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La reciente muerte de Carlos Altamirano (19 de mayo), a los 94 años, resituó en la memoria chilena a una figura política fundamental del siglo XX: junto con Salvador Allende, el dirigente socialista más importante en la historia del partido. Más allá de las polémicas en torno a su rol histórico, primero en la Unidad Popular, luego en su aguda autocrítica y crítica a los socialismos reales y la posterior creación de la Renovación Socialista, que abrió el camino a la Concertación Democrática y la caída de la Dictadura, hay consenso en su agudeza intelectual y en su honestidad. De hecho, en los últimos 20 años de vida, ya en Chile, alejado de la política en primera línea, no así del diálogo con líderes políticos e intelectuales, fue elaborando cada vez más una profunda crítica a la misma Renovación Socialista y la Concertación que antes contribuyó a crear. En su funeral, además, los oradores recordaron su enorme humanidad, su sencillez y calidez, su humor, su amor a la naturaleza, a plantas y animales, al arte, en fin, su capacidad de asombro. Como un recuerdo de ese hombre, en SitioCero recuperamos esta conversación con Carlos Altamirano publicada en 1996 en mí libro “Bolero de Almas”: conversaciones de fin de siglo con 25 viejos sabios (LOM Ediciones).         

«Hay que hacer una Historia que cambie el sentido de nuestro presente»

Fue el símbolo radical de una época radical y el hombre más estigmatizado por los militares y la derecha chilena, antes y después del Golpe Militar. Vitalmente comprometido con el socialismo durante gran parte del siglo XX, es crítico, autocrítico y riguroso en su intensidad reflexiva. Y por sobretodo es un hombre que vive el presente como historia.

– Hernán Dinamarca: ¿Cómo era la época en que nació?

– Carlos Altamirano: Al nacer soy contemporáneo de Lenin. Desde ahí no me ha sido ajeno ninguno de los grandes acontecimientos históricos. Muy niño escuchaba en la radio los discursos de Hitler. Como estudiaba en Los Padres Alemanes, me interesaba el alemán.

– ¿Entendía los discursos?

– No. Tenía sólo doce años y carecía de suficiente formación cultural. Pero me golpeaba el tono, la convicción, el mesianismo que existía en la melodía de Hitler. Luego escuchaba las opiniones de mi padre sobre el discurso. Después fui un apasionado seguidor de la Guerra Civil Española. Con mi hermano mayor teníamos un mapa en el que íbamos clavando estrellitas para seguir los avances de uno y otro de los bandos. Yo era republicano y mi padre franquista.

– Juegos con la historia desde chiquitito.

– En la Segunda Guerra Mundial ocurrió algo semejante. Desde el comienzo me inscribí al lado de los aliados, aun cuando la sociedad chilena, y también mi familia, estuvo dividida. De manera que esos grandes acontecimientos históricos los viví intensamente.

– ¿Y su relación con la Unión Soviética?

– Fui también testigo de la incursión del Marxismo Leninismo en los 5 continentes. No sólo seguí las primeras épocas de la revolución bolchevique, sino también su curso posterior. Leí mucho sobre Trotsky. Incluso en la casa de mi tío Héctor Orrego me tocó escuchar al famoso pintor mexicano David Alfaro Siqueiros narrar su participación en el primer intento de asesinato de Trotsky.

– ¿Lo contaba con orgullo?

– Sí, con convicción.

– Fue un especial primer encuentro con algunos revolucionarios.

– Así fue. Después celebré las grandes victorias de Tito en Yugoslavia, de Mao en China, de Ho Chi Minh en Vietnam. A estos 3 grandes personajes los conocí personalmente. Mao estaba muy enfermo del mal de Parkinson. En cambio quien me impresionó como uno de los hombres más inteligentes que he conocido fue Chu En Lai, aunque dirigente comunista chino, descendía de mandarines. Especial recuerdo guardo del líder indio Mahatma Ghandi, un pacifista, revolucionario y santo.

– ¿A qué líderes de América Latina y Europa conoció?

