Los sectores “progres” del país han puesto esta semana el grito en el cielo por la derrota auto infringida con motivo de la acusación constitucional contra la ministra de Educación Marcela Cubillos, y aunque su indignación es comprensible al mismo tiempo revela desconocimiento respecto de cómo funciona la política. Por su parte, los sectores conservadores celebran su triunfo como si les perteneciera, cuando en realidad eran simples invitados a una puesta en escena que era de exclusividad absoluta de la oposición.
Sin entrar en consideraciones sobre la calidad de la acusación o sobre los méritos de la misma, el principal error consistió en elevar la aprobación de la acusación a la condición de hito en la historia de la unidad de la oposición.
Primer tropiezo: La oposición no está unida desde su derrota en la última elección presidencial. Hay dos bloques claramente distinguibles que difieren en su visión de la sociedad y las estrategias para recuperar el poder, y suponer que las granjerías mediáticas que se puedan derivar de una acusación constitucional puedan remediar lo que no se ha podido lograr en casi dos años es una prueba de un mesianismo injustificado o al menos de una inocencia pueril.
Plantear un escenario en blanco y negro, sin matices de ningún tipo y recurriendo a presiones emocionales, equivale a poner al que se quiere como socio en el puesto de adversario, Aunque sea sólo por las formas. Si a eso se le agregan las diferencias de fondo, es un suicidio simplemente.
Segundo tropiezo: El desconocimiento de la realidad. En estos momentos los partidos de Centro se sienten comprimidos entre Izquierda y Derecha, y su dilema es elegir entre ser cabeza de ratón o cola de león. Se trata de dirigentes que no se reconocen como progresistas ni conservadores, al menos de la forma en que lo definen quienes sí pertenecen a esos sectores. Es una disyuntiva tan antigua como el huevo o la gallina, o el vaso medio lleno o medio vacío, pero presionar por una decisión suele resultar en el resultado contrario al que se desea.
Último tropiezo: Un error de apreciación. Si bien la historia reciente del país muestra que lo habitual es una coalición de partidos unida en torno a consensos básicos, la realidad es mucho más líquida que eso, los tiempos piden flexibilidad y tolerancia y, sobre todo, nuevas formas de organización acordes a las necesidades de la sociedad. Ya los partidos como instituciones tienen una mala apreciación ciudadana, que se traslada a la forma que elijan para organizarse entre sí. Si no renuevan sus esquemas las siguientes elecciones seguirán siendo ganadas por la abstención.