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Un interesante naturalismo crea la atmósfera para la historia fílmica que muestra el encuentro entre dos mujeres cuyas circunstancias las mantienen al borde de la angustia, de manera continua. Siguiendo la trama, parece que la asfixia por momentos se nos traspasara, y el efecto es notable en la proyección que logran Babetida Sadjo y Kristín Þóra Haraldsdó, las intérpretes de esta notable propuesta; simple, de diálogos breves pero certeros y un remarcable manejo de primeros planos que humaniza e intensifica, también, el leiv motiv del film: la opresión de la mujer en un sistema patriarcal indiferente a sus derechos, sordo a sus necesidades, ciego a su valor, con una moral hipócrita que condena la diferencia, que la apresa, la pone entre márgenes, la rechaza, pero desde lo políticamente correcto. Un sistema –que a ratos se siente muy kafkiano- sostenido en la vigilancia y el castigo.
Todos sabemos cómo se siente la angustia en el cuerpo. Cuando nos vemos enfrentadas o enfrentados a lo que nos atemoriza el corazón se acelera, los músculos se contraen, la garganta se aprieta, cuesta respirar…de ahí el título de la película And Breathe Normally, un drama islandés de 2018, dirigido por Ísold Uggadóttir, directora con destacada trayectoria, nacida en Reykjavik. Se proyectó en la sección World Cinema Dramatic Competition en el Festival de Cine de Sundance del mismo año, donde recibió el Premio de Dirección Dramática de Cine Mundial.
Ambas protagonistas han transgredido la ley. Una ex adicta en recuperación, que se esfuerza por cuidar y proteger a su hijo dentro de las condiciones que el sistema de vigilancia le impone para no perder su tuición, pese a la precariedad de sus condiciones. Una migrante africana, cuya pareja ha sido asesinada como ejemplificación de la transgresión sexual lésbica en su cultura, y que huye de su país en busca de protección, entra a Islandia con papeles falsos y es recluida temporalmente hasta su deportación. Las dos están vigiladas y cumplen algún tipo de condena. Sobre ellas, hay sendos “supervisores”, ambas carecen de garantías legales completas, pues están en una situación legal de interdicción por sus respectivas causas. Ambas están sometidas a exámenes y pruebas. Ambas deben demostrar “algo”. Ese “algo” que el sistema obliga a demostrar como parte de sus reglas.
La metáfora que aparece en los primeros minutos de la película cuando madre e hijo visitan el lugar de adopción de mascotas, donde el breve diálogo sobre la libertad/prisión de un gato crea el núcleo temático de la opresión de la diferencia, se replica intensamente en toda la película como la notoria falta de libertad de las mujeres al interior de un sistema que exige de ellas demasiado. Ambas, a fin de cuentas, se encuentran presas por las reglas impuestas. A las dos el sistema le niega los recursos necesarios o se los ofrece con condiciones que no responden a su necesidad de desarrollo. Ambas son madres. Ambas, optan sexualmente por sus pares mujeres.
Confrontadas entre sí inicialmente, se unirán en una interesante dialéctica contra el mundo patriarcal, representado en todos los contextos por hombres y mujeres, ni malos ni buenos, simplemente adaptados a un sistema que no cuestionan; o si lo hacen, lo hacen sin la rebeldía o fuerza necesaria para restablecer el lugar de la confianza en las relaciones, en lugar reglamentos y sanciones; o carecen de la suficiente convicción como para crear otro tipo de acuerdos donde el “cuidado” reemplace a la vigilancia. Por eso sentimos ese agobio; por eso pareciera que necesitáramos sacar pecho para respirar mejor; por eso apretamos las manos esperando una respuesta que abra algún camino solidario en medio de la indiferencia, las reglas hipócritas, las exigencias, los aprendizajes, la violencia. Porque ambas están entre la espada y la pared.
En ese pequeño, angustioso espacio, serán capaces de recomponer un código fracturado por el sistema. La síntesis entre la marginalidad –consciente o no- y la sistematicidad, se centra en el maravilloso personaje de Aldar, quien aparece construyéndose a partir de una perspectiva amorosa y de cuidado del otro/otra, desde la adopción de Músi (la gata del refugio). Esa “sororidad” es la semilla implantada en la nueva generación. La posibilidad de hacer un giro. Eso y la rebeldía necesaria, para transgredir las reglas que otros establecieron para nosotras, parece decir con mayúsculas la película. Es el ponerse en el lugar de la otra, a pesar de las diferencias, y sumar fuerzas para “sobrevivir”, pero es también proyectar la vida a partir de una nueva conciencia.
La frase “estas no son mis reglas” que la funcionaria de gendarmería expone en su rol de pieza del engranaje, es un argumento habitual, que a menudo escuchamos, y deja al descubierto que no importa si somos hombres o mujeres, importa si somos capaces de reconocer con qué principios queremos vivir, convivir, autogobernarnos, colaborar.
En fin, una maravillosa película, que pone frente a nuestros ojos un tablero de ajedrez. Ciertas piezas gozan de privilegios, ciertas piezas tienen un rango inferior, ciertas piezas son acorraladas y destruidas, ciertas piezas son dejadas al margen. El movimiento y la libertad dentro del sistema son privilegios del poder. La información es un derecho del poder. La decisión sobre cómo, cuándo y dónde. Las pequeñas piezas basan su sobrevivencia en la defensa. A ratos, sentimos nuestra respiración agitarse frente a una cámara que toma partido en la escenificación de la angustia, no dramatizada, no extraordinaria, ni catastrófica, la angustia común, de mujeres comunes, en situaciones que podrían identificar a miles… Pero también podemos sentir el alivio, esa sensación de respirar ancho y profundo, cuando el territorio se abre y todos cabemos, nadie constriñe. Cuando la solidaridad, el respeto y el cuidado al otro son la regla.
El modo en que se pone en escena uno de los temas centrales de la sociedad actual, es realmente magistral. Y solo menciono algunos aspectos.
La encuentran en Netflix.726071364_1280x720

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