– A contar de los años cuarenta, a los principales del movimiento de izquierda y modernizador que sacudió a América Latina: al mexicano Lázaro Cárdenas, a los dosRómulo venezolanos, Gallegos y Betancourt, al peruano Raúl Haya de la Torre, aFidel Castro y Che Guevara. Además, en el exilio tuve la oportunidad de conocer a dirigentes africanos y a todos los grandes líderes de la socialdemocracia europea: Mitterrand, Brandt, Palmer, Craxi, el comunista italiano Berlinguer, Felipe González, Simón Peres. Y obviamente alterné con todos los jefes del ex mundo del socialismo real. Como podrás apreciar he sido un habitante comprometido con mi tiempo. He vivido en los tres mundos: en América Latina del Tercer Mundo, en el Segundo Mundo del ex socialismo real, y en el corazón del Primer Mundo, donde surgió la modernidad, en París, durante 14 años.

– ¿Qué piensa del poder después de conocer estos personajes que ejercieron el poder en un siglo que se maravilló con el poder? ¿Usted sabe que hoy se critica mucho al poder político?

– Hay una diferencia entre el poder que tuvieron esos hombres y el poder de hoy.

Ese poder era más fuerte y más prestigioso. En cambio hoy, el poder de los dirigentes es más precario, es mediocre, está más cuestionado. En ese momento el poder se encarnó en hombres que perseguían poderosos ideales colectivos. Monstruosos unos, como los de Hitler, Mussolini, Stalin y Franco. Maravillosos otros, como Lenin, Gandhi, Mao, Nasser, Willy Brandt y más tarde Allende, Fidel, Che Guevara, Felipe González.

Hoy, la lucha por el poder es sólo por poder, no se divisan los principios, el objetivo último es el poder personal. Ese sentimiento, indudablemente, estaba en los hombres que ocuparon el poder de ayer, pero, además, en los “demoníacos” y en los “dioses” existía un proyecto político, social e, incluso, moral.

– Lo mira con nostalgia. Sin embargo, para muchos es muy positivo que se acabaran aquellos liderazgos con lógicas mesiánicas.

– Es correcta esa observación. Pero, no niego que continúa atrayéndome la política fundada en principios e ideas. Aunque reconozco que esa excesiva ideologización, en gran medida, fue responsable de los horrores ocurridos en el siglo XX.

– La megalomanía de los personajes era producto de la megalomanía del siglo.

– No generalicemos. No puede calificarse así a Churchill, Mitterrand, De Gaulle, Brandt, Ghandi, Ho Chi Minh, ni a los modernos líderes latinoamericanos de esa época. Hubo megalómanos, pero también grandes idealistas y moralistas.

– Hemos hablado del mundo, pero ¿cuál fue su contexto familiar?

– Nací en el seno de una familia pudiente, del viejo Chile oligárquico. Al nacer, el llamado León de Tarapacá, Arturo Alessandri Palma, había iniciado la demolición de la sociedad tradicional chilena. Quien pasaría más tarde a ser un personaje emblemático de la derecha, fue quien comienza destruyendo el poder de esa antigua derecha.

– El León de Tarapacá era la izquierda de la época.

– Sí. Era la izquierda liberal de la época. Barros Borgoño fue el representante de la oligarquía tradicional. Mi familia pertenecía a la vertiente liberal, si bien católica, de ese mundo oligárquico. Estudié derecho en la Universidad de Chile y es allí donde comienza mi verdadera conversión al mundo de la izquierda. Allí estudiaban jóvenes que después serían importantes protagonistas de la vida política: Patricio Aylwin, Clodomiro Almeyda, Felipe Herrera, Aníbal Pinto, Arturo Matte Alessandri, entre otros.

– Esa fue una generación en la que no debe haber sido fácil tomar opciones políticas. Habían distintas sensibilidades emergentes y muy seductoras. Desde el Partido Conservador nacía como escisión joven, y a la izquierda, la Falange, que después dará origen a la Democracia Cristiana, con líderes como Frei Montalva, Leighton, Tomic, el mismo Aylwin. ¿No vivió la duda al tomar una opción?

– Sí. En ese entonces tuve amistad con diversos líderes que más tarde serían de la Democracia Cristiana, por ejemplo, Narciso Irureta. A más de alguno de nosotros no nos dejaba de atraer la posición de la Falange. Pero, mis ancestros liberales, mis lecturas y amistades me llevaron al socialismo laico. Ese camino también lo siguieron Felipe Herrera y Clodomiro Almeyda.

