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Es fácil hacer escarnio de la presidenta de la UDI, la senadora Jacqueline Van Rysselberghe, por haber usado la palabra “patipelados” para referirse a la masa anónima que cuestiona a los políticos.  Lo difícil es entender que el ánimo que simboliza esa expresión es mucho más corriente de lo que se supone en una sociedad como la chilena, que se caracteriza por el clasismo y la discriminación, sean políticos, empresarios, deportistas, artistas y cualquier otro rol social que supone la existencia de una élite que participa del juego y desprecia a quienes ni siquiera logran entender de qué se trata.

La palabra patipelado es un chilenismo que se refiere a la persona carente de toda clase de recursos.   Es el roto chileno que celebramos cada 20 de enero en el aniversario de la batalla de Yungay, porque fueron ellos los que ganaron las guerras; son las personas “de la calle”, el eufemismo usado por el periodismo para referirse a quienes no son especialistas en ningún tema pero representan la opinión del sentido común, son quienes van o no a elegir a las autoridades porque en ellos recae la soberanía nacional.

La frase de la senadora Van Rysselberghe tiene una segunda parte que es mucho más preocupante.   Cuando cuestiona que estas personas se sienten con derecho a insultar a los “servidores públicos” se olvida que son precisamente esos patipelados los que le dieron el puesto a los servidores públicos, fueron ellos los que decidieron que el Presidente de la República fuera uno y no otro, que el senador, el diputado, el alcalde, el concejal fueran los que tenemos y no cualquiera otro de los que se postularon al cargo.  Un mínimo de reciprocidad exigiría no sólo darles un trato digno y respetuoso sino, sobre todo, evitar la descalificación como defensa ante la crítica.

Es posible que el cuestionamiento sea percibido por el político como injusto, pero es necesario reconocer que en los últimos años parte de esos “servidores públicos” han dado suficientes muestras de ineficiencia, indolencia y corrupción como para aceptar que, por lo menos, se les critique.  Suponer que, además de evitar las sanciones penales que les corresponderían, tienen derecho al prestigio social es demasiado en algunos casos.

Es posible que nosotros mismos cometamos el mismo error cuando le negamos a otros el derecho a cuestionar nuestros propios actos porque son ignorantes, porque no son especialistas, porque son más jóvenes, porque son más viejos, porque son emprendedores, putas, profesores, da lo mismo.   Ese es el punto en que descalificamos luego a las mujeres, a los hombres, a los indígenas, a los pobres, a los ricos y pronto podríamos estar usando el término patipelado con la misma facilidad, olvidando que, en esencia, todos valemos lo mismo como seres humanos.

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Alguien comentó sobre “Los Patipelados

  1. Cierto. El uso y abuso de “chilenismos” para referirse a diversas clases sociales siempre refleja el espíritu racista y divisivo del país. Tú tocas un punto clave: Los “servidores públicos” se deben a los votantes, sean “pelolaís”, “pitucos”, “cuicos”, “medio pelo”, “pelo y medio”, “ratones de cola pelá”, rotos con plata, rotos choros, pobretones y patipelaos. El respeto es para todos y las dudas sobre la forma de actuar de muchos “servidores públicos” han generado desconfianza entre la gente.

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