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Se está hablando mucho de la ética, a propósito del inicio del cumplimiento de la condena de los dos empresarios sancionados por millonarios delitos tributarios, y es bueno recordar qué es la ética para comprender la utilidad de la pena impuesta a los ejecutivos.

De acuerdo al diccionario de la RAE, la ética es el actuar recto, conforme a la moral, y la moral es, a su vez, la conducta regida por su relación con el bien o el mal, en función de la vida individual en el contexto de lo colectivo.  Es decir, se les enseñaría a estas dos personas cómo comportarse para hacer el bien a los demás, de acuerdo a una pauta de valores que define lo bueno y lo malo.

De inmediato, la definición permite identificar dos dificultades.   En primer lugar, el sentido de lo que es el bien y qué es el mal, y luego el interés de contribuir a la sociedad, y resulta claro que esa pauta de conductas no va a cambiar con un curso de cien horas, como también que las personas en general no tienen claros estos conceptos.

En la sociedad materialista e individualista en la que nos encontramos, en que prima el bienestar personal, las concepciones morales y el compromiso con el bien común han ido perdiendo valor en la determinación cotidiana de las conductas personales.   La persona que evade el pago del pasaje del transporte está haciendo lo mismo que el empresario que elude el cumplimiento de sus obligaciones tributarias porque en ambos casos, aunque con distinto grado de relevancia, se evita el aporte que se pide para el mejor funcionamiento de un Estado que debe utilizar los siempre escasos recursos en elevar las condiciones de vida de las personas y evitar, al menos, la verdadera condición de indignidad en la que viven los más pobres del país.

El razonamiento incorrecto es suponer que el valor del pasaje de la micro no es determinante y la idea que la evasión tributaria es correcta si los demás también lo hacen.

La falta de consciencia sobre el impacto de nuestras acciones y omisiones dificulta aún más que podamos ser una contribución a la vida de los demás, así como la falta de comprensión que nuestra suerte depende de nuestro entorno y no solo del inmediato sino que del conjunto de nuestro país y cada vez más del conjunto de la Humanidad.

Una verdadera ética exige mucha atención y sentido de responsabilidad, y en eso no son solamente los dos empresarios condenados a cien horas de clases de ética los que están fallando.  De hecho, todos deberíamos tener la oportunidad de aprender de ética y moral, pero evidentemente eso no forma parte de los intereses de la sociedad.

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