– Usted es un hombre que siempre se está asombrando ante la historia. ¿Por qué surge ese asombro?

– Algo habrá en mis genes. No lo sé. Pero también han influido poderosamente las circunstancias de las que hablábamos antes. Además, no sólo me ha tocado alternar con gente del mundo político, sino también con grandes intelectuales y escritores. Una buena amistad con Pablo Neruda, y en el exilio me tocó estrechar una relación con García Márquez y Julio Cortázar, y conocer a Carlos Fuentes y Sartre. Esos vínculos despertaron y acrecentaron mi capacidad de asombro. Fui el último de los exiliados a quien se le permitió retornar a Chile y desde entonces me he dedicado a procesar los grandes cambios históricos de los cuales participé y fui testigo. Estaba en Europa cuando en 1989 se derrumbó el muro de Berlín, se celebró el bicentenario de la Revolución Francesa, en París, y, en Sevilla, el Quinto Centenario del Descubrimiento de América.

– La caída del muro era también el derrumbe de un mundo en el que había creído. ¿Hubo una sensación de fracaso?

– No precisamente. Hacía largos 10 años que estaba de vuelta de ese mundo. En 1979 había protagonizado con otros amigos la división del Partido Socialista y trasladamos su dirección desde Berlín comunista a París.

– Con independencia del año de su desencanto, ¿fue doloroso?

– Evidentemente que sí. Pero el proceso venía de largo, de manera que cuando cae el muro me pareció un acto de liberación universal más que un neoliberalismo pragmático, sin alma, preocupado del éxito personal. Sin embargo, poco a poco se está volviendo a pensar. De manera que, a pesar de encontrarnos aún en este hoyo negro de confusión y ubicuidad, ha sido un tránsito necesario para que surja un nuevo pensamiento y una nueva fuerza cultural e intelectual.

– ¿Qué es la historia?

– La historia está abierta y la hacen los hombres, aunque éstos no sepan la historia que hacen. Afirmo esto porque hoy ya no creo en los determinismos históricos. Ni en el de Marx, ni en los teleológicos de ningún tipo. Hoy todos hablan de la modernidad, de lo moderno, pero ninguno define qué entiende por estos conceptos y los repiten como papagayos. Resulta que los historiadores sólo vinieron a hablar de época moderna en el siglo 19. Esto quiere decir que el mundo occidental habitaba, sin saberlo, desde hacía varios siglos en lo que después se llamaría «época moderna». Asimismo, sólo en el siglo 19 vinieron diversos pensadores a reparar que en los años 1500 se habría producido una extraña y profunda fractura entre la antigua civilización medieval cristiana y la naciente civilización moderna, racionalista e ilustrada. En otras palabras, no hubo una conciencia clara en los momentos en que esos cambios se producían.

– Es que son interpretaciones ex pos que hace el historiador; en cambio, la historia es simplemente el devenir de la humanidad.

– Exacto. Bergson pensaba que es el futuro el que le da sentido al pasado. Sólo a través de una larga perspectiva histórica podemos recién vislumbrar el real significado que tuvieron acontecimientos, ideas y personajes del pasado. Marx mismo define y populariza el concepto de «capitalismo industrial» aproximadamente en 1850. Cuando en 1848 escribe el «Manifiesto Comunista», jamás utiliza el término capitalismo, pero ya en esa época, 1850, hacía un largo siglo que existía un capitalismo industrial en ascenso.

– Usted dijo: La historia la hacen los hombres, aunque no saben la historia que hacen. Sin embargo, esa inconciencia del hombre como actor histórico era un rasgo muy intenso de la humanidad pre-moderna; en cambio hoy, cada vez más, la humanidad más asombrada tiene conciencia de su hacer en la historia. El hombre se va convirtiendo en un animal más histórico.

– Así también creo. Abonaría en favor de esa opinión el hecho que hoy pensadores de distintas sensibilidades han concluido en que estamos en un fin de época. De ahí los llamativos títulos de sus obras: «El Fin de la Historia», «La Sociedad Pos-industrial», «La Pos-modernidad», «El Fin de las ideologías». Escritos por razones y con objetivos distintos, el hecho es que todos han cobrado conciencia de que asistimos a un gran cambio histórico.

