Mucha tinta se ha vertido en estos días a propósito de la discusión sobre la disminución de la jornada laboral a 40 ó 41 horas, lo que al público le ha resultado difícil de entender porque no se ve mayor diferencia entre las dos propuestas.
Lo que distingue a una proposición de la otra es que la de la diputada Camila Vallejo, en esencia, solo reduce las actuales 45 horas máximas a 40 horas, en tanto que la alternativa del Gobierno, la de las 41 horas, incluye además mecanismos para promover la flexibilidad laboral, lo que constituye el nudo del debate mientras para la mayoría del público el asunto se ha convertido en motivo de bromas en las redes sociales.
En este escenario, y siguiendo la tónica de la parte menos seria de la política nacional, habría que recordar que la cifra de las 40 horas recuerda la celebración de la Virgen de las 40 horas de Limache, y vendría bien rezar para que los dirigentes de opinión tuvieran la capacidad de poder explicarle a la ciudadanía la raíz y esencia de sus discusiones, porque hablar de 40 ó 41 horas, sin proporcionar más información, es simplemente incomprensible.
De todos modos, hay una discusión anterior que no se ha hecho: La reducción de la jornada apunta a mejorar la calidad de vida de las personas, pero la discusión se ha dirigido hacia la productividad de las empresas, es decir un actor diferente con un tema distinto.
Cuando se plantea la reducción del horario de trabajo como un aporte para elevar la calidad de vida de las personas, de lo que se está hablando en realidad es de mejorar la vida familiar, la comunicación de padres e hijos, un mayor control sobre lo que hacen los adolescentes para prevenir problemas sociales como la drogadicción, el alcoholismo y la delincuencia, promover la armonía familia para reducir los divorcios y la violencia intrafamiliar, reducir el estrés y los padecimientos sicológicos.
Lo anterior demuestra que no se trata de una discusión restringida al área laboral, ni siquiera al ámbito de la economía, sino que es algo mucho más amplio y hay que plantearlo en ese plano y entender, por ejemplo, que es inadmisible que una persona pierda tres horas diarias en desplazamientos entre su residencia y su lugar de trabajo, que el horario de almuerzo no puede estar limitado a engullir a la rápida un sándwich y unas papas fritas mal preparadas, o que las ciudades deben estar diseñadas a escala humana.
La discusión de fondo es si queremos países humanos o simplemente productores de mano de obra desechable para mantener el crecimiento de una economía que se ha colocado a sí misma en el primer lugar de las prioridades.