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La experiencia de inmigrar, el exilio y la literatura

Dicen que los libros, una vez puestos en circulación, siguen un camino independiente al de sus autores. Más ahora, cuando las redes sociales abren puertas a un expedito feed back. En abril del año pasado tuve la gran alegría de ser invitada a la Segunda Feria del Libro Hispano de Virginia, realizada en la George Mason University. Allí presenté “No te olvides del James River”, una compilación de relatos inspirados en los sueños, dolores, flaquezas y victorias de los inmigrantes hispanos en los Estados Unidos. El tema me salió del alma, después de todo (y aunque me cueste creerlo) yo misma soy una “trasplantada”. Así, tal como reza el título de la novela de Alberto Blest Gana, lanzada en París, en 1907. En esos días, el escritor reflejaba la vida de los chilenos asentados en la ciudad luz durante la (hoy envidiable) Belle époque. Entonces, muchas familias criollas aspiraban a ser invitadas a los salones y a la ópera parisina. Solían renegar de sus “selváticas” raíces sudamericanas para ganarse la lisonja de algún anochecido aristócrata. Aunque la realidad descrita en aquella obra es muy diferente a la de los inmigrantes de post-guerra, me quedé pensando en la frase dicha por uno de los personajes: “Hemos salido de nuestro país demasiado jóvenes para amarlo y nos hemos criado en otro, como extranjeros y sin penetrarlo”. Aquella voz podría representar a cientos de niños que, año tras año, salen tomados de la mano de sus mayores, desde aeropuertos, muelles, estaciones de trenes, caravanas vehiculares, a pie o en frágiles balsas, incapaces de comprender las razones de la guerra, catástrofe o incendio que destruyó sus hogares. Aterrados por guerrillas, narcotraficantes y amenazas que los dejaron sin escuela. Dudosos ante la decisión de sus mayores de buscar un mejor porvenir. Un niño siempre se aferra a lo conocido y aquella instancia (en la que no fue consultado), marcará para bien o para mal, todo su futuro. Algunos, crecerán resentidos. Otros, olvidarán el pasado y se mimetizarán en el nuevo país. No pocos, se avergonzarán de sus padres.  Los menos, regresarán tras las lágrimas de sus ancestros.

Portada de "No te olvides James River"
Portada de “No te olvides del James River”

Un cambio inesperado

En mi caso, debido a que mi padre era un inmigrante catalán, siempre pensé que mis pasos podrían encaminarme hacia el Mediterráneo. Ganas no me faltaron, pero el corazón me tendió una emboscada y el amor me llevó directamente hasta una parcela situada entre los bosques y ríos de Richmond, Virginia, en los Estados Unidos. El emigrar  “mayorcita” también tuvo sus bemoles, es más difícil dominar el idioma y comprender las corrientes subterráneas que cada cultura posee. Fue como entrar a un cine en plena oscuridad,  evitando hacer ruido para no distraer a los espectadores, cautivados por una compleja película (comenzada horas atrás) que ellos entienden y comentan a la perfección. Venir con una reseña y tratar de “enchufarse” en la trama no es lo mismo que quienes pueden inventar hasta chistes sobre cada escena. Expresiones chilenas como “Me mandé un condoro”, “salté al abordaje”, “se me echó la yegua” y el ordinario “huevón” se transformaron en un dialecto de Saturno. Lo mismo sucedió con los horarios, las comidas, el beso en la mejilla  y otras manifestaciones sociales. En forma natural, el encontrarse con otros inmigrantes hispanos, el desgranar los ¿Cómo llegaste? ¿Qué hacías antes de cruzar la frontera?, ¿Cómo eran las cosas en tu país?”  fueron el caldo de cultivo para escribir los relatos que incluyeron no solo los éxitos y amores, sino que también las amarguras, la derrota, el engaño y la traición. Así nació “No te olvides del James River”, que alude al río principal que cruza la ciudad de Richmond, por donde ingresaron los primeros ingleses en 1607. Antiguos inmigrantes que prefirieron dominar que habitar.

Café y libros

En enero, al preparar un viaje a Chile (después de dos años de ausencia) se fue gestando un evento. Fue tejido por conversaciones virtuales con antiguos amigos y colegas. Aunque conocía “en persona” a la mayoría, hubo otros a quienes fue un agrado encontrar face to face.  En un cafecito del Apumanque me junté con Thamar Álvarez Vega, autora del libro “Retazos singulares de una diáspora”. Me había impresionado el tono testimonial de su escritura, pues detalla la abrupta salida de sus padres y otros parientes hacia el exilio, poco después del Golpe de Estado de 1973. En esa época, ella y su hermana eran niñas que jugaban en las plazas de Viña del Mar y trepaban por los cerros de Valparaíso, puerto adonde se había radicado su abuelo, uno de los refugiados españoles que arribó a Chile en el célebre buque “Winnipeg” en 1939. Su madre, acostumbrada a “tener listo el equipaje” debido a sus orígenes judíos, logró trasladar a la familia hasta un kibutz de Israel, donde los esperaban otros parientes. Esa historia del exilio, contada con la delicadeza de la infancia, deja ver el sufrimiento de quienes no se adaptan, el suicidio, las peleas de los adultos y las inocentes aventuras de los pequeños, quienes  deben convertir el nuevo hábitat en un mundo por descubrir. Bebiendo jugos de fruta, me enteré que el exilio de Thamar no había terminado allí, sino que en Oviedo, España. Para ser precisos, su periplo todavía no ha finalizado. De hecho, el retorno en los 90’s y los errores del Servicio Médico Legal en la identificación de víctimas, también es parte de las cicatrices que ella consignó en su novela.

