Compartir

¨Si cae nieve, va a ser aguanieve¨,

dices convencido mientras tu sabia mirada

se desliza concentrada hacia el patagón horizonte,

intentando indagar en el secreto del cielo austral desplegado,

el próximo episodio de este clima, siempre, tan taimado.

Muy cerca de ti, el piño de ovejas que se dispersa

entretanto tú, en tus meteorológicos cálculos te concentras.

También, muy cerca de ti, estoy yo observándote con paciencia;

te conozco muy bien, sé que sientes, casi sé lo que piensas;

sé cuando estás alegre, añorante o con pena;

porque soy tu aliado, tu amigo y compañero en la faena;

basta sólo un silbido tuyo y todos mis sentidos se alertan,

mis oídos reciben tu orden, mi corazón bombea con fuerza

y mis ojos, en segundos, no vacilan en recorrer, con agudeza,

tramo a tramo la pampa para buscar, con vehemencia,

a cada una de mis hermanas las ovejas.

Luego del estudio visual corro y corro, con entusiasmo, tras ellas

intentando, con destreza, arrearlas sin hostigarlas,

sin asustarlas, haciendo que crean

que estoy, todo el tiempo, sólo jugando con ellas.

A veces, siento que soy una prolongación de ti,

de tu inteligencia, que te has impregnado en mí,

en mi lomo, en mis patas, en mi aliento y cabeza

y somos uno trabajando, y estoy feliz de que así sea,

porque lo hago con cariño, con amor,

tanto hacia ti, como hacia ellas.

 

¨Si cae nieve, va a ser aguanieve¨,

repite tu voz al destino;

cuántas estancias recorridas, cuántas huellas

y no me canso de acompañarte, día a día, en esta tarea;

porque soy un perro ovejero magallánico de buena cepa,

ni el frío, ni el viento me amedrentan

y además ya sé, por experiencia,

que si estoy herido o cansado, tu caricia generosa, me aquieta

y hasta sobre tu caballo, si es necesario, me llevas,

y me cuidas, con ternura,  para que recupere, pronto, las fuerzas.

 

¨Si cae nieve, va a ser aguanieve¨,

repito yo en interna reflexión, sin poder decírtelo,

pero te ladro alto, con potencia,

asintiendo, de esta forma, para darte la razón en tu creencia

y te miro y espero atento, para recibir tu orden experta

y ahí está, de nuevo, tu certero silbido, que me alienta

diciéndome, como tantas veces, en esta vida estanciera:

¡Vamos amigo!  ¡Al galpón!  Arrea ya… las ovejas.

 

Compartir

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *