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Después de 90 días de cautiverio, tuve un salvoconducto que me permitió aparecer con vida. Mis padres, que no sabían de mi paradero, me buscaban desde entonces, y los militares les habían prometido que yo aparecería bien. A último momento, antes de la ejecución, lograron, no sé cómo, negociar mi futuro: ya no iba a ser ejecutado, pero debía pasar el resto de la vida en cautiverio. Ya en la cárcel, pude ver a mi familia por primera vez después de tres meses. Mis seis compañeros restantes no tuvieron la misma suerte. La democracia llegó al país en 1983. Yo había sido testigo de algo importante, sabía lo que había ocurrido con los chicos. Todo estaba guardado en mi memoria, entonces decidí contarlo.

Asistí al 9° Festival de Cine Latinoamericano de La Habana. Ese año el Cine latinoamericano homenajeaba al Festival de Cine de Viña del Mar, personificado en don Aldo Francia (Valparaíso mi amor y Ya no basta con rezar). Había gran expectación porque junto al cine latinoamericano se presentaría una serie de películas realizadas en países del este, detrás de la cortina y algunos estrenos latinoamericanos. Estaba alojado en el Hotel Habana Libre, piso 21 y usaba ese espacio para reunirme con la intelectualidad cubana. Alguien, no recuerdo quién, me habló de una película argentina que se estrenaría en el Teatro Karl Marx: La Noche de los Lápices. Logré a través de la organización los boletos para el estreno. Había mucha gente y algunos desordenes en el ingreso. A pesar de ello, logré una muy buena ubicación en la Sala, que lucía una diversidad de elementos arquitectónicos y su ejemplar funcionalidad a múltiples propósitos. Junto a las autoridades locales ingresaron los destacados directores de cine invitados especiales. A los pocos minutos, se inició la proyección con un silencio que sólo era roto por las canción de Sui Géneris y rasguño las piedras. La protagonista era una muchacha llamada María Claudia Falcone. En la vida real, provenía de una familia politizada y peronista. Era hija del ex intendente de La Plata, Ademar Falcone. Casi al mismo tiempo que empezó a estudiar en el Bachillerato de Bellas Artes empezó a militar en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). Dio apoyo escolar e hizo asistencia sanitaria en barrios pobres en La Plata y participó de los reclamos por el boleto estudiantil. Tenía 16 años cuando la secuestraron. Antes de eso nunca había oído hablar de ella, pero a los pocos minutos establecía con ella una relación entrañable. A mi lado, en el cine, un joven de mirada lánguida y triste, lloraba. Creo saber el momento preciso en que este muchacho comenzó a llorar: a los cinco minutos de iniciada la proyección. La Noche de los Lápices habla del secuestro de diez adolescentes argentinos por parte de los agentes represivos. Aquel 16 de septiembre de 1976 los diez adolescentes fueron trasladados a diversos centros de detención y salvajemente torturados. Solamente cuatro de ellos saldrían con vida, quedando a disposición del Poder Ejecutivo. Todos tenían entre 14 y 17 años. El operativo, hoy se sabe, fue realizado por el Batallón 601 del Servicio de Inteligencia del Ejército y la Policía de la Provincia de Buenos Aires y seguramente otros miserables, dirigida en ese entonces por el general Ramón Camps. La película narra la historia de estos muchachos que encontraron en la organización estudiantil una forma de ser protagonistas de una causa justa. Dejé de ver de la película distraído por el llanto de la persona que estaba justo al lado mío. Él sabía que interrumpía a los demás y hacía esfuerzos enormes por contener ese llanto logrando, como efecto, justamente lo contrario: gemidos más agudos e intensos. Cuando terminó la película, se desplegaron los créditos que agradecían a Pablo Díaz por su testimonio. Me acerqué al hombre que lloraba y le dije: -tú eres, Pablo Díaz, ¿verdad? -Y él asintió con la cabeza. Gracias a su testimonio se pudo reconstruir la historia en prisión y la pieza cinematográfica de esos muchachos argentinos que denunciaba el horror de las dictaduras latinoamericanas. Lo abracé. Mantengo ese abrazo para siempre. Ni perdón, ni olvido.

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