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Marshall McLuhan fue un visionario cuando en los años 60 anticipó el poder globalizador de los medios de comunicación, especialmente de la televisión. Su concepto de «aldea global» apareció por primera vez en su libro «The Gutenberg Galaxy: The Making of Typographic Man«, publicado en 1962, y se reiteró en sus dos siguientes obras: «Understanding Media» (1964) y «Global Peace in the Global Village» (1968).

El concepto se basa en la idea de que la velocidad de las comunicaciones reproduciría el estilo de vida de una aldea a escala global, todos los habitantes compartirían las mismas inquietudes y se crearía una estrecha red de dependencias mutuas. Una prueba evidente del acierto de McLuhan en su pronóstico es la globalización de los mercados financieros, en los que resulta fácil apreciar el efecto mariposa que se deriva de los contagios que generan las interdependencias.

Sin embargo, McLuhan no vislumbró la reacción que provocaría la globalización. La aldea global es más aldea que global. De hecho, si excluimos la circulación mundial y prácticamente instantánea de la información, el mundo está igual de dividido, o incluso más, en términos políticos, religiosos y económicos y más fragmentado en términos geográficos. Lejos queda la noción de una Pangea ideológica en la que todos los ciudadanos comparten los mismos nobles ideales al servicio de la convivencia entre sí y con el Planeta.

El mundo se ha hecho más pequeño en todos los sentidos. En el político, cuando McLuhan elucubraba sobre el incipiente poder de la televisión el mapa político de la Tierra estaba dividido en 100 países. Hoy se contabilizan más de 200, de los que 193 forman parte de Naciones Unidas. Además, en decenas de territorios, entre ellos diez regiones de Europa y ocho Estados de USA, una parte de la población aspira a separarse de sus Estados y formar nuevas entidades nacionales.

En el ideológico, la escasez de ideas es preocupante. Los credos que sustentan la conciencia de las personas son los mismos que hace mil años. Las variantes creadas por el sincretismo de ideas se limitan a resolver de una forma práctica las obsolescencias de unas corrientes de pensamiento que han evolucionado mucho menos que sus contextos culturales, pero no enraízan en nuevos idearios. La única globalización ha llegado de la mano del capitalismo, cuyo soporte doctrinal es el liberalismo, que se ha apoderado del espacio económico-ideológico incluso en los países que encabezaron la lucha contra la economía de mercado.

El mundo también se ha vuelto más pequeño en lo social, con la inestimable ayuda del sentimiento tribal que aún condiciona nuestra forma de relacionarnos. La aldea global se ha llenado de tribus locales. El vértigo a una competencia sin fronteras anima a muchos gobernantes a construir muros ideológicos que hipotéticamente protejan a los suyos de la amenaza exterior. Sobre esas pantallas protectoras es fácil proyectar una moral a medida que alivie las contradicciones éticas que tan miope visión produce.

En la tribu el cerebro reptiliano, el más básico y ancestral, tiene el mando supremo; el cerebro límbico garantiza que las emociones se canalicen preferentemente hacia las relaciones intratribales; y el cerebro racional se utiliza fundamentalmente para explicar las acciones y reacciones de los dos anteriores. Los miedos provocados por los efectos de la globalización encuentran en el instinto tribal un territorio abonado para las miradas de corto alcance. Más allá de los muros de la aldea acechan peligros que solo los más osados y eclécticos ven como oportunidades.

Los círculos tribales son cómodos para gobernantes de luces cortas. Trasladan a los suyos la sospecha de que aquello que está más allá del entendimiento inmediato es inconveniente. En ocasiones la forma de hacerlo es estimulando el orgullo de lo propio (la lengua, la cultura, la forma de ser… o simplemente el natalicio) con el ánimo de marcar el territorio con factores diferenciales, habitualmente más emocionales que factuales.

Sentí ese aldeanismo sin fronteras cuando leí al presidente de la Junta de Andalucía, Juan Manuel Moreno Bonilla, celebrando el quinto centenario de la gesta de Fernando de Magallanes -nacido en Portugal, por cierto- y Juan Sebastián Elcano de la siguiente forma: «se equivocaría de forma dramática quien olvidara destacar, junto a todo lo anterior, el protagonismo inequívocamente andaluz de esta gesta«. Para respaldar tal afirmación el presidente de Andalucía -gentilicio de origen árabe, por cierto también- recuerda que «el grupo más numeroso de esos marineros que salieron con Magallanes y Elcano era el de los andaluces: 73 de los 245 tripulantes de la expedición«. Es decir, la forma de celebrar la ambición de un navegante que quería desbordar las fronteras conocidas es recordando que un puñado de sus colaboradores habían nacido dentro de ellas.

Calarse la boina no es una moda exclusiva de dirigentes regionales. El propio presidente de los Estados Unidos, quien pasa por ser el hombre más poderoso del Planeta, Donald Trump, no ve más allá de sus narices cuando proclama «America first«. Una cita que ni siquiera es original, ya que fue acuñada por el vigésimo octavo presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson, una año antes de explotar la Primera Guerra Mundial. El objetivo del eslogan, lanzado en el marco de la campaña para la reelección, era justificar la neutralidad de Estados Unidos ante el conflicto que enfrentaba en primera línea de fuego a varios países europeos.

El aldeanismo impregna a todo tipo de nacionalismos, una ideología de regate corto que tal vez respondería mejor a la denominación de «localismo«, que, a su vez, conecta con la faceta cobarde y egoísta del individualismo. Estoy seguro de que McLuhan no imaginaba que incluso los medios de comunicación, grandes transmisores de la globalización, prefiriesen en algunos casos la aldea al globo y se prestasen al juego político de echar incienso a aquellos que han nacido y viven entre las cuatro paredes de un barrio, un municipio, una región o un país.

Los desafíos que afronta este Planeta no pueden ser abordados con la mentalidad de un marinero que al pisar la cubierta de un barco capaz de navegar por el mundo pregunta: «¿Hay alguien de mi pueblo a bordo?«. Desde luego, si alguno de los tripulantes de la nao Victoria se hubiese manifestado en tales términos antes de abandonar el puerto de Sevilla, Magallanes le habría desembarcado de inmediato.

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Alguien comentó sobre “El aldeanismo se globaliza

  1. La globalización al incluir comercio, comunicaciones, lenguaje y cultura ha traído la consecuencia de ser vista por muchos como una amenaza a la identidad de diversos grupos, comunidades, etnias, tradiciones o países. El fenómeno de aferrarse a sus identidades al mismo tiempo que se globaliza fue anunciado en los 80’s, justo después de MacLuhan y Alvin Toffler, entre otros. Se trata de miedo a ser invadido, ya sea con productos de mercado, lenguaje, modas, cultura, etc. Tiene una base real y otra imaginaria. El extremo de estos temores es el retorno al nacionalismo de principios del siglo XX. Interesante tu artículo.

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