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Esta semana, el astrónomo, Premio Nacional de Ciencias, divulgador científico y académico de la Universidad de Chile, José Maza Sancho, llamó la atención del público al criticar que uno de los tantos programas matinales de la televisión chilena -el Televisión Nacional- dedicara dos horas a hablar de los duendes.

Teniendo profundo respeto por los duendes y la existencia de realidades paralelas, uno no puede dejar de compartir el fondo de la crítica del profesor Maza, que agregó tener la sospecha que la televisión forma parte de una suerte de conspiración para que el público esté desinformado y dirija su atención a asuntos que no forman parte de la contingencia y no se preocupe de lo verdaderamente importante.

Como defensor de sus principios científicos, Maza tiene todo el derecho a reclamar mayor espacio en los medios de comunicación para la información “seria”, así como debe haber espacio para los que quieren hablar de duendes o de extraterrestres.  La TV tiene como parte de su misión fundacional cooperar en el pluralismo de la sociedad chilena, y la verdad es que no está cumpliendo ese rol de forma debida.

De hecho, Maza no se puede quejar porque, gracias a su experiencia y carisma personal, es un invitado permanente a programas televisivos, como no ocurre con otros actores de la sociedad que, teniendo el mismo derecho a exponer sus opiniones, no encuentran espacio en los medios de comunicación masivos.   En este sentido, es difícil hablar de conspiraciones en las que uno se imagina a los ejecutivos de los distintos canales en reuniones secretas con los poderes ocultas de la sociedad para definir de qué se puede o no hablar, pero sí es razonable pensar que hemos caído como sociedad en una suerte de chatura intelectual en la que resulta más fácil recurrir a las curvas femeninas que a los argumentos.   En ese escenario, es aún más sencillo razonar en que se le da al público lo que este pide, en un eterno ciclo de retroalimentación que va perdiendo altura y finura.

La forma en la que las personas que pertenecen a una comunidad puedan comunicarse entre sí debería formar parte de los derechos ciudadanos, pero eso parece escapar de una concepción más amplia de lo que significa la democracia.   Se tiende a pensar que los medios de comunicación son una empresa comercial, como podría serlo una fábrica de calcetines, pero tiene un efecto incuestionable en la forma de organización de la sociedad, lo que le da un carácter político y eso le confiere una condición distintiva que avala el derecho de la sociedad a definir normas mínimas de conducta para los medios de comunicación, sin paranoias conspiracionistas pero sí con un sentido más nítido y profundo de lo que constituye lo que conocemos como la realidad.

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