– El siglo XX es el siglo de una gran aceleración de la historia.

– Sin duda, una aceleración gigantesca de la historia. Y es negativa, en parte, porque desestabiliza lo más profundo de la psiquis humana. El hombre no está preparado para resistir cambios de tal velocidad y tal dimensión. La respuesta es: o bien la fascinación banal o la paralogización del pensamiento. Una abrumadora mayoría de seres humanos simplemente se bloquean, se cierran a la información, la noticia pasa y no es procesada ni asimilada. El resultado es que cada uno continúa su vida como si nada ocurriera. Y se niega a percibir estos grandes cambios. En consecuencia, esta idea del surgimiento de una conciencia histórica en este siglo habría que relativizarla un tanto, al menos para esa mayoría de la humanidad bloqueada o ausente.

– Así es. Y es grave porque tener conciencia histórica es tener también sentido de responsabilidad ética hacía con los seres humanos que vendrán.

– En general las personas no tienen suficiente conciencia de cómo cualquier acto suyo, por mínimo que sea, influye en el curso del devenir humano. El futuro de la especie humana está muy seria y gravemente comprometido, y, sin embargo, se continúa día a día con acciones que agravan esa amenaza.

– ¿Por qué lo inconcluso del proyecto de Salvador Allende?

– En primer lugar, no hay que reducir, como se ha hecho, el análisis de Allende en la historia política chilena sólo a los 1.000 días de su gobierno. Eso sería un reduccionismo histórico. El quehacer de Allende cubre 40 años de la historia de Chile. Prácticamente no hay una ley de la mujer, del niño, de la salud, previsión o que buscara ampliar la democracia en que no esté puesta la firma de Allende. De manera que, cuando hablamos del «Proyecto Allende», hay que adelantarse bastante al gobierno de la Unidad Popular. Allende no es un improvisado en la vida política. No fue como Pinochet, que hasta el día antes del golpe era absolutamente desconocido. Allende no. En 1933 participa en la fundación del Partido Socialista. En 1938 ya es Ministro de Salud Pública. Hablar del «Proyecto Allende» es hablar del Diputado, del Senador, del Ministro, del Presidente del Senado y del Gobernante. Allende participa durante 40 años en el proyecto de una izquierda que se confunde con la modernización del país. Fue la izquierda en Chile, y Allende con la izquierda, la que le entrega zapatos al campesino, la que produce electricidad, el acero y el petróleo, la que industrializa el país, la que realiza la gran reforma universitaria y es su espíritu el que inspira a los dos grandes premios Nobel: Neruda y Mistral. Ese es el real proyecto Allende.

– Con esa fértil historia, ¿por qué lo triste del ocaso?

– No sé si es triste el ocaso. Por cierto que lo fue para quienes lo vivimos y lo sufrimos. Pero no sé si la historia lo va a juzgar como un episodio triste, porque lo triste vino después, debido a la mitología que existía acerca de nuestra Fuerzas Armadas. La Unidad Popular fue breve: sólo 1.000 días, pero que marcaron indeleblemente a Chile. Fue el pueblo de Chile quien se liberó y participó. Bastaba ver las concentraciones de un millón de personas en un Santiago de poco más de tres millones. El entusiasmo y la alegría. Tantos intelectuales y artistas involucrados en ese proceso. Ahí se materializó la Reforma Agraria, se nacionalizó el cobre, entre otras muchas realizaciones que han quedado para la posteridad. Estoy seguro que la historia recogerá su espíritu profundamente libertario. Nadie puede afirmar que la Unidad Popular asesinara o violara los derechos humanos. Nunca. Se respetó escrupulosamente las libertades políticas, los diarios escribieron lo que se les antojó, las manifestaciones contra el gobierno eran todas permitidas. Afirmar que se estaba estableciendo una dictadura constituye una falsedad absoluta y una distorsión brutal de la realidad.

– Entre tanta fortaleza, ¿cuál era la debilidad del Gobierno que lo llevó a su violento final, aplaudido por medio millar de personas en el Parque Bustamante dos días después del golpe militar?

