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Una de las cosas que distingue al joven del adulto es la incorporación de los matices que trae la edad.  Ya no es todo en blanco y negro ni existen el siempre ni el nunca, como parece haber quedado en evidencia en el reciente caso de confrontación entre la DC y el resto de los partidos de oposición a propósito de la reforma tributaria propuesta por el Gobierno, que en estricto rigor, es apenas un episodio dentro de la actual administración, fácilmente reversible cuando asuma otro Gobierno, y no representa un quiebre de una unidad que nunca ha sido real.

Esto es así en la vida y especialmente relevante en el caso de la política, donde se requiere flexibilidad para llegar a acuerdos.  Es legítimo sostener una posición firme e intransable, pero hay que entender que los elementos complementarios son negociables sin que ello constituya derrota ni deshonra.

La decisión de interpretar los hechos en el contexto de una bipolaridad en la que nuestra mirada es la buena y la ajena es la mala, casi demoníaca incluso, es la base de esta conducta que consiste en anunciar una especie de apocalipsis cuando las cosas no ocurren como se desea y denota cierto grado de infantilismo o al menos voluntarismo, y eso habitualmente conduce al fracaso porque nadie aceptará ceder en todos los puntos sin que se vea obligado ello.

En política hay objetivos de corto y largo plazo, y en el mundo instantáneo en el que nos encontramos, en el que las afirmaciones se hacen por redes sociales y la ciudadanía ha sido reemplazada por encuestas, a algunos les cuesta suponer la existencia de los motivos de largo plazo, y mucho menos entender que hay conductas que parecen incomprensibles en el momento pero adquieren sentido pasado el tiempo suficiente.

Por supuesto, también están los que disfrazan sus intenciones con motivos de alta política, sin que sepan muy bien qué es lo que están haciendo, pero será el tiempo el que colocará a cada uno en su lugar.  La pretendida renovación de la política no es un asunto que dependa exclusivamente de la voluntad.  Requiere un largo proceso de aprendizaje y de maduración porque, contrariamente a lo que se cree popularmente, no es cuestión de ponerse ropaje ad hoc, y levantar o no la mano al momento de votar.

En la marea negativa en contra de la clase política se aceptan como ciertas afirmaciones que, en realidad, son prejuicios sin sustento en la realidad, pero lo cierto es que la política es necesaria en la sociedad aunque tiene muchos aspectos negativos, como en cualquier oficio, y deberíamos tener más cuidado con quienes la ejercen con la liviandad del autodeclarado mesías que no ha sido convocado por nadie a salvarnos de peligros habitualmente inexistentes.

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