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Hay un aspecto interesante de considerar en la innegable conmoción provocada por la aparición de Greta Thunberg en la Cumbre sobre la Acción Climática de las Naciones Unidas, aunque lleva ya tiempo interviniendo en asuntos relacionados con el cambio climático, siempre con el mismo e incómodo discurso para los defensores de la situación actual, sean de izquierda o derecha.

Este asunto, poco tratado en los análisis sobre la activista sueca, se refiere al trato que le dan los adultos a los jóvenes.      La costumbre tradicional -como recordarán los mayores- era que los jóvenes no intervenían en asuntos públicos y ni siquiera tenían derecho a hablar en la mesa familiar.   En algunos países incluso, los hombres debían usar pantalones cortos hasta cumplir los 18 años de edad y las mujeres sólo podían vestir faldas.

Luego vinieron el movimiento beatnik y el hippie, y de pronto la economía comprendió que la juventud era un buen mercado y la clase política redirigió sus mensajes a los nuevos votantes, asumiendo que con el apoyo de ellos garantizaría las mayorías para gobernar o, en esos tiempos, para impulsar revoluciones en distintos lugares del mundo.

Todos saben lo que vino después: Yuppies, millenials, generaciones X, Y y Z, más otros subgrupos culturales que fueron menos significativos.   Justo el mundo se encontraba en un punto de queja por el individualismo, cortoplacismo y falta de compromiso de los jóvenes y aparece esta activista de 16 años que, hasta donde indican las apariencias, representa el rostro más visible de miles de adolescentes en todos lados que venían preocupándose de las consecuencias del calentamiento global y que, además, desconfían profundamente de la política de los mayores.

El término que designa la actitud de desconfianza hacia los jóvenes, llegando incluso al miedo hacia ellos, es la efebifobia, y es justo preguntarse hasta qué punto las críticas a Greta Thunberg -justas e injustas- obedecen a este sentimiento o a una efectiva contradicción con sus planteamientos, lo que resultaría difícil de argumentar a partir del hecho que su mensaje es más emocional que racional (por ejemplo, cita a científicos para fundamentar sus advertencias, pero no parece haber un consenso claro entre los científicos).  Evidentemente, lo emocional puede ser más poderoso que lo racional.

De todos modos, es claro que el discurso de Thunberg representa en gran medida las preocupaciones de las personas, en especial los jóvenes, esos mismos a los que se le cuestionaba su falta de compromiso con el mundo que los rodea.   Ahora están cada día más preocupados y comprometidos, y se les critica por cuestionar a sus mayores, los mismos que no han podido resolver de manera eficiente los problemas ambientales que, más allá del calentamiento global, son objetivamente reales.

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