– Su principal debilidad era al mismo tiempo su principal fortaleza. Proponerse un proyecto de cambio tan profundo y radical en el más escrupuloso respeto a las libertades democráticas era casi un imposible, nadie lo había intentado y ahí residía su debilidad. La gran locura nuestra, si cabe, era intentar cambios tan radicales en democracia y libertad, como dijera mil veces Allende. A su vez, esa debilidad constituía la grandeza del proyecto, hoy enormemente valorado en el imaginario colectivo de todo el mundo. De ahí arranca la imagen internacional favorable de Allende y el repudio a la dictadura pinochetista.

– De su reflexión se pueden sacar dos lecciones. Una, si se quieren lograr cambios radicales, más temprano que tarde, habría que limitar las libertades de aquellos que no quieren los cambios. Otra, es que hay que ir concertando lentamente voluntades. ¿Cuál ha sacado usted?

– En primer lugar, quisiera dejar constancia que nuestra opción política jamás contempló la posibilidad de hacer en dictadura los cambios previstos, ni mucho menos haber recurrido al asesinato, a los desaparecimientos y a la tortura sistemática de Estado. Ha sido la derecha quien ha sostenido que los cambios hechos por el régimen militar habrían sido imposibles sin dictadura. Discrepo de esa opinión. Nuestro principal error fue, habiendo decidido realizar los cambios en democracia, haber impreso una radicalidad al proceso que la sociedad, en términos generales, no toleraba. La historia tiene su ritmo, sus tiempos, que no se pueden atropellar impunemente. Tiene que haber prudencia y consenso en las reformas que se van a realizar. No puede imponerse una determinada política a rajatabla, pensando que los oponentes están absolutamente equivocados o están guiados por mezquinos intereses. Porque, aunque así fuera, por el hecho que esos intereses existen, hay que considerarlos. De allí que hoy atribuyo mayor importancia a la necesaria «revolución intelectual y moral» de la que hablara Gramsci.

– Con esta sabiduría de los años noventa -que es común a muchos de aquella izquierda de la Unidad Popular-, tal vez se hubiese evitado el drama que vivió el país. Una cosa que en ese momento no se quiso hacer fue una concertación entre la Democracia Cristiana y la Unidad Popular, siendo que ambos programas, de Tomic y Allende, eran muy similares.

– No valen los análisis de la historia a posteriori. Ser profeta del pasado es un oficio fácil e inútil. Lo cierto es que la historia entre la democracia cristiana y el socialismo fue siempre de desencuentros y malos entendidos. Ambos programas eran muy similares. Pero, lamentablemente, las circunstancias históricas quisieron que ambas fuerzas políticas nos percibiéramos como enemigos. Ello tenía sus fundamentos tanto en la historia nacional como en la historia mundial de esa época.

– Era la Guerra Fría que se vivía en Chile.

– Además estaba la Guerra Fría. Por lo mismo, es una grave equivocación sacar de su contexto una determinada situación histórica. Fue un error, determinado por las circunstancias históricas, la confrontación tan intensa y excluyente de la izquierda socialista con el mundo liberal y cristiano. Hoy, la izquierda debe incorporar las ideas fundamentales del liberalismo y también considerar la preocupación social de los cristianos. De allí que fui partidario, desde mucho antes de que se concretara en Chile el año 90, de una concertación política entre estas fuerzas. Esa concertación no tiene sólo por objeto resolver problemas contingentes del poder. Debe ser, por sobre todo, una concertación de idealidades y pensamientos distintos que se unen para lograr que el mundo se oriente en una dirección más justa y sustentable.

– Sin embargo, el socialismo y el liberalismo son ideologías ya antiguas de la época moderna, que están siendo cuestionadas en sus fundamentos por nuevas sensibilidades emergentes en este fin de siglo. De ahí que se me hace difícil y de corto alcance pensar en una concertación sólo de ellas para entrar con un proyecto innovador y viable al siglo 21.

