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Es una expresión habitual la de “quedar para marzo”, aplicada para los estudiantes que no alcanzaron a aprobar el año académico dentro del calendario establecido y deben esperar a marzo, al regreso de las vacaciones, para aprobar las asignaturas que les faltaron para pasar de año.

Hay varios actores de nuestra sociedad que “quedaron para marzo”: La oposición política, los empresarios, las iglesias, algunos sectores del Gobierno.   Si algunos quedaron en deuda en diciembre o enero, cuando se suspenden las actividades por las vacaciones, algunas se las arreglaron para crear incluso nuevas obligaciones durante el tiempo de descanso.

La duda que la ciudadanía tiene legítimamente es si esos actores se habrán dado cuenta que estaban en calidad de repitentes y se preocuparon de estudiar para pasar los exámenes, o si definitivamente van a quedar en la calidad de reprobados en este nuevo año que empieza en estos días.

También es parte del origen de esta duda ver que algunos personajes, en vez de corregir sus conductas, se empeñan en culpar a los demás o si directamente tratan de hacer trampa en el examen.

De alguna forma, los estudiantes tienen la idea de que el reposo vacacional y su consecuente alivio de las presiones cotidianas serán suficientes para reemprender las tareas pendientes en forma exitosa, pero eso es una ilusión porque lo que se hizo mal no cambiará con el solo paso del tiempo.

Del mismo modo, están también los que creen que las exigencias serán menores por tratarse los exámenes de marzo de una circunstancia extraordinaria, pero olvidan que cuando se ha defraudado a la gente no existe la disposición para disminuir los requisitos de aprobación sino que, por el contrario, estos aumentan porque se entiende que las personas han tenido la oportunidad de examinar sus errores y aprender de ellos.

A partir entonces de este mes podremos ver quiénes han hecho sus tareas y quienes simplemente han supuesto que el receso veraniego será suficiente para volver a ser aceptados, suponiendo que, a fin de cuentas, son imprescindibles para que la sociedad siga funcionando y tendrán que perdonarles sus faltas y desidia.   Pero no es así, al político, al cura, al pastor, al rico que cometió errores se le pedirá que rectifique o que, por lo menos, de señales claras de que entendió en qué se equivocó y de qué forma puede enmendar rumbos, aunque no tenga respuestas inmediatas sino solamente la actitud correcta frente a la reprobación del público, porque empecinarse en que no son comprendidos, que la culpa es de otros o que se les pide demasiado no es la respuesta correcta para pasar el examen.

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