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Te invito a que conversemos; a  que vayas a mi lado por un rato en la huella, junto a mis perros Valiente y Black, a mi caballo Santiago y a estas fieles ovejas que me permiten guiarlas, desde hace ya muchos años atrás.

Mi nombre es Abel Oyarzún y muy orgulloso, te puedo contar, que debo mi  existencia,  a las talentosas manos creadoras del escultor Germán Montero Carvallo. Hombre joven y soñador, igual a muchos otros, que veo cada día caminar por esta avenida en Punta Arenas.  Todos los que pasan por aquí, me acompañan, aunque sea por breves segundos, en este recorrido infinito en que me encuentro.  Soy  ovejero, un hombre que se dedica al cuidado de estas maravillosas criaturas peludas, que en alguna pronta esquila, entregarán su lana, como un  tesoro, destinado al abrigo de otros cuerpos y más tarde hasta su propia  vida en pos de otra vida. En esta tarea, mis leales compañeros de trabajo son estos incansables perros, que ya te nombré, Valiente y Black.  Sin ellos no podría llevar a cabo la faena.  Ellos son mis ojos, mis pies, mis manos,  mi juventud y valentía. También está Santiago, que con su nombre de urbe grande, me lleva sobre sus nobles huesos cuando el cansancio,  algún dolor o herida, guiña en forma insolente. Todos nos cuidamos y defendemos mutuamente, somos una familia. Mi vida, en este bello suelo helado,  es simple, pero no es fácil.  La tierra magallánica, con su hipnótica magia, obliga a ser recio, fuerte, atrevido; desafiante al viento, a la nieve y la escarcha.  Yo enfrento, cada día, este desafío y cuido de las ovejas con dedicación y esmero.  Me duelen sus llagas, sufro si alguna se enferma y valoro en ellas su quietud, su inocencia y fortaleza.  La verdad, es que me siento  más que un monumento al ovejero. Me considero un faro en la Avenida Manuel Bulnes.  Soy un viajero eterno, que junto a mis animales, he detenido las horas, para  vivir en un espacio sin tiempo, ni dueño;  y estoy presente y ausente a la vez. Soy un ícono del trabajo magallánico, que se envuelve en piel curtida por el clima indomable y mira con ojos cegados por el reflejo del  sol sobre la nieve.  Nunca pensó Germán Montero Carvallo, mientras me modelaba, en que a través de sus manos, se producía el milagro de la inmortalidad y la atemporalidad.

No me extiendo más con palabras, no existen las adecuadas para describir el inefable amor que tengo por mi vida, mi trabajo, y mi tierra austral; por esta Patagonia bendita y fraguada en pasión de hielo y fuego de almas. ¿Sabes? Sólo un encargo, antes de la despedida. La próxima ocasión en que pases por aquí, por favor, trae un termo con agua caliente y trae yerba, porque tengo, hace tanto tiempo, demasiado  tiempo, muchas ganas de tomar un mate, y ojalá, uno con “punta”, para el frío.

*Primer lugar concurso literario Dibam “Conversemos nuestro patrimonio” año 2017.

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2 Comentarios sobre “Un mate para el ovejero*

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