– Por cierto. Estoy precisamente en ese debate: hacer entender a muchos que estamos en un cambio de época y que el socialismo necesita una refundación. Eso también vale para la Democracia Cristiana. Esta no puede ignorar que el mundo democratacristiano italiano se colapsó también en forma tan drástica y súbita como el socialismo real. Hoy, en Chile la propia Iglesia Católica ha resuelto no tener un partido político oficial. Durante todo el siglo 19 y parte del 20, su partido fue el Conservador y después la Democracia Cristiana. Ahora no es así. La Iglesia ha resuelto expresarse directamente a través de los medios de comunicación. Hoy la época moderna ya es una época antigua. Esto contraría el sentido común, porque lo moderno es lo último, lo nuevo, y entonces no resulta fácil explicar porque lo nuevo ahora es lo viejo. Lo cierto es que la época moderna está históricamente sobrepasada y lo moderno será lo posmoderno. ¿Qué es lo pos-moderno? No lo sé. Nadie lo sabe. Pero sé que los portentosos valores y descubrimientos fundadores de la época moderna -el paradigma científico cartesiano, la razón instrumental, la idea de progreso, la ciencia omnipotente, la tecnología resolviendo todos los problemas humanos- están seriamente cuestionados por los pensadores de la actualidad. Y por lo mismo entramos a otra época histórica.

– ¿Cuáles serían los signos de esta nueva época?

– Hay muchos signos objetivos y visibles. Por ejemplo, pertenecemos todavía a la época de los grandes Estados-naciones, que ya hoy están siendo erosionados por la nueva realidad histórica que apunta a la creación de una sociedad planetaria. La sociedad posmoderna será la sociedad planetaria, así como la sociedad moderna fue la sociedad de los Estados-naciones. La familia de la época moderna fue la familia patriarcal, en que se respetaba estrictamente la autoridad del padre, y la mujer y los hijos estaban sometidos a ella. Hoy es indudable que en la familia posmoderna ni la mujer estará sometida, ni la autoridad del padre será omnipotente sobre los hijos. Más de una vez me he preguntado acerca de cuál podría ser el análisis marxista de Internet. Internet es la red comunicacional más gigantesca de la historia, pero nadie es propietario de esa red. ¿Cómo aplicar las categorías marxistas a esta colosal red universal que no es propiedad de nadie? Y así podríamos dar muchos ejemplos que demuestran que lo que todavía llamamos capitalismo tal vez ya no es capitalismo. Aún no sabemos cómo definir esta nueva realidad productiva mundial.

– El historiador inglés Eric Hobsbawm en su «Historia del siglo XX» habla de un siglo corto que va de 1914 a 1989 y reconoce en él 3 grandes períodos: el de las catástrofes, que abarca a las 2 guerras mundiales; un período del Estado de Bienestar y de desarrollo económico sin precedentes en la historia, entre 1945 y principios de los años 70; y un tercer período neoliberal, inestable y de crisis económicas. ¿Se podría extrapolar esa periodización a la historia de Chile?

– Es interesante la lograda síntesis que hace Hobsbawm de nuestro siglo XX. Sin embargo, esa periodización es un poco cargada de europeísmo. En Chile, es más pertinente hablar de otros períodos. Las primeras décadas del Chile de este siglo corresponden al colapso del viejo período oligárquico, iniciado en 1830 con Portales y concluido en 1930, con Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez. A continuación viene el gran período de modernización de la sociedad chilena iniciado con los gobiernos del Frente

Popular. Fue en esos años cuando en Chile se introdujeron las instituciones modernas. Era la segunda ola modernizadora que logró cambiar la faz de este país. La primera ola se había producido con la Independencia, la cual se frustró rápidamente.

– ¿Habría un tercer período?

– Sí. La dictadura de Pinochet. Con él se consolida una restauración de tipo totalitario anti moderna. Sólo en los últimos años de su gobierno se desarrolla una política de inserción en la economía mundial. Esa fue la gran visión del gobierno militar.

– Pero a finales de los setenta hubo reformas estructurales nada triviales para lo que hoy es el país. Por ejemplo, la entrega a privados de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP) sentó las bases para la posterior capitalización. Hoy pocos cuestionan esas reformas privatizadoras, sino que sólo se debate cómo se fiscalizan esas instituciones para garantizar beneficios sociales. ¿Usted no valora aquellos logros del régimen militar?

