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Le había advertido el médico que una sola gota podría provocar la crisis, a pesar de los ya tres años, mil novecientos días o veintiséis mil doscientas ochenta horas (que eran lo mismo) sin sentir el aromático, áspero y rojizo sabor de un Chateauneuf-du-Pape.

Esa noche más larga que otras, el deseo dominó al temor, y el hombre soñó como lenta, muy lentamente, tomaba la copa redonda y suave como seno de mujer, y bebía hasta el fondo el espeso y lascivo liquido color burdeos.

Por la mañana, el diagnóstico implacable no admitió dudas: fallecimiento por infarto al miocardio consecuencia de negación por penas de amor, agudizada por ingestión de bebida alcohólica.

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