa cuyos destellos oculten las debilidades estructurales del pensamiento que lo sostiene.

Hoy no son pocas las personas que buscan el fogonazo de un flash, el destello que deslumbre a su audiencia. Y no pocas también las que se dejan cegar por el centelleo que producen los focos, ya sean propios (las redes personales) o ajenos (los medios de comunicación). Intuyo más debilidad en los segundos, porque en general los primeros son conscientes del efecto que buscan, mientras que los receptores suelen ser víctimas de su falta de criterio para seleccionar qué debería fascinar su consciencia y qué debería desviarse al cubo del olvido.

De hecho, las tres acepciones que la RAE atribuye a “deslumbrar” tienen connotaciones de manipulación:

1.Ofuscar la vista o confundirla con el exceso de luz.

2. Dejar a alguien confuso o admirado.

3. Producir gran impresión con estudiado exceso de lujo.

La sociedad del envase, en palabras del escritor Eduardo Galeano, se deja seducir con demasiada facilidad por personajes que brillan gracias a los focos de la fama televisada (“exceso de lujo”). En general la celebridad resplandece desde su individualidad, desde su ego engrandecido por las audiencias, por los anhelos de otros (“confuso o admirado”). Tienen miles de seguidores en las redes pero son incapaces de transmitirles un consejo (no comercial) que merezca la pena el consumo de luz (“exceso de luz”).

A esta comunidad de individuos le sobran personajes y le faltan personas. De nuevo aquí el expresidente González deja huella con sus reflexiones: “En nuestra época, viviendo el hombre en comunidades cada vez más vastas y complejas y en la que la interdependencia es creciente entre individuos y comunidades, resulta cada vez más difícil concebir las condiciones que potencien la felicidad individual en términos que no sean comunitarios o colectivos, es decir, en términos que no asignen una alta prioridad a la consecución de un orden social justo.

En un mundo atenazado por incertidumbres y miedos necesitamos a referentes que iluminen caminos. Esas personas de referencia no pueden ser, como en gramática, meros signos lingüísticos que poseen sólo significante y referente y carecen de significado lingüístico, como es el caso de los nombres propios, los pronombres y las anáforas. Esas personas que ejercen como faros tienen los valores humanos cincelados en sus nombres y apellidos emiten ideas para que otros piensen y ponen su conciencia crítica al servicio de la sociedad.

Hablamos mucho, en exceso. Escúchemos más a aquellos que brillan desde dentro, desde una belleza interior que no necesita luz artificial para encenderse e iluminar.

Las personas que iluminan tienen su belleza interior protegida de las vanidades propias y ajenas.
Las personas que iluminan tienen su belleza interior protegida de las vanidades propias y ajenas.

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