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Existe un acuerdo suficientemente transversal respecto de la existencia de graves problemas ambientales en el planeta, pero no se produce la misma unanimidad a la hora de definir las responsabilidades que pueden llevar a la implementación de las soluciones, aunque hay plena convicción acerca de la urgencia por avanzar en un asunto que puede definir la sobrevivencia del conjunto de la Humanidad.

Los recientes incendios en Brasil y Bolivia en la zona del Amazonas sirvieron para demostrar cómo el ser humano cede antes que nada a sus pasiones.   El hecho de que ambos países estén dirigidos por gobernantes de signos opuestos permitió demostrar que la tentación por obtener una pequeña ganancia política es mayor a cualquier otra consideración, a pesar de la urgencia.

Lo anterior, sumado a las reacciones, permite sospechar que el vaso está más vacío que lleno, y que a la hora de buscar acuerdos para salvar el planeta será difícil no sucumbir a la tentación de regresar, una vez más, a la discusión sobre el modelo político y económico responsable de los daños y cuál es el más apropiado para enfrentar los problemas.

Resulta curioso que los hombres prefieran la discusión a la colaboración, porque si se ve el asunto de forma desapasionada se tiene que concluir que la raíz del desequilibrio ecológico, con cambio de clima y carencia de agua incluidos como síntomas, es simplemente que la Humanidad consume más recursos de los que puede proporcionar el planeta.

Entonces, como si se tratara de una ecuación en la que se busca despejar la incógnita, la solución exige necesariamente reducir el consumo, ya sea gastando menos recursos, buscando otras fuentes o logrando un mejor aprovechamiento de lo que hay.

El problema de fondo, además, no es el planeta, sino la especie humana.   Es en esa variable de la ecuación que tiene que ponerse el acento, y la salida es un cambio de conducta.  Como la persona que busca bajar de peso o la familia que enfrenta una crisis económica, el remedio es gastar menos de lo que se produce.   Parece sencillo, pero el obstáculo está en la actitud del ser humano.  Las recetas de las ideologías son instrumentos, pero lo que está fallando es la motivación existente tras las ideologías.  Mientras se mantenga como paradigma la obligación de aumentar la producción como único medio para garantizar el progreso de las naciones, lo que implica un incremento permanente del consumo, resulta improbable que se reduzca la presión sobre los recursos del planeta.  Y en eso coinciden socialismo y capitalismo, ya que ambas doctrinas son básicamente materialistas y esa concepción es incompatible con los recursos limitados de que se dispone, por lo que hay que cambiar el acento respecto de las metas del ser humano.

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