– Vamos por parte. Las privatizaciones no las cuestiono, pero sí, y muy fundadamente, la forma y los precios en que ellas se realizaron. La decisión de insertarse en la economía mundial me parece una iniciativa positiva. Las AFP pueden ser también una iniciativa correcta, pero no olvidemos que antes también se producía una importante capitalización a través del Estado con los fondos de previsión social y con ella se inició la industrialización del país. Pero la pregunta fundamental es ¿cuál fue el costo de estas dos o tres iniciativas favorables? Hitler y Stalin también introdujeron gigantescos avances materiales. En él debe de todo balance hay que recordar la sistemática violación de los derechos humanos que horrorizó al mundo entero; la enorme cesantía que por más de una década asoló al país y la compresión despiadada de los salarios públicos y privados; las dos catastróficas crisis económicas, las más graves de América Latina en este siglo, por lo demás injustificadas; la virtual destrucción de los servicios nacionales de salud y educación pública que afectan a más del ochenta por ciento de la población. Tampoco podemos ignorar el gigantesco retraso producido en la infraestructura del país, en caminos, en puertos, en el ferrocarril y en aeropuertos. ¿Cuánto le costó a Chile su vergonzoso aislamiento internacional? Sólo en la democracia comenzarían a llegar los aportes de capital y se inició la decidida y rápida expansión comercial. ¿Y acaso son justificables los irreparables daños provocados por la siniestra persecución a la cultura y a la inteligencia ocurrida durante los 17 años de régimen militar? No me caben dudas, el balance de los 17 años y medio de dictadura es dramáticamente desfavorable a ésta. Él debe superó notablemente al haber.

– Hay dos maneras opuestas de mirar el siglo XX. Una lo ve como un siglo portentoso. Por ejemplo, logró casi triplicar las esperanzas de vida de la especie: alrededor de 35 años era la vida promedio de un hombre de principios de siglo, hoy se acerca a los ochenta. Otra lo ve como un siglo trágico en el que no sólo ha habido más muertes que nunca antes en guerras intra especie, sino que a su término la humanidad se encuentra angustiada ante un posible no futuro.

– Coincido con las dos visiones. Por una parte, el siglo tiene un espectáculo de horrores inimaginables: las 2 guerras mundiales, el genocidio de 5 millones de judíos, Hiroshima y Nagasaki, la guerra de Vietnam, la Guerra Civil Española, el nazismo, el stalinismo, las crueles dictaduras del cono sur de América Latina, etcétera. Pero también en este siglo el hombre aterriza en la luna, cuyas consecuencias aún no podemos prever; se descubre la energía nuclear, un hecho maravilloso y siniestro a la vez. Está ocurriendo la emancipación de la mujer: la revolución social de mayor trascendencia universal, puesto que son 3.000 millones de seres humanos quienes se ven involucradas. La discriminación entre el blanco y el negro comienza a superarse. Se ha producido una gran liberación del espíritu humano y de su capacidad creativa en la ciencia, en el arte y en la literatura. Por todo ello, suspendo una opinión categórica respecto a si debe ser visto como un siglo de horror o bien como un siglo que alumbra una nueva humanidad. Pero sí afirmo que es y será un siglo crucial. Un siglo que cortará para siempre la historia humana. Que la dividirá en el antes y en el después. Antes, como habría dicho Marx, fue la prehistoria; después será la poshistoria de la modernidad. Aquella que podrá destruir a la humanidad o bien podrá salvarla. El hombre se ha constituido en un demiurgo. Puede participar activamente en la evolución cósmica, creando nuevas especies animales y vegetales y tal vez humanas. Puede detonar algunas pocas bombas nucleares y hacer desaparecer el planeta. Jamás en ningún momento de la historia el hombre tuvo tal poder de creación y tal poder de destrucción. La gran interrogante histórica será: ¿cuál de los dos poderes usará preferentemente?

– ¿Cuál es el rol que deberán asumir los hombres que en el futuro aspiren a seguir proyectando los mismos ideales -llámense de izquierda o no- que usted ha querido expresar en este siglo?

