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Se ha dicho reiteradamente, incluso desde sus propias filas, que la actual administración del país ha caído -si es que alguna vez no lo estuvo- en la tentación de gobernar por las encuestas, lo que dicho en términos prácticos significa poner su atención en obtener logros inmediatos en cuanto a la adhesión ciudadana.

Algunos de sus partidarios han sostenido que es necesario concentrarse, en cambio, en las metas de largo plazo, las transformaciones que servirán en el futuro como referentes del legado institucional de Sebastián Piñera, pero no han sido escuchados porque la vorágine que significa esperar la encuesta semanal y programar actos mediáticos que ayuden a mejorar los números a la semana siguiente, es contraproducente para la reflexión.

Algo similar ocurre en la vereda contraria.  De vez en cuando se anotan un triunfo ocasional, como lo fue el proyecto para reducir la jornada laboral a 40 horas semanales, y se distraen en acusaciones mutuas cuando algún sector de la oposición no acompaña la estrategia propuesta, en lugar de entender que lo que se requiere en el largo plazo es demostrar que los partidos de Centro e Izquierda han aprendido de sus errores y son dignos de recibir el respaldo ciudadano para volver al Gobierno.

En ambos casos, se confunden las necesidades del momento con los largos plazos en los que se producen efectivamente las transformaciones políticas y sociales que justifican la existencia de los partidos.

Los personajes que trascienden a la historia son los que se fijan grandes metas y no se desconcentran con las menudencias de la contingencia, que si bien pueden aportar algunos votos, nunca son votación dura y se van a cualquier otra alternativa dependiendo de lo que ocurra en la vida cotidiana de los países.   Además, el problema de buscar ventajas débiles en el corto plazo es que se genera una impresión negativa sobre la capacidad de liderazgo del dirigente político y, sobre todo, de su capacidad de entender los cambios que viven las sociedades y proponer un cauce para su solución.

Hace mucho tiempo que en nuestro país, y en muchos más, no existe lo que se conoce habitualmente como un “estadista”, y aunque puede tratarse de un asunto originado en el modelo cultural en el que estamos insertos, y por lo tanto común al mundo occidental, lo concreto es que nuestro país y el conjunto del planeta enfrentan desafíos difíciles que requieren de una nueva actitud respecto a la forma en que se realiza la política y se entiende la economía que requieren más que nunca personas con la sabiduría para enfrentar estas dificultades con una visión de largo plazo.  Afortunadamente, la historia ha demostrado que la necesidad crea al personaje.

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