Portada de Retazos de una Diáspora
Portada de “Retazos Singulares de una Diáspora”

Nace una tertulia

Nuestro amigo Alicel Belmar, presidente de la Fundación Chile Emplea, que trabaja en la integración de los inmigrantes, nos ofreció organizar una tertulia, un debate literario sobre el fenómeno de marcharse o llegar desde tierras lejanas. Se unió al cafecito con nosotras y el proyecto fue tomando cuerpo. Se siguieron sumando encuentros con almas cercanas, pues Mauricio Tolosa aceptó ser nuestro moderador. El mismo se sentía tocado. También había salido rápidamente del país a inicios de 1981. Hasta el año anterior, había estado estudiando periodismo en el Campus Pedagógico de la Universidad de Chile. Su matrícula (y la de varios otros) quedó condicional y con riesgo de expulsión (o relegación) por haber participado en varias protestas contra el régimen. Lo que más había molestado el director delegado de Periodismo, Enrique Latorre, era el haberse encontrado con su oficina forzada durante la noche y constatar que “anónimas manos” habían dibujado bigotes en el retrato de Pinochet. (La posterior leyenda urbana no aclaró si el estilo de los mostachos fue tipo Salvador Dalí o Adolfo Hitler).  Coincidió también que la nueva ley de 1981 desmanteló las universidades estatales y las carreras humanistas iniciaron su propia diáspora a través del cemento santiaguino. El avión de Mauricio despegó desde el modesto Aeropuerto de Pudahuel rumbo a Francia. Gracias a su pasaporte galo pudo estudiar en París, algo que puede sonar glamoroso, pero que lo transformó en un “trasplantado”, siempre ansioso de recibir las cartas, diarios, revistas y cassetes que varios le hacíamos llegar desde Chile. En aquellos tiempos sin internet ni televisión satelital, los detalles del “paisito” se iban destiñendo, perdían acento, sabores y se volvían transparentes como fantasmas.

Diálogo y sentimientos

A mediados de marzo, un sábado en la mañana, se realizó la tertulia “Tierras Lejanas, Almas Cercanas” en el Centro de Extensión de la Universidad Católica. Conversar  frente a un público sobre “No te olvides del James River” y de “Retazos singulares de una diáspora” se constituyó en ese tipo de experiencias humanas que hacen tanta falta en un mundo individualista. Pilar Reyes, otra querida amiga de aquel año 1980, se hizo presente con su grupo musical “Neyenmapu” (Respiro de la tierra, en mapudungún). Ella junto a Luis Gatica, Andrea Morgado y Alejandro Zagal construyeron una atmósfera intimista, cercana a lo sagrado. Con sus voces, guitarras, bombo y zampoña, interpretaron “El Pimiento” de Víctor Jara, un árbol que crece en medio del desierto como un símbolo desafiante a la soledad y al rigor. De Quilapayún escogieron el tema “Todo tiene que ver”, delicada forma de describir el impacto que las pequeñas cosas cotidianas tienen en la vida de cada recién llegado o “recién partido”.

El diálogo fluyó al igual que en las viejas tertulias. Hubo espacio para la pregunta, el comentario, el café y las galletitas. Hubo lágrimas, risas, abrazos. Comprendimos que es fácil juzgar, criticar al forastero, a quien llega de lejos. Descubrimos que en el vértigo de la modernidad, no es raro sentirse como un exiliado en la propia tierra. ¡Gracias a tanta alma hermosa!

 

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4 Comentarios sobre “Tierras lejanas. almas cercanas

  1. Fue un honor y felicidad haber estado junto a dos mujeres estupendas, grandes personas, excelentes escritoras y lindas amigas. Suerte en el camino. Yo siempre estaré para ustedes.
    Cariñosos saludos. Ya volveremos a vernos…..

  2. Parece que todo apunta a que no tendremos raíces, ya sea por todo lo que conlleva la época que vivimos, incluidos los abismales males socio-económico-políticos. La naturaleza es un gran espejo y sabemos las consecuencias para el reino vegetal de raíces enfermas o que se pierden.

    Sin embargo somos otra especie de la misma madre ?

    Qué podemos esperar del camino con remota posibilidad de desandarlo, qué hay identificable en la esperanza, de qué forma podría la humanidad sorprenderse así misma?

    Reflexiones que surgen a partir de su lectura, muchas gracias.

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