– Primero, quiero dejar en claro un tema esencial. Si efectivamente transitamos por un giro histórico global, no podemos concluir que lo único que no ha cambiado ni cambiará son el pensamiento de izquierda y las ideas socialistas. Consecuente con este postulado, el del cambio epocal, creo que la izquierda y el socialismo deberán también reformularse. Ello obedece a un imperativo histórico. Porque ha sido la izquierda la protagonista fundamental de los cambios en los últimos 200 años. En el siglo de las luces fue el pensamiento liberal el que revolucionó a la civilización occidental, con sus grandes ideas de racionalidad, libertad, progreso, democracia e inventa los derechos del hombre y del ciudadano. Después completaría esa revolución el socialismo, que añadió el concepto esencial de justicia social. La civilización occidental ilustrada se fue construyendo en los siglos 18, 19 y 20 sobre la base de estas dos grandes ideologías modernas: la liberal y la socialista. Fue el espíritu de izquierda, expresado en liberales y socialistas, quienes dieron nacimiento a la época moderna. El conservadurismo ha combatido durante los últimos quinientos años esta gigantesca transformación civilizacional.

 – ¿Cuál sería ese espíritu?

– Fue el espíritu que aspiraba a cambiar el mundo y nace con el renacimiento y se desarrolla con el humanismo en los años 1.500, luchando contra el milenario inmovilismo conservador religioso.

– Pero hoy ese espíritu hay que actualizarlo de sentido, ¿cuáles serían sus nuevos contenidos?

– Será un nuevo contenido para la cultura de izquierda realizar la síntesis entre las ideas liberales y las ideas socialistas, ambas ideologías de la modernidad. Además, habrá que agregar los grandes retos que está planteando la degradación ecológica. Ese es un tema central de la izquierda de hoy y del futuro. Como también lo son la liberación de la mujer y la superación de la terrible desigualdad social que se ha creado en el mundo. ¿Qué quiero decir? Que hoy el patrimonio cultural y político de izquierda deberá ir mucho más lejos que la antigua ideología marxista y sus clásicos partidos políticos.

– ¿Qué papel le asigna a la creciente auto-organización de la sociedad civil en tantos movimientos ciudadanos que aspiran a cambios en distintos órdenes?

– Por cierto creo en ellos. Pero, con ellos y más allá de ellos, lo fundamental es recrear y potenciar una nueva fuerza cultural y moral de izquierda: nuevos movimiento, nuevos partidos. ¿Por qué? Porque la izquierda es la fuerza del cambio, la que innova. La actual dinámica de la economía mundial arrastra al planeta a un virtual apocalipsis. Será inevitable, si se deja la dirección del mundo a las fuerzas conservadoras, que éste concluya en un cataclismo ecológico, nuclear o moral. Sólo una renovada cultura que vaya más allá de los grandes postulados modernos podrá introducir una profunda corrección y lograr una seria inflexión de la historia, a través de una nueva revolución cultural, moral y científica, semejante a la ocurrida en el siglo de las luces europeo. Pero esta vez la transformación deberá ser de distinto signo. Lo moderno y la modernidad dejaron de ser una utopía futura.

– ¿Hay signos en esa perspectiva?

– Hay múltiples signos. Hoy son enormes los grupos en todo el mundo que están en una lucha muy activa por la causa ecológica. Hay también grandes grupos que están en la defensa de los Derechos Humanos que ahora también se amplían a la mujer, al niño, al anciano, a las minorías sexuales y étnicas. Este es un siglo que culmina con una explosión de emancipaciones. Sin embargo, como ya lo expresé, existen también tendencias contrarias y amenazantes: los riesgos de futuras manipulaciones genéticas, la devastación ecológica, la atroz desigualdad como resultado de la increíble concentración de la riqueza, la corrupción creciente, la carencia de un fuerte sentido de vida. Observo con asombro lo ocurrido. Me maravillo y me horrorizo al mismo tiempo. Pienso que somos nosotros quienes hacemos la historia y que por lo mismo debemos intentar hacer una historia que fuerce muy radicalmente el sentido y la dirección de la historia presente.

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Alguien comentó sobre “Carlos Altamirano Orrego

  1. Recuerdo a mi mamá viendo Tv en los 70 y diciendo “Carlos, el mayoneso, hará caer a Allende con su impulsividad y radicalismo”. Si se analizan los documentales “La Batalla de Chile” de Patricio Guzmán, se observa esa obstinación de